Capítulo 1. Un nuevo comienzo

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Se sentía relajado, como después de un largo y fructífero dulce
sueño. Estiró sus brazos y sus piernas cuando notó que aque-
lla no era su cama. Abrió los ojos y esa no era, desde luego, su
habitación y ninguna, en realidad. Estaba tumbado en medio de
hierba, árboles y ramas. Se levantó asustado por la extraña sensa-
ción y vio con la tenue luz de la noche que se encontraba en me-
dio de un frondoso bosque. Entre las ramas podía ver las estrellas,
tantas como solo cuando fue niño e iba al pueblo de sus padres
había visto, casi perdidas en su memoria. Su poco conocimiento
sobre las constelaciones le decía que aquellas estrellas no eran las
mismas que cabía esperar. Y La luna, aquella luna era mucho más
grande que la que él conocía. Siguió mirando fascinado por todo
aquello y, sorpresa para él, había una segunda luna. ¿Qué hacía
el allí? Solo recordaba haberse acostado en su cama después de
jugar un rato al ordenador, y terminar unas tareas pendientes, ahí
al lado, con su teléfono, con un par de mantas encima. Se fijó en
sí mismo al darse cuenta de que aquello que vestía no se sentía
como su pijama. Era la ropa que había llevado puesta aquel día y
que había dejado colocada sobre la silla de su escritorio. Si la ropa
estaba, puede que su teléfono también, buscó, y nada, a cambio,
halló un pequeño libro en su bolsillo trasero, tenía aspecto sabio y
antiguo, como aquellos volúmenes al fondo de una biblioteca. La
portada estaba escrita en unos extraños símbolos que desconocía,
intentó leerlos y vio que podía. ¿Cómo era posible? , pensó, ahí
decía textualmente: «Guía».

Intentó abrirla por una página cualquiera, pero estaban todas
pegadas como si fuera una sola. Tras forcejear un buen rato, vio
que la primera hoja sí estaba suelta, y en aquella misma lengua
leía: «Conviértete en aventurero».
Le resultó extraño, aunque no del todo desconocido, aquel
término lo había leído en la ficción anteriormente, una persona
que pasa grandes aventuras y desventuras, consigue armas míticas,
lucha contra enemigos feroces y a pesar de todo siempre triunfa,
aunque, como él decía, eso era solo fantasía. ¿Estaba en un mundo
fantástico, quizá? No, no era posible. Sin embargo, aquel lugar o
era un sueño lúcido o era un mundo nuevo. Intentó despertarse,
pero no lo conseguía, aquella era una realidad física, real, palpable.
En tal caso, ¿cómo había llegado ahí? ¿Fue traído por alguien más?
¿Murió en su mundo y renació aquí? La idea de su muerte le eriza-
ba el pelo y le hacía temblar en lo más profundo, aquella fastidiosa
idea se le quedó clavada como una flecha en la cabeza. Dejó de
pensar en todo lo demás solo para repetirse si estaba vivo o no, si
había muerto en su mundo, en su casa, en su cama.
Siguió andando sin pensar mucho en lo que aquel tomo de-
cía, simplemente caminó un tiempo, del que no fue consciente
hasta que delante de sí pudo vislumbrar la luz de lo que parecía
el sol saliendo por el horizonte y atravesando una ciudad. Tuvo
todo este tiempo la guía en su mano, era tan ligera que simple-
mente no pensó en ella. Entró en la ciudad y guardó la guía en el
mismo bolsillo donde la encontró. La ciudad era medieval, con
gruesos adoquines por todo el suelo, murallas y estaba bastante
despoblada, al menos durante esas horas de la mañana. Recordó
lo que había leído en el libro cuando vio un gran cartel que llamó
su atención: «Gremio de aventureros». Sus paredes eran oscuras,
casi como carbón, y la puerta estaba acristalada, con un pequeño
cartelillo que anunciaba que el local estaba abierto.

Jerón entró con los hombros encogidos y la mirada recorrien-
do el lugar de un lado a otro, esperando que no le dijeran nada
por entrar allí. Unos pasos bastaron para darse cuenta de que una
recepcionista estaba esperando a que se dirigiera a ella. Se acercó
y ella, cordialmente, se presentó y saludó:
-Buenos días, soy Dione. ¿En qué puedo ayudarte?
Para suerte de Jerón, parecía entender aquella lengua como
si fuera la suya materna, aunque se preguntó si podría hablarla
también.
-Acabo de llegar, y quería inscribirme como aventurero.
-Claro, con mucho gusto, sin embargo, si no te importa,
¿puedo preguntar por qué un venido quiere ser aventurero? ¿Sabes
siquiera dónde estás?
Jerón se sonrojó ligeramente, pero preguntó que, por lo me-
nos, quería saber a qué se refería con «venido» aquella bella mujer.
-Oh, disculpa, claro, si no sabes dónde estás tampoco sabes
que significa ser un venido. Aquí tenemos costumbre de llamar
«venidos» a lo que han venido de otro mundo. Y por tu ropa y
tu forma de hablar, era fácil de adivinar. Te mostraré algo que te
llamará la atención.
La mujer comenzó a mover los dedos sobre la mesa y una fi-
gura de bailarina apareció, era como una pequeña muñeca trans-
parente que danzaba sin cesar. Jerón quedó fascinado, ¿era eso
magia?
-¿Eso es magia? -preguntó boquiabierto Jerón.
-Sí, así es. -Y procedió a desvanecer la figura para mostrar a
un mayordomo inclinándose formalmente una y otra vez.
Jerón estaba embobado mirándolo hasta que Dione continúo,
tras deshacer la magia.
-Bueno, Jerón, si quieres ser aventurero, necesito algo de va-
lor como pago.
Jerón recordó que aquel mismo día había comprado un colgan-
te de oro en una tienda de segunda mano a muy buen precio para

El joven Jeron: La saga de los sistemadoresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora