Capítulo 3. El sistemador

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Ortega no supo qué decir ante tal situación, así que se quedó a
su lado apoyándolo en silencio. Tras unos minutos, Jerón se
sintió más situado, aunque con la duda de por qué su amigo
había muerto, pero no preguntó.
—¿Sabes? Dentro de poco va a ocurrir algo muy especial y que
llevo mucho esperando, aunque no solo yo.
—¿El qué?
—El sistemador del movimiento vendrá la antigua capital,
Aoredo.
—¿Qué es un sistemador?
—Ah, claro, nunca habías oído esa palabra, quizá. Es como
un dios de los antiguos del mundo de mi padre, tal vez de tu
mismo mundo. Los dioses del Olimpo no eran omnipresentes ni
omnipotentes ni mucho menos omniscientes. Aquí los llamados
sistemadores, un sistema de sistemas, si consideramos que cual-
quier ser es un conjunto de entes, formando un sistema. Tampo-
co quiero aburrirte con el tema. Es resumen, piensa en él como
un dios, incluso para muchas magias se usa esa palabra.
Jerón se vio atrapado por esos conceptos, le generaba mucha
curiosidad. En ese mundo existía magia, pero no se había plan-
teado que los propios dioses hicieran presencia, ¿podría pedirle
que le devolviera a su amigo? ¿Regresarle a su hogar?
Entonces sacó el libro como si su mano se moviera involunta-
riamente, pues una página nueva veía la luz. Era, además, la pri-

mera vez que se lo mostraba a otra persona; además, a un recién
conocido, un desconocido, más ciertamente.
—¿Una guía? —preguntó Ortega.
—Sí, algo así, apareció junto a mí cuando vine a este mundo.
—Jerón abrió la primera página y se la mostró. Ortega entrece-
rraba los ojos intentando ver correctamente lo que ahí decía.
—¿Qué ocurre? ¿Ves mal de cerca?
—No, no, mi vista es excelente, y no lo digo por decir, fíjate
en mis ojos.
—Son verdes.
—En este mundo, los ojos verdes no lo son sin más. Me per-
miten ver cosas que están ocultas a los tuyos, ahora mismo esa
página para mí resulta algo imposible de leer. Solo veo letras y
párrafos uno encima de otro por algún motivo.
—Increíble, que envidia —rio—. Dice: «Conviértete en aven-
turero».
—¿Y lo hiciste?
—Sí, me hice aventurero, no sé cuán útil fue realmente, a pe-
sar de ello, lo hice.
Jerón no mencionó el puñal. Después le mostró el resto de pá-
ginas, pero todas eran idénticas a sus verdes ojos. Entonces alcan-
zó la nueva, la cual decía: «A partir de aquí, todo está decidido».
Para Ortega decía algo distinto: «Veneno». «Qué extraño»,
pensó. Jerón cerró el libro dejando la parte posterior hacia arriba,
Ortega se sorprendió.
—¡El símbolo de Feroz!
—¿Qué? ¿Esto?
—Ese símbolo —indicó Ortega—, el triángulo con su lado de-
recho formando una espiral hacia el centro. Es el símbolo de Feroz.
—¿Y qué es Feroz?
—El dios de los deseos, se encuentra al final de la mazmorra
Vermillión, tras el demonio que aguarda la gran puerta. Mi padre
estuvo allí hace veinte años.

—¿Tu padre se enfrentó al demonio?
—No lo sé, nunca me quiso decir nada.
—Así que ese dios tenía nombre...
—¿Conocías acerca de Vermillión?
—Lo creas o no, soy uno de los que van a ir a luchar allí.
—¿Lo dices en serio? Bueno, ciertamente, un venido, vestido
de recluta, pero no de soldado raso, le veo sentido —dijo mien-
tras repasaba a Jerón—. Y ¿cuántos seréis?
—Cuatro, contando a Rosa de la Espada Púrpura.
—¿Una de los siete fue elegida? Qué inesperado.
—¿Por qué lo dices?
—Había oído el rumor de que todos los elegidos por la piedra
de los venideres eran venidos.
—Ya ves que no.
—Me encantaría poder acompañaros, estuve ausente cuando
vinieron a hacer las pruebas con la gema a Última, me pregunto
si hubiera sido elegido... Igualmente, dentro de poco se hará un
torneo, si salgo vencedor, puede que el reino se fije en mí.
Jerón se despidió de Ortega, que se quedó sentado un rato
más, y volvió por sus pasos hasta Rosa, no hablaron demasiado y
dejaron pasar el día. Rosa pidió una habitación y se quedó a dor-
mir en Última, al igual que Jerón, que aquella noche soñó con un
ángel alado, bello y con túnica blanca que descendía de los cielos.
Jerón se despertó por la mañana con la sensación de que había
dormido bien, se encontraba mucho mejor que el día anterior, se
había decidido a ver a ese sistemador del movimiento y así se lo
hizo saber a Ortega, al que encontró en el banco de la anterior
vez.
—No esperaba verte aquí de nuevo. ¿Sabes?, he soñado con
ese sistemador hoy.
Ortega soltó una pequeña carcajada.
—¿De verdad? —le replicó.
—Sí, me gustaría saber más de él.

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⏰ Última actualización: Nov 15, 2023 ⏰

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El joven Jeron: La saga de los sistemadoresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora