18: Procrastinar una despedida.

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2 de septiembre de 1950

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2 de septiembre de 1950

Encadenado, me coloco frente a tu callón. Dispárame. Frío y preciso. Quiero morir. Quiero morir.

Ese día, un hombre de apellido Wang estaba frente al campamento de Incheon con un rifle cargado en su espalda y haciendo vigilancia.

Los ataques sorpresa se habían vuelto más constantes en cuestión de días, por lo que ahora ni siquiera los soldados podían conciliar horas mínimas de sueño.

—¡Wang! —gritó un soldado de tez morena mientras sacudía su mano en el aire.

Wang miró hacia las trincheras recién cavadas para dar con el glorioso portador de esa voz. Imitó el gesto mientras sonreía con plenitud. Ambos soldados agitaban sus manos con diversión, saludándose desde la distancia y olvidando por unos segundos su deplorable condición.

Fue así hasta que una explosión de llamas ardientes destelló de improvisto sobre la cubierta de las trincheras. Espeso humo blanco se emitió, descargando un temblor que sacudió violentamente la tierra hasta donde se encontraba el soldado Wang. Más de cien soldados quedaron sepultados entre los escombros y el fuego que se extendía con rapidez sobre los pastizales.

El estruendo llegó a oídos de los demás y la noticia de un nuevo ataque corrió tan veloz que no hubo tiempo de planificar mejores estrategias de defensa. Corea del Sur iba perdiendo la batalla y el genocidio manchaba todo lo que alguna vez fue una sociedad pacífica encaminada al comunismo.

—¡Esto se ha salido de nuestras manos! —gritaba Lee Minho—. ¡Seguimos teniendo bajas!

—Mi palabra fue muy clara. Defender el territorio hasta tener refuerzos. —Dictó el presidente.

—¡Mis soldados están muriendo allá afuera! No puedo permitir más tiempo esto. Estamos en desventaja. Los soviéticos están plantando sus campamentos y los chinos siguen atacando.

—Tenemos el apoyo del ejercito de Estados Unidos y la ONU ha tomado cartas en esto.

—¿Cuándo llegan? —preguntó impaciente.

—Entrarán por las costas. Nada es preciso.

Todo se había vuelto caos.

Las personas se dispersaban como moscas que han perdido la cabeza, cargando carteles y volantes que solicitaban la destitución del presidente. Pedían cualquier solución al problema que parecía salirse de las manos. Los bandos se dividían y ahora no solo había guerra entre soldados, sino también en los civiles. Muchos estaban dispuestos a cambiar su nacionalidad al país ganador, al que ofertara comida y salud. No pedían condiciones de vida, solo vida.

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Ghost of you ♡ chanlixDonde viven las historias. Descúbrelo ahora