Chuya no podía creer la situación en la que se encontraba. En realidad, no podía creer nada de lo que había sucedido en las últimas veinticuatro horas. Pasó de ser un tipo soltero a estar casado con la persona a la que más odia en el mundo y, no sólo eso, ahora tenía que fingir estar enamorado de él. Todo porque el bastardo a su lado sabía perfectamente con qué amenazarlo para que accediera a sus peticiones.
—¿Estás nervioso, cariño? —Sonrió Dazai, frente a la puerta de la Agencia Armada de Detectives, probablemente a propósito para que quien fuera que estuviera del otro lado los escuchara y pensara que eran una pareja acaramelada. Chuya sólo sintió su estómago revolverse.
—No sabes las ganas que tengo de cortarte la garganta ahora mismo —Murmuró entre dientes Chuya, asegurándose que nadie lo escuchara. La sonrisa contraria se amplió.
—No digas eso, amor —Dazai pasó una mano por su cadera, acercándolo a él en un abrazo que sería cariñoso si realmente se amaran. Chuya solo sentía ganas de querer huir, las cuales aumentaron cuando el castaño le devolvió el susurro aprovechando la cercanía que había creado entre sus cuerpos—. Recuerda lo que practicamos.
Como si pudiera olvidarlo. Chuya estaba acostumbrado a desvelarse gracias a la naturaleza de su trabajo, pero nunca, ni siquiera cuando trabajaba a lado de Dazai, se imaginó que pasaría la noche en vela ensayando una historia ficticia sobre cómo el amor había nacido entre él y su excompañero. Él no veía por qué ir tan lejos, creía que con los recuerdos que crearon en sus tres años juntos bastaría, pero Dazai fue muy insistente con el tema de crear una fachada sólida. Nunca lo había visto tan determinado con algo, tal vez en serio quería enderezar su vida. Bien por él, ¿Pero por qué terminó arrastrándolo a eso?
—¡Lamento la tardanza! —Saludó Dazai mientras abría la puerta, impidiéndole a Chuya protestar por el agarre del más alto en su cadera. En su lugar, sacó a relucir sus mejores dotes de actuación y alejó suavemente al castaño, mirándolo con pena, como si estuviera avergonzado por llevar a cabo tan cariñoso gesto frente a un público—. Es solo que el tiempo pasa volando cuando estás con alguien que amas.
—¿Alguien que amas? —Preguntó una voz ronca, perteneciente a un joven alto y rubio que portaba unos lentes. Si no recordaba mal, era Kunikida, el nuevo compañero de Dazai. Chuya no pudo evitar sentir pena por él: conocía mejor que nadie lo que era tener que lidiar con Dazai.
—¿No te lo contaron? —Parpadeó con curiosidad Dazai, con ese tono burlón que conocía tan bien. Chuya no detuvo el suspiro que salió de sus labios, preparándose mentalmente para el espectáculo que sabía haría el castaño—. Estoy casado.
—¿Qué? —Preguntó Kunikida, claramente sorprendido. No lo culpaba.
—Usar los anillos es incómodo, además de que nos ayuda a ser discretos... —Comenzó a hablar Dazai, usando las excusas que se pasaron la noche ensayando. Chuya le ofreció comprar un par de anillos para hacer más creíble su mentira, pero Dazai le dijo que preferiría vivir por siempre antes de compartir un detalle como ese con él. Afortunadamente, Chuya compartía el sentimiento—. Ya sabes, nunca estás seguro de cómo la gente tomará que dos hombres tengan ese tipo de relación...
—Dazai —Advirtió Chuya, causando que el castaño le sonriera.
—De acuerdo, me detendré —Aceptó Dazai, aún con la sonrisa adornando su rostro—. Chuya es algo tímido.
Chuya alzó una ceja. ¿En serio el chico que solamente lo tuvo a él, una persona que según sus propias palabras detestaba, como amigo durante su adolescencia lo estaba llamando tímido? Se estaba tomando muy en serio el papel que interpretaría esa noche.
—¿Qué le habrás hecho al pobre hombre para que se casara contigo...? —Cuestionó en voz baja Kunikida, como si se dirigiera la pregunta a él mismo. Chuya tuvo que reprimirse para no responder. Por el bien de su permanencia en la mafia, tendría que mantener en secreto el hecho de que Dazai lo había amenazado para casarse con él.