Introducción

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En un piso de los suburbios de Hospitalet, donde vivían tres chicas: Laura, Alejandra y Nerea. Ellas eran grandes amigas y, por azares del destino, acabaron viviendo juntas.

Nerea, harta de su hermano, el estudiante de política y de que su barrio se estuviera llenando de sudacas y moros, decidió escapar de su casa. El primer lugar en el que buscó compasión fue en casa de Alejandra. Consciente de todo el dinero que ella tenía, de su Cupra y de sus viajes a Estados Unidos, fue la mejor opción. Ella junto a sus padres, la acogieron con gusto, a pesar del miedo que tenía Alejandra de los comentarios fuera de lugar de Nerea.

Por otra parte, Laura también necesitó ayuda de la gringa, debido a que el piso de su padre, como todos los de la zona, fue okupado. Por ello decidió ir al de su madre, pero se inundó y era inaccesible. Tan solo se podía jugar a waterpolo ahí. Entonces acudió a la vivienda de Alejandra.

Ella esperaba encontrarse con toda su familia y Nerea, pero no fue así. Hace unos pocos días, en una noche tranquila, como cualquier otra, apareció Lulu; la tortuga de la familia tras dos meses de desaparición. Mas no eran buenas noticias, pues salió de su rincón oscuro hambrienta... hambrienta de carne.

Primero, fue a la habitación de sus padres. Fueron fríamente devorados. Acto seguido, se comió a la hermana de Alejandra. Tanto Nerea como Alejandra escucharon todos aquellos desgarradores gritos. Entonces, decidieron ir corriendo a la cocina para armarse.

La tortuga, que ya le pesaba el cuerpo por lo que había comido, iba decidida a comerse a aquellas pobres chicas, sobre todo a su dueña, pues, ella le había tratado con desprecio. Ambas chicas fueron decididas a por la tortuga. Tras una larga lucha, lograron acabar con ella e hicieron una sopa de tortuga. No solo para alimentarse todo lo que durase, que serían meses, sino también como una venganza por lo que le hizo a sus padres.

Era una calurosa mañana de diciembre, al menos para Nerea, en Hospitalet de Llobregat. Estaba todo completamente silencioso, quitado el desincronizado, pero armonioso canto de los pájaros y el sonido de las ramas de los árboles empujadas por el viento. Las chicas decidieron salir a pasear para despejar su mente, Alejandra estaba devastada, Nerea no sabía si había tomado las decisiones correctas y Laura estaba completamente confundida.

A diferencia de siempre, las tres estaban completamente calladas, sumergidas en sus tormentos. Hasta que Laura escuchó un ruido raro, era un gemido extraño.

-Oye, ¿habéis escuchado eso?- Preguntó Laura extrañada.

-Qué va, hermano. No estaba prestando atención, por ende, no he sido capaz de escuchar aquello que mencionas.- Contestó Nerea igual de vieja que siempre.

Justo después de las palabras de Nerea se escuchó otra vez.

-Pues ahora que lo dices, sí que he escuchado algo.- Dijo Alejandra reafirmando las palabras de Laura.

-Viene de ahí, eh.- Puntualizó Nerea mientras señalaba un contenedor de basura.

Las tres se dirigieron al contenedor. Abrieron la tapa y se quedaron petrificadas. Había un bichón maltés. Lo que les sorprendió no fue la crueldad humana de dejarlo ahí tirado, sino que aquella perra tenía una cara humana.

Su cara era de tez pálida, como si de la nieve se tratase. La complexión promedio de esta raza y un pelo largo, ondulado y rubio recogido en un moño.

-¡Tú, tú, tú, no es raro ni na' el bicho este!- Exclamó Nerea.

-Ay, pues. Pero oye, da mucha penilla, mírala. Nos la podríamos llevar. Seguro que anima a la casa, que parecemos la Paulita.- Comentó Laura completamente apenada por la situación.

-Escúchame, que es feo... feo... el bicho este. Además, que está muy sucio. Seguro que tiene pulgas o algo. Que no, que no.- Contestó rápidamente Alejandra.

-Oye, pues no es mala idea. No vamos a dejar a la perra esta tirada, que encima es shiny. Aparte, democracia. Nos la llevamos.- Comentó Nerea con un tono chulesco.

-Te has flipado, que es mi casa. No entra ese bicho ni loca.- Contraargumentó Alejandra.

-No me vais a dejar aquí tirada, quiero jugar al Valorant- Dijo el perro.

-Si hombre, que encima habla y juega al Valorant, nos lo llevamos.- Aseguró Nerea mientras cogía al perro.

-Qué miedo, tú.- Cedió Alejandra asustada por el bichón.

Las cuatro, ahora con su nueva acompañante, se dirigieron a casa para darle los cuidados pertinentes. 

Genís mi perraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora