Camino de Flores

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En el pacífico pueblo de Santa Cecilia las familias se preparaban para un día de muertos como cada año, este sería el primer día de muertos de Socorro De la Cruz Rivera de solo un año de edad. La bebé era hija del amable zapatero Héctor Rivera y el apuesto músico Ernesto de la Cruz. 

- ¿Lista para ir a la plaza, chiquita?.- pregunto Héctor a la bebé que trataba de comerse su propio pie.- No, no, no eso no se hace.- la cargó pegandola a su pecho sintiendo su suave calor.- Tu padre cantará para todos en Santa Cecilia ¿no quieres perdertelo o si? 

- ¿Listos, amor?.- Ernesto apareció por la puerta de la habitación de ambos y se acercó con una sonrisa a su familia. Besó fervientemente las mejillas de su hija sacandole risas y dio un beso a su esposo mirandole con amor.- ¿subirás al escenario conmigo? Ninguno sabe tocar la guitarra mejor que tú. 

- No Ernesto, tengo que cuidar a Coco. 

- ¡Oh ella puede estar cinco minutos sin su mamá! ¿no es así, amor? 

La bebé río mirando a su padre tartar de convencer a Héctor de que tocara con ellos, pero él disfrutaba de solo escribir las canciones que su esposo usaba para cantar. Ernesto nunca se adjudicó el crédito de las canciones de Héctor y siempre presumía el talento de su esposo cada que podía. 

Salieron de su casa rumbo a la plaza donde habia fuegos artificiales y el camino estaba decorado de pétalos de flor de cempasúchil haciendo un hermoso camino de flores. La gente hacia rezos en sus casas y se lograba escuchar el Rosario hasta la calle. La plaza estaba llena de gente bailando, mariachis afinando sus guitarras para subir a cantar, elotes preparados por doquier y muchas familias disfrutando este día de muertos. 

- ¡Épale, Ernesto aquí estamos!

La gente a su alrededor les miro y empezaron a hablar sobre el mejor cantante que habia en Santa Cecilia, y si les preguntaban, de todo México. Una oleada de porras se escuchó que Héctor abrazó a Coco más cerca para que no se asustara, todos estaban emocionados de que él se presentaría hoy y podrían escuchar de sus canciones. 

Héctor se avergonzó enseguida de que todas las miradas eran hacia su familia mientras que Ernesto soltaba una fuerte carcajada. 

- ¡Voy enseguida, Omar! Jaja estos muchachos.- sacó de su billetera unos billetes entregandoselo a Héctor.- Toma, por si se te antoja un elote con chile. 

- No me gusta el chile. 

- ¿Seguro?.- preguntó pícaro haciendo sonrojar al menor. 

- ¡Ernesto, frente a la niña no!

- ¿Entonces cuando se duerma?.- se acercó y dio un último beso en la frente de Héctor. Cómo amaba a este Rivera.- Podré estar cantando ante todo el pueblo, pero ustedes son mi inspiración y mi familia

Acarició el escaso cabello de la niña y tomó su guitarra subiendo al escenario. Como cada año, el abría el evento con una canción diferente que siempre era abalada por el público. En cuanto puso un pie en kiosko del pueblo una ola de aplausos y porras le recibió. Una que otra mujer grito que se casara con ella o el típico "hazme un hijo". Ernesto a sabiendas que esto le irritaba a Héctor solo dio una suave risa antes de tomar el microfono. 

- Gracias, gracias pueblo de Santa Cecilia siempre es un honor subir a esta plaza y tocar para ustedes estas hermosas canciones escritas a úño y letra por mi amado esposo ¡Héctor Rivera De La Cruz!

La gente aplaudió con emoción y todas las miradas fueron hacia el Rivera que quería se lo tragara la Tierra. No importa cuantas veces le decía, Ernesto siempre gustaba de agradecerle por sus canciones cuando que en el pasado era burlado por lo mismo de escribir canciones de amor como si fuera una colegiala enamorada. 

- ¡Échese compadre!.- exclamó y la banda empezó a sonar con la canción de "La Llorona" a un ritmo movido y vivo que los paisanos aplaudían oyendo a Ernesto de la Cruz cantar. 

Coco aplaudía al escuchar a su papá cantar para el pueblo, Héctor no podía estar más orgulloso de su esposo. 

Al cabo del tiempo, a medida que Coco iba creciendo el reconocimiento de Ernesto se iba haciendo más notorio al punto que las primeras disqueras de México querían colaborar con él así como con Héctor por el hermoso sentimiento que expresaba en letra de sus canciones. 

- ¡Será increíble cuando ambos acepten!.- dijo un hombre interesado en grabar con ellos.- ¡Todo México les conocerá y ganaran mucho dinero!

- El dinero es lo de menos.- contestó Héctor mirando el contrato.- Me preocupa que tendremos que irnos de gira por un año entero. Yo.. no soportaría estar lejos de Coco en tanto tiempo. 

- Pero cuando vuelvas imagina todas las cosas que podrás hacer. Podrías comprarle más ropa a tu hija, mejorar tu casa y tener una mejor calidad de vida. 

- Yo.. no estoy seguro. Es díficil aceptar sin hablarlo con mi esposo. 

- Ernesto ya aceptó.- el Rivera abrió los ojos sorprendido.- Solo necesitamos tu firma, y si no te convence puedes pensarlo y darnos una respuesta en.. ¿esta bien hoy a las ocho? 

- Si, esta bien.- respondió dudoso. 

Pasaron las horas y Héctor estaba sentado en el patio de su casa mirando jugar a su hija con los hijos de Imelda, los niños correteaban de un lado a otro mientras él en su mente pensaba que hacer con esta situación. Pensaba que el dinero que ganaran sería para la eduación de su hija y para algunas reparaciones de su hogar. Empezaba a convencerse, de todos modos solo sería un año ¿cierto? Luego volverían a ser la familia que eran. 

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Coco quedo sola esperando día con día la llegada de alguno de los dos, pero ellos jamás llegaron. Imelda, su vecina y amiga de la familia, decidió cuidarla y tenerla bajo su cuidado junto a sus otros dos hijos a los cuales el padre falleció antes de conocerles. Francisco habria sido un excelente padre para Julio y Rosita, y no como su padre que la abandonó cuando su madre ya tenía muchos hijos. 

Ese fue el resentimiento interno que ella tenía hacia los hombres pensando que todos hacian lo mismo de abandonar a sus hijos. Llegó a creer que habia buenos hombres como Ernesto y Héctor, pero cuando el primero se fue aquel empezó a dudar y cuando Héctor también lo hizo desaparecio por completo. 

La niña creció trabajando en el taller de Héctor hasta la juventud donde finalmente Julio, el hijo mayor de Imelda, le pidió matrimonio. Al tiempo de casarse nació su primera hija Victoria y luego Elena, ambas conservando el apellido Rivera de su madre. 

Tuvieron que pasar un par de décadas para llegar a este punto de su historia. Coco paso de ser una bella y dulce zapatera a una cariñosa y olvidadiza abuelita. Imelda falleció a mediana edad, Victoria murió antes que su tía Rosita y su padre Julio hace solo unos cinco años. 

De los últimos descendientes de la familia Rivera estaban Abel, Rosa y el joven Miguel. 

Nunca se supo que sucedió con los papás de Mamá Coco y eso era un tema que Elena trató de cuidar lo más que pudo para no crearle disgustos a su madre que andaba delicada de salud. Coco llegó a tener cien años y tenía el inocente deseo de un niña de volver a ver a sus padres. 

La última canción que escuchó de la voz de ambos tenía un Recuérdame en ella. 

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