7- Magia oculta

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Debíamos buscar a ese tal Roberto para intercambiar las monedas y luego comprar el libro, tan solo pensar en esa estúpida travesía solo para no meterme en problemas con la bruja de Caillic me mantenía con dolor de cabeza.

Todo el camino hacia la casa del hombre, dónde tuve que preguntar a cada persona que me encontraba fue duramente obtenido como una forma de socializar con completos desconocidos, extraños que lograban rápidamente encantarse con mi aire de realeza, cosa que para ellos debe ser un término algo desconocido al menos desde hace décadas, han obtenido una democracia, su sociedad ha avanzado de forma muy distinta a mi reino, puede que ellos tengan la tecnología para cubrir las grietas del Tubaiste, sin embargo, no es posible incluso con ello, una parte de su reino está cubierto por la desafiante e incontrolable naturaleza, los árboles retorcidos, los animales salvajes, han creado una barrera invisible para olvidar todo ello, mientras se dejan llevar por los avances olvidan ya el color de las hojas de los árboles en primavera, o acaso un olor que no sea a humo, es así, han logrado obtener su protección en contra de la cruel naturaleza, y al evitarla han caído en un abismo que los devora sin darse cuenta.

— Es increíble, tienen esos focos que se prenden y apagan solos, además hay una especie de caballo con ruedas gigantes.

— Eso es un tren — traté de explicarle a Sally, mientras no paraba de sorprenderse por cada cosa que observaba.

— ¡Deberíamos enseñarle al rey, para que produzcan de esos en Merland!

— No pienses en eso ahora, apenas pueden sobrevivir.

— Pero aquí parecen estar perfectos, como si el Tubaiste nunca hubiera sucedido.

— No te dejes engañar por su fachada, en estas casas que recorremos, ya no vive gente, no hay árboles, no hay animales cerca, no tienen agua.

— No hay gente viviendo aquí — trato de observar por las ventanas —. ¿Por qué?

— Murieron, o tuvieron que desplazarse.

— Hasta hace unos pocos metros había bastantes personas — murmuro Sally notando las calles vacías.

Mientras más caminábamos, más nos encontramos con un la realidad, delante está la fachada, y en el centro ocultan las consecuencias del Tubaiste.

Finalmente, Sally y yo llegamos a lo que quizás fue la última casa del estado, dónde vivía la única persona en aquella zona, un hombre de unos veinte tantos.

— ¿Qué quieren? — pregunto entre abriendo la puerta.

— Queremos venderle unas monedas — exclamó Sally con una sonrisa.

— Somos de Merland — agregué sacando las monedas, las cuales el sujeto me arrebato con un extraño éxtasis en su rostro.

— Esto es perfecto, una moneda de oro de Merland, ya tenía la de plata y la de bronce, justamente me faltaba la de oro — comenzó a murmurar para sí mismo, hasta que se cansó de mirar la moneda y se dirigió a Sally.

— Señorita — le sonrió de forma sospechosamente amable —. ¿Cuánto desea por esta hermosa e invaluable moneda?

Sally no lo dudo, me miro a mí para que terminara el trato.

— Son 100 Reines — dije sin pudor.

— Vaya, qué barbarie — se rio —. Eres muy astuto, bueno, no puedo discutir contigo, no hay casas de cambio, y dudo que venga algún extranjero de Merland en mucho tiempo, debo ganar esta moneda.

Roberto nos dio el dinero, Sally seguía mirándome con asombro.

—Obtuviste mucho dinero, mi príncipe.

La partícula del ordenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora