Capítulo I

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Hinata abrió los ojos, susurró unas palabras y activó su bykugan. Igual que había ocurrido las veces anteriores, su dōjutsu no funcionó. Frustrada, se mordió el labio inferior al tiempo que repasaba el camino visible por la exigua luz de la luna. Había resbalado en tres ocasiones a causa de la mezcla de hojas, tierra húmeda y rocas porosas que hacían que el terreno fuera irregular... Un movimiento a su lado, le hizo contener el aliento.

Ladeó un poco la cabeza y contempló el perfil de su líder: su frente, en parte cubierta por los mechones azabache de su cabello, estaba limpia de líneas de tensión; sus labios, yacían juntos y a penas presionados. Cualquier persona hubiera dictaminado la serenidad masculina como verídica. Pero ella, era capaz de ver la realidad detrás de esa máscara.

Hinata movió sus labios, decidida a expresar lo que le preocupaba. Se abstuvo en el momento que él la vio de refilón. Los ojos de su superior no eran nada especiales: pequeños y de un negro común, carecían de brillo y de fuerza al entornar un objetivo; aunque, era esa misma falta de vitalidad, lo que los hacían tan perturbadores. Hinata captó la censura de su mirada y bajó la cabeza, avergonzada. Era una shinobi de rango y tenía que dominarse. No debía temer. Sin embargo, para ella, la privación de su dōjutsu equivalía lo mismo a estar desnuda.

Él lideró la caminata y ella movilizó su cuerpo. Supo que algo estaba a punto de acontecer cuando el crujido de una rama la estremeció.

Sus ojos corrieron de sombra en sombra, rápidos, ansiosos, pero incapaces de enfocar con la claridad acostumbrada. De la nada, una portentosa luz bañó el bosque. El resplandor fue tan invasivo que Hinata tuvo que cubrirse el rostro con las manos. Desistió, sólo cuando de entre las aberturas de sus dedos una silueta se fue formando. Lo que en un principio figuró ser un bulto, poco a poco adquirió piernas, brazos y una cabeza. Era alguien alto, delgado y con muy mala postura.

Tan pronto la luminosidad no estuvo más y la noche volvió a reinar, aquel ser no necesitó de ningún brillo para destacar. Se trataba de un anciano ataviado con un traje clásico de dos piezas, que combinaba con un sombrero de copa del mismo color: negro. Un bastón le servía de apoyo y le ayudaba a disminuir la asimetría de sus hombros. Poseía una melena larga, lisa y blanca, que enmarcaba un rostro cadavérico y oscuro. Hinata, supersticiosa, estuvo a poco de caer en la tentación de persignarse.

El extraño, apático y débil, no tardó en desplazarse. La kunoichi tuvo la impresión que pasaría de ellos, pero no fue así. Él se detuvo, estiró el cuello y arrugó la nariz.

—Humana... —murmuró el octogenario, manteniendo los ojos cerrados—. Tu olor es demasiado fuerte. Me martirizas.

Hinata, tan avergonzada como confundida, inclinó la cabeza y recogió el aroma de su hombro izquierdo. El hedor pútrido que detectó, le revolvió el estómago.

¡¿Esa fetidez provenía de ella?!

La hediondez se asentó en su nariz y las arcadas fueron inevitables; sentía como si estuviera encerrada en una habitación mohosa repleta de huevos y carne podrida. La revolución de su estómago pronto la hizo expulsar pedazos gelatinosos de algo que no logró identificar. Aquellos trozos eran tan grandes que cubrían la mitad de su palma. Horrorizada, buscó con la mirada a su superior, necesitando del halo de cordura que sólo él podía darle.

Su corazón se dilató al no encontrarlo.

Quiso gritar, pero las arcadas no le daban espacio de articular una sola palabra. Cuando pensó que la inconsciencia la reclamaría, el rostro del anciano se encimó sobre el de ella. Él abrió la boca y sopló contra su cara. Contrario a lo que esperó, un aroma fresco y agradable la golpeó. Seguidamente, él sacó la lengua y se acercó con la intención de dejarle una caricia en su mejilla. La urgencia de huir la sobrepasó, pero fue incompetente de emprender cualquier acción; sus extremidades se habían tornado demasiado pesadas como para separarlas del suelo y moverse.

Virginidad perdida- SasuhinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora