¿Quién nos apartará del amor de Cristo? ¿La tribulación, o la angustia, la persecución, el hambre, la indigencia, el peligro, o la violencia?
Romanos 8:35Diciembre, 2011.
Breckenridge, Colorado.La tormenta de nieve había comenzado a invadir Breckenridge. Desde la camilla del hospital, Adara observaba por la ventana cómo flotaban los copos de nieve en la densa oscuridad de aquella noche fría. Cerró los ojos e imaginó que extendía sus manos hacia afuera de la ventana, y los copos blanquecinos aterrizaban en sus pálidas manos. De pronto, deseó vivir.
Miró sus piernas débiles e inmóviles y todo su esquelético cuerpo conectado a los aparatos que se encargaban de mantenerla estable, y recordó que aquella era su vida. Y que no existía la menor probabilidad de disfrutar del invierno o congelarse en medio de la tormenta. Jamás podría siquiera sacar sus manos por la ventana para tocar los copos de nieve como solía hacerlo. Jamás podría correr por un parque lleno de flores en primera, o nadar en la playa en un día soleado de verano.
A sus catorce años no podía anhelar vivir de la misma manera que vivían los jóvenes de su edad. Estaba postrada en aquella cama, sin esperanza y con un intruso viviendo dentro de ella, acabando y destruyendo todo su organismo.
Aquel intruso tenía nombre, y era cruel. El cancer de pancreas se infiltró inadvertido en su vida, de manera silenciosa, casi inadmisible. Con síntomas leves, e insignificantes haciéndose invisible sigilosamente, cómo un huésped audaz. Y aunque todo aquello parecía una pesadilla, para Adara lo más doloroso no fue haber sido diagnosticada con cancer pancreático a los doce años. Su peor pesadilla y su más terrible enfermedad ha sido el abandono.
Las quimioterapias y todos los tratamientos a los que había tenido que someterse no eran tan dolorosos como el último recuerdo que tenía de su madre. Un recuerdo que martillaba en su memoria desde muy pequeña. Aquel último adiós la perseguiría hasta la muerte.
¿Cómo podía una joven recordar algo que sucedió cuando tan sólo tenía cinco años?
Quizás era cierto aquella frase que escuchó de una de las enfermeras hace unos meses atrás; Los niños son como cemento fresco, cualquier cosa que caiga sobre ellos, dejará una huella". Y Adara llevaba esa huella grabada en su corazón desde muy pequeña.
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Aquel otoño del 2002, Adara tan sólo tenía cinco años cuando su madre emprendió un viaje junto a ella. Adara sostuvo su cuaderno de dibujo favorito durante todo el trayecto en el auto. A pesar de que una música agradable sonaba en la radio, el llanto de su madre era más audible. Era muy pequeña cómo para entender lo que sucedía, pero si algo sabía era que su padre tenía meses sin regresar a casa. Que su madre lloraba todos los días, y que ambas lo extrañaban mucho.
Adara buscó entre las páginas, el dibujo familiar que había echo en el jardín de niños. Acarició la silueta que había dibujado de su padre y sonrió con la esperanza de que aquel viaje las condujera hacia él.
Miró por la ventanilla del auto y se fijó en los grandes árboles decorados con hojas anaranjadas y marrones. Un paisaje hermoso que más tarde podría intentar dibujar. Unas horas después, el auto se detuvo, y Adara se percató de que estaban frente a un enorme y antiguo edificio.
Su madre apagó la radio, sintiendo como el alma se le encogía dentro de ella. Apretó el volante con fuerza y dejó salir una vez más el llanto que intentaba contener.
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Primavera en invierno ©
RomanceHundida en la desesperanza, lo único que Adara desea es que su sufrimiento termine. Anhela cerrar los ojos y dejar su último suspiro en aquella habitación de hospital. Quiere rendirse. Quiere dejar de luchar. Cuando conoce a Daniel, un rayo de espe...