Que dios te bendiga

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Había pasado un día de lo ocurrido, de aquel extraño accidente en donde Changbin no murió, pero parecía como si así fue, y en el cual un niño le dijo que se deshiciese del crucifijo. A ello se le sumaba el sentir una presencia observandolo fijamente, oir pasos detrás suyo y el molesto pitido en su oldo izquierdo. ¿Qué podía decir en su defensa? Absolutamente nada. Él se lo había buscado, el lo había querido y, si había funcionado, aún lo quería.

Sin embargo, estaba asustado... Y no se quitaría el collar. Según investigó en el libro donde estaba la invocación, una vez que se le ignoraba al espíritu, este se aburriria y, eventualmente, se iría por su cuenta. ¿Acaso el mismísimo Diablo se iba? ¿Acaso Changbin necesitaba recurrir a un curandero o algo asi? No.

¡Por supuesto que no! Iba a ser valiente, iba a acostumbrarse a vivir con una mirada encima, con un irritante pitido en su oreja, e iba a olvidar toda esa extraña resurrección. Fingiría que no vio el color sangre en los ojos de su doctor, y que el niño del hospital tenia algún tipo de enfermedad mental, la cual lo hacía alucinar y ver cosas que no estaban alli. ¡Tal vez podria mentirse a sí mismo y pensar en que estaba enfermo mentalmente también! Y lo hizo.

Fue entonces aquel dia, el segundo -para ser exactos-, al cual Changbin maldijo/bendijo de por vida.

Los Seo se dirigían a la iglesia en el Triumph Herald verde de Hyunjin. El pelinegro llevaba puesta su ropa casual: camiseta blanca, abotonada hasta el cuello y dentro de unas pantalones cortos, negros. Unos calcetines blancos cubrían sus piernas hasta sus rodillas, y las guillerminas negras con abrojos lo hacían ver elegante.

Cualquiera diría que tenía aspecto de niño de diez años para su edad, pero asi era la ropa que su madre compraba para él, y al ser de contextura pequeña era aún más confuso.

Estaba bien, porque la mayoria de las personas en Holmes Chapel vestían así, incluso si en su escuela crean que lucía como un idiota por no llevar lo que la mayoría de chicos de dieciocho años llevaban.

Yeji lucia muy bonita con su vestido por las rodillas y zapatos planos; toda de blanco. Su madre iba exactamente igual, con el cabello suelto de manera preciosa, y su padre iba de camisa blanca y pantalón negro, reción salido de la ducha.

Todos oían una -obviamente religiosa- melodia que le daba gusto oir a la familia, e incluso se la sabian, pero no eran lo suficientemente exagerados como para cantarla al unisono.

Bueno... Un poco.

"Oh, no" Changbin murmuró mientras observaba por la ventana un accidente que habia a lo lejos, en un borde de la carretera la cual su padre conducia.

Yeji intentaba observar por la ventana de su hermano mientras Ryujin tapaba sus ojos y murmuraba en voz baja algo inentendible. Hyun frunció su ceño y manejo a más velocidad, intentando pasar rápidamente para que ninguno sintiese tristeza o impresión.

Changbin se acercó más a la ventana, curioso, observando a través del vidrio cuando estuvieron frente al desconocido auto hecho trizas, y el tiempo pareció ir más despacio mientras presenciaba una figura totalmente negra, alta, de hombros anchos y con algo largo en su mano. Estaba de pie a un lado de uno de los cuerpos en el suelo, e incluso si sus ojos no podian verse, el chico sabía que, al menos por un momento, tuvo aquella escalofriante mirada sobre el. Ningún oficial o enfermero pareció notarla, pasando de ella como si no estuviese alli, siendo imposible de ocultar.

¿Aquella era la cosa que había llamado? ¿Por que sentía un extraño ardor en su antebrazo?

Rápidamente volvió su vista al frente y tragó con fuerza la bilis que subia por su garganta, pretendiendo que todo estaba bien. Nada ni nadie podria quitar aquella imagen de su mente: al hombre ensangrentado, con su vista perdida y piel algo morada. A los enfermeros y policias hablando entre ellos, mientras aquella figura estaba alli... Como si nada.

Dancing with the devil || minbinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora