Capítulo 1

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Los ojos de Irene no se despegaban del cursor titilante del documento que había abierto hace más de dos horas. Todos los días lo intentaba, pero nada era lo suficientemente bueno como para escribirlo.

Era oficial, tenía un bloqueo.

Y eso era malo. Muy malo. Ella, tan optimista, creyó que el segundo libro llegaría a su mente tan rápido como el primero y aceptó un contrato del que, en esos momentos, se arrepentía enormemente. ¿De dónde iba a sacar una historia decente en dos meses? Era una locura.

Su papá siempre le reprochaba lo impulsiva que era y que algún día eso le traería problemas. Bueno, ahora estaba en uno y bien grande.

Alguien resopló a su lado, haciendo que pegue un salto en su silla. Se giró y vio a Apolo, su hermanito, totalmente instalado en su cama jugando con el celular.

¿A qué hora había llegado?

–¿Qué haces acá? ¿No tenés cama?

Apolo despegó los ojos de la pantalla, como si contestarle a su hermana fuera una obligación de lo más aburrida.

–Papá tiene la música muy fuerte.

Irene levantó la cabeza prestando atención por primera vez al sonido que venía de afuera. Hasta ahí no llegaba tan claro, pero estaba segura de que estar en el cuarto de Apolo sería insoportable.

–¿Otra vez? –se quejó la chica. Apolo asintió resignado.

Esas canciones románticas melancólicas solamente tenían una explicación. Su papá estaba extrañando a su amado esposo y no encontraba mejor forma de expresarlo, que, atormentando a sus hijos y de paso, también a los vecinos.

–Pero si se fue ayer.

–Ellos son así –dijo Apolo, por toda explicación.

Irene frunció el ceño y recordó su molestia inicial.

–Primero tienes que pedirme permiso para entrar aquí.

El niño emitió un sonido para hacerle saber que la había escuchado, lo que aumentó considerablemente su enojo. Sin embargo, no dijo nada más y volvió su atención a la computadora.

–¿Todavía no tienes nada? –escuchó preguntar a su hermano. Ella lo miró de reojo y negó, enrollando un mechón de su cabello entre sus dedos, era un acto compulsivo que siempre lograba tranquilizarla. De otra forma, tal y como estaban las cosas, ya hubiera tirado la computadora por la ventana.

Irene nunca tuvo problema para expresar una idea en un papel. Desde niña escribía cuentos o armaba historias para entretener a Apolo cuando sus padres estaban ocupados. Y en la escuela era la encargada de armar respuestas o redactar informes y monografías. Para ella escribir era como respirar, pero resultó que escribir por obligación le estaba quitando todo el aire.

–Capaz en el viaje se te ocurra algo.

Pero Irene no pudo contestar a eso, porque fueron interrumpidos por su papá, que entró campante a su habitación, dejando una pila de ropa sobre la cama de Irene. Al sentirse observado por sus dos hijos, los miró enarcando ambas cejas.

–¿Qué?

La chica instintivamente negó y se apresuró a acomodar la ropa de forma automática.

Nicolás la vio ir y venir de la cama a su armario entrecerrando sus ojos y luego puso toda su atención en su hijo menor, que lo miraba con sus ojitos color cielo tan idénticos a los suyos, desafiante.

–¿Ya preparaste todo para mañana?

–Sí.

–Qué raro, porque acabo de dejar tus remeras limpias en tu cama.

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