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Duele. Duele mucho.

No puedo más.

Me quiero rendir.

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Me tumbo en mi cama, mirando al techo entre el silencio abrumador que reina en mi habitación. No hay nadie en mi casa. Solo estoy yo. Soy capaz de escuchar los sonidos que emiten mis vecinos en sus respectivas casas. Ahora debería estar haciendo algo entretenido, pero no lo estoy haciendo.

Siento algo frío que recorre mi mejilla, y baja. Lentamente, hasta que toca la sábana que se encuentra en mi cama. Una sábana blanca y limpia. Creo que mi madre la cambió hoy. 

Aquello que cayó a la sábana era una lágrima. Siento un vacío horrible. No sé quién soy. 

Suspiro y me levanto con escasas fuerzas, caminando hasta la puerta de mi habitación y abriéndola. Salgo al salón, y doy lentos pasos. "Qué pereza", pienso de manera inconsciente. Escucho el piar de mis pájaros. No sabría decir si estaban ansiosos, felices o completamente desgarrados emocionalmente. Me recuerdan a alguien.

De repente me encuentro frente a un gran enemigo mío. Un espejo. Me miro, preguntándome una y otra, y otra vez. "¿Qué me pasa?" "¿Qué me pasa, espejo?" "¿Quién soy?"

Suspiro una vez más. Miro a mi alrededor, y veo unas tijeras sobre el tanque del inodoro. No se por qué, pero decido cogerlas y comenzar a cortar mechones de mi pelo de manera descuidada. Uno tras otro. Caen al lavabo y se van al encender el grifo.

De repente me acuerdo de la discusión que tuve con mi madre hace unos días. Ella relataba mi disforia como una invención y estupidez adolescente, y ciertamente comienzo a dudar al respecto. "¿Y si lo que siento no es real?"

Duele saber quién eres, pero duele más no saberlo. 

Hace aproximadamente un mes, le escribí una carta a mi progenitora, en la  cual le explicaba cómo me sentía.

Salió mal.

Al principio no parecía cerrarse a aceptarme. Me quería entender. Pero dos días más tarde, comenzó a gritarme y a decir que lo único que quería era morirse, porque nadie la respetaba. No entendí eso. No lo entiendo.

Resulta que jamás lo asimiló, y estaba sufriendo por mi culpa. Entonces decidí retractarme de mis palabras, y explicarle que 'me lo había inventado'.

Mierda.

Me arrepiento de mis acciones, sí. Me arrepiento de haber dejado esa carta sobre su almohada. Todo estaría bien ahora si jamás le hubiese dicho nada al respecto.

Ahora cada vez que tenemos un conflicto o discusión, saca el tema. Dice cosas como '¿Quién eres tú? ¿La rara del turno?' O 'Eso no es normal, y punto. Eres una puta cría, no sabes lo que dices'.

Auch.

¿Por qué? Cómo duele.

Además, mis amigos han dejado de ser mis amigos hace unos días, y mi madre culpó a mi salida de closet por ello. 

No creo haber hecho nada como para merecer lo que estoy recibiendo. 

Por culpa de sus palabras, ya no sé quién soy. Estoy reprimiendo mis sentimientos de tal manera, que me es imposible conocerme. ¿Soy trans o no? ¿Quién coño soy?


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