Capitulo 1

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Oh. Cómo me duele la cabeza. ¿A quién se le ocurre correrse una juerga la noche antes de empezar en un trabajo nuevo?
No suelo ser tan desastre. De hecho, probablemente sea la persona más organizada que jamás hayas conocido.

Emborracharme la noche antes de coger un avión a Los Ángeles no va conmigo. Pero tampoco tuve otra opción. Me acababan de dar el trabajo. Hace una semana era secretaria en un estudio de arquitectura. El lunes
por la mañana, mi jefa, Marie Sevenou, cincuenta y pocos años, francesa y muy respetada en ese mundillo, me llamó a su despacho y me pidió que
cerrara la puerta y me sentara. En los nueve meses que llevaba trabajando allí, aquella era la primera vez que sucedía algo semejante, así que me
pregunté si habría hecho algo mal. Pero como estaba bastante segura de que no, la preocupación dio paso a la simple curiosidad.

-Meg -dijo con su fuerte acento francés sazonado de angustia-, me
apena decirte esto.
Joder, ¿se estará muriendo?
-No quiero perderte.

Espera, a ver si la que se está muriendo soy yo... Perdón, a veces pienso
tonterías.
Prosiguió.

-Ayer estuve todo el día debatiéndome, indecisa. ¿Se lo digo? ¿No se
lo digo? Es la mejor asistente personal que he tenido y odiaría perderla.

Le tengo cariño a mi jefa, pero le va demasiado el melodrama.
-Marie -dije-, ¿de qué estás hablando?
Me miró fijamente con expresión desolada.
-Pero luego me dije a mí misma: Marie, piensa en cómo eras hace treinta años. Habrías hecho lo que fuera por una oportunidad así. Tienes
que decírselo.

¿A qué venía todo aquello?

-El sábado por la noche fui a una cena que daba un buen amigo mío. ¿Recuerdas a Wendel Redgrove? Un abogado muy influyente. Proyecté
para él una casa en Hampstead hace un par de años. Bueno, es igual, me estaba contando que su mejor cliente acababa de perder a su asistente personal y que no conseguía encontrar otro. Claro, me dio lástima, así que le hablé de ti y de que si te perdiera me moriría. De verdad, Meg, no sé cómo conseguía
arreglármelas antes sin ti...

Pero enseguida recuperó la compostura y clavando sus fríos ojos azules en los míos marrones dijo las palabras que cambiarían mi vida para siempre.
-Meg, Johnny Jefferson necesita un nuevo asistente personal.

Johnny Jefferson. El chico malo del rock. Un rubio de penetrantes ojos verdes y un cuerpo que ya le habría gustado a Brad Pitt hace quince años.
Era la oportunidad de mi vida, viajar a Los Ángeles para trabajar y vivir en su mansión. Convertirme en su cómplice, en su mano derecha, en su
persona de confianza. Y mi jefa, en un ataque de locura, me había recomendado para el puesto.

Aquella misma tarde conocí a Wendel Redgrove y al mánager de Johnny Jefferson, Bill Blakeley, un cuarentón con acento del East End londinense que llevaba la carrera de Johnny desde que dejó a su grupo Fence, hacía ya siete años. Wendel me ofreció un contrato junto con una estricta cláusula de confidencialidad y Bill me pidió que comenzara la semana siguiente. Marie, de hecho, lloró cuando le dije que ya estaba todo arreglado: me
habían ofrecido el puesto y yo había aceptado. Wendel ya había convencido a Marie para que me dejara marchar antes del mes de cortesía, así que solo tenía seis días para prepararlo todo; una misión difícil, por no decir
imposible. Cuando expuse mis dudas, Bill Blakeley fue muy claro:
-Mira, guapa, si necesitas más tiempo para arreglar tus cosas, es que no eres la persona idónea para el puesto. Llévate solo lo que necesites. Nosotros pagaremos el alquiler de tu casa durante los siguientes tres meses
y después, si todo sale bien, tendrás unos días libres para volver y hacer lo que sea. Pero necesitamos que empieces ya porque, francamente, desde que
la última chica se largó soy yo quien le tiene que comprar los putos calzoncillos a Johnny, y ya estoy harto.

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⏰ Última actualización: Jun 19, 2015 ⏰

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Johnny Be Good- Paige ToonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora