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                 El profesor de Anatomía, Lee Dongwook, era conocido por todos sus estudiantes como la pesadilla egocéntrica más divertida de toda la universidad de Bellas Artes de Busan

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                 El profesor de Anatomía, Lee Dongwook, era conocido por todos sus estudiantes como la pesadilla egocéntrica más divertida de toda la universidad de Bellas Artes de Busan. Con cuarenta y siete años, pelo que poco a poco era invadido por canas y una cicatriz que atravesaba su cara desde la ceja derecha hacia la comisura izquierda de su boca, solía creerse el centro del mundo y ser el estereotipo de docente que pasa la mayor parte del tiempo hablando de su vida y no de las unidades del temario establecido por el consejo de educación terciaria.

Sus clases consistían en módulos de noventa y cinco minutos en los cuales marcaba una consigna y, mientras la mayoría de sus estudiantes se echaban las manos a la cabeza por no comprender con exactitud las proporciones del cuerpo humano, se sentaba con completa impunidad en su escritorio, abría un libro de ciencia ficción, cuyo marcapáginas siempre se encontraba en el mismo sitio, y empezaba a hablar de lo interesante que había sido su vida en Francia, recorriendo grandes museos y adentrándose en la experiencia de desayunar, almorzar y cenar croissants como si no existiera otra comida en todo el mundo.

Aunque puede sonar fatalista, no era malo en su labor como mentor y era común en él, tras cuarenta minutos de palabrería absoluta y anécdotas descabelladas que se volvían más y más inauditas, ponerse en pie y recorrer pupitre por pupitre, señalando errores puntuales de cada lienzo para después pararse frente al pizarrón con una tiza blanca en mano y demostrar la sencillez con la que se podía retratar un cuerpo. Luego de su demostración de habilidad, procedía a reírse de sus estudiantes y comenzaba a dar discursos eternos sobre las distintas vanguardias del arte y la impresión que la anatomía humana había tenido en ellas.

Muchos consideraban su forma de educar, aunque entretenida, inapropiada. Cada estudiante inscrito a su asignatura solía tener palabras mediocres para su actuar extraordinario, algunas de ellas debatían la realidad de sus anécdotas y otras tantas se adherían a la vergüenza de admitir que sus clases eran disfrutables en cierta medida.

No era el caso de unos pocos estudiantes, que solían mostrarse ante el resto expectantes por lo nuevo que sería llevado a la clase, defendiendo que era una persona encantadora y que solo hacía falta comprender la energía con la que enfrentaba el mundo.

—Les prometo que tengo café aquí dentro. —Aquella tarde de mayo ingresó al aula con un vaso térmico en mano—. No es alcohol, lo intenté una vez y casi pierdo mi título como docente, así que, si algún día terminan siendo profesores, no lo prueben.

Algunos estudiantes le observaron con sonrisas en los labios, otros mantuvieron su vista fija en las ilustraciones atrasadas de distintos cursos.

—¡Hoy tenemos una clase especial!

El anuncio fue realizado con un aplauso escandalizado que aturdió a las personas más cercanas. Lejos de dar información sobre lo que sería la lección de la jornada, intentó dar una introducción a lo que le llevó a elegir una consigna como la que plantearía aquel día, perdiéndose en lo interesante que era el francés y porqué en su tiempo libre comenzó a dar clases de dicho idioma a interesados, cantando algunas canciones en el mismo para demostrar el buen manejo que tenía y luego, intentando llevar su monólogo a lo que era la clase, empezó a hablar de uno de sus estudiantes, al cual llamó Force. Apodo en francés para anunciar su fortaleza, presentándolo como uno de los mejores físicos que había visto hasta la fecha y describiendo la proporcionalidad de su cuerpo a semejanza de una obra de arte moderna digna de haber pertenecido al petrificado antropocentrismo griego.

ONOFFONOFF ┃ kookvDonde viven las historias. Descúbrelo ahora