CAPÍTULO 1

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— ¿Terminaste?—preguntó Jack, vendándose los puños con cintas negras y el pecho al descubierto.

— Sí, tengo cita con Rogers.- —respondió Max secándose el sudor.

Ambos caminaban por el gimnasio, el pozo, donde todos los matones, expertos del espionaje y combate, se enfrentaban cada tanto para entrenar. Donde, si no aceptabas una pelea, eras considerado un cobarde y te tratarían como su perro.

Jack avanzaba implacable por el lugar, pareciendo un león enjaulado, con su cabellera castaña y sus brillantes ojos verdes, imperturbable y listo para pelear.

Max observaba cómo todos estaban inmersos en sus entrenamientos, escuchaba golpes y quejidos por todos lados. Mirando hacia abajo, en el pozo había una pelea en curso; muchos animaban a su peleador desde arriba.

— Genial, te perderás mi pelea —reprocha Jack estirando los brazos sobre su cabeza.

— Te he visto pelear desde que tengo memoria. Perderme una pelea no hará diferencia. Además, sé cómo luces cuando vas a perder, y hoy no es uno de esos días —dice Max con media sonrisa.

— Bien, entonces dile a Rogers que te dé un respiro. Una pelea como las de antes no estaría mal, ¿no?

Jack salió trotando en dirección al pozo, no sin antes guiñar el ojo en complicidad. Estos últimos meses habían sido complicados para Max. Nuevos reclutas habían sido enviados desde otra sede del sindicato; eran unos años mayores que ella, pero su tarea era entrenarlos mientras el trabajo escaseaba. Ahora el jefe la había llamado a la oficina, y los negocios eran la especialidad del magnate, así que la chica ya se esperaba alguna tarea.

La joven se apresuró a la salida del gimnasio, haciendo resonar sus botas de combate. La gente que la veía pasar solo alcanzaba a ver su largo cabello rizado ondear al viento. Todos sabían lo que ella representaba; a tan temprana edad, su presencia se sentía como una fuerte presión en la atmósfera, vistiendo siempre atuendos de colores oscuros y texturas de cuero. Sencillamente, ella era la hija de la mafia.

Mientras recorría los largos pasillos de paredes grises y reforzadas, llegó al edificio donde estaba la oficina del jefe Rogers. Al entrar a la recepción, se sumergió en un ambiente totalmente diferente, uno de oficina, donde podía oler el montón de papeles desde lejos, muy diferente al olor a sangre y sudor al que estaba acostumbrada.

Pronto encontró la puerta y, tras dar dos toques, la abrió. Del otro lado escuchó un "adelante" y entró con apuro. Allí estaba él, sentado y concentrado en la pila de papeles sobre el escritorio. Detrás de él, sus dos guardaespaldas permanecían inmóviles a su presencia.

El jefe levantó la vista después de unos segundos y la observó detenidamente, revelando sus suaves arrugas y escasas canas, haciéndolo ver dominante. Un hombre con claros años de experiencia. Una vez fuera de su trance, habló.

— Max, bienvenida. Por favor, toma asiento —invitó haciendo un ademán hacia el asiento frente a él—. Imagino que ya sabes por qué estás aquí. Tengo un nuevo trabajo para ti, espero que te anime un poco.

Max se sentó y simplemente asintió hacia el hombre frente a ella.

— Veo que regresas del pozo. Espero que hayas tenido un grato entrenamiento. Seré breve, después te daré los detalles cuando tenga el papeleo —explicó guardando un fajo de billetes en un sobre.

— Lo escucho, señor —dijo la rizada con nuevo ánimo.

— Sabes de sobra que una de nuestras funciones es ayudar económicamente a nuestros socios corporativos, gente importante. En esta ocasión, mi paciencia se ha agotado con uno de ellos. No deja de pedir, pero no devuelve nada del apoyo que se le brinda. Lo he hablado con los demás ejecutivos, y hemos llegado al acuerdo de darle su última oportunidad —sonrió Rogers.

CRUELDAD Y REDENCIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora