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2021 

El bullicio de la universidad me envolvió en un torbellino de caras desconocidas y pasillos interminables. Caminaba entre estudiantes que parecían conocerse de toda la vida, mientras yo apenas empezaba a trazar mi propio camino en aquel lugar. Aunque no era exactamente lo que tenía planeado, sentía una extraña emoción al enfrentarme a lo desconocido. 

Había establecido algunas conexiones previas a través del grupo de WhatsApp de la inducción universitaria. Emiliano era uno de esos vínculos; sus mensajes se habían convertido en un respiro en medio del estrés que me generaba empezar desde cero. Sus palabras, llenas de simpatía y entendimiento, habían creado un lazo inesperado. Me preguntaba cómo sería conocerlo en persona, si su calidez virtual se reflejaría en la realidad.

Al doblar un pasillo, lo vi. Emiliano estaba recostado en un muro al lado de la puerta del salón, su mirada buscando algo entre la multitud. Reconocí sus rasgos instantáneamente: esos ojos vivaces y una sonrisa amistosa que recordaba de las fotos que enviaba a nuestro chat para que pudiera reconocerlo apenas llegara. Inhalé profundamente, reuniendo el coraje para acercarme. 

—Hola, Emiliano —llamé, tratando de proyectar seguridad a pesar de los latidos acelerados de mi corazón.

Él giró hacia mi voz y su rostro se iluminó con una sonrisa genuina.

—¡Hola! —respondió con entusiasmo, acercándose. Nos dimos un abrazo, como si fuéramos viejos amigos reencontrándonos.

La conversación fluyó naturalmente, como si los límites de la pantalla se hubieran disuelto. Hablamos sobre nuestras expectativas para el primer día. Mientras charlábamos, el nerviosismo inicial se desvaneció. La presencia de Emiliano resultó reconfortante para mí. Sin darme cuenta, ya estábamos en la segunda clase del día. La atmósfera del aula se llenó con la presentación del profesor y el ritual de presentación de los estudiantes.

En ese momento, un lápiz cayó cerca de mi pupitre. Lo recogí y se lo pasé a la persona más cercana, sin embargo, al mirar hacia arriba, me encontré con unos bonitos ojos café almendra. La persona a la que ayudé a recoger el lápiz me agradeció con una sonrisa rápida y se levantó para presentarse.

—Gracias —dijo ella con voz suave, desviando la atención del breve encuentro.

—Soy Isabella —anunció con una voz segura y decidida—. Tengo dieciséis años y escogí esta carrera por el amplio campo laboral que ofrece.

Sus palabras fueron sencillas pero resonaron con fuerza en la habitación que dejó a muchos presentes atentos a cada palabra que pronunciaba. Un pensamiento curioso se abrió paso en mi mente. Al mencionar su edad, ella tenía dieciséis años, lo que significaba que se había graduado muy joven del colegio. El hecho de que estuviera aquí, en la misma universidad y carrera que yo, probablemente significaba que éramos de la misma generación escolar, olvidada por las circunstancias del 2020, un año marcado por la pandemia del COVID-19. Con mis diecisiete años, nos separaba tan solo un año de diferencia. La situación actual había marcado nuestras vidas de manera diferente, y esa brecha de edad repentina me hizo cuestionar cómo habíamos experimentado esos tiempos turbulentos de aislamiento y cambios. 

A medida que avanzaban las clases y el día se desenvolvía, dejé pasar esos pensamientos. Me sumergí en las presentaciones, en las primeras impresiones sobre los contenidos de los cursos y en las dinámicas de la vida universitaria que comenzaban a tomar forma. Esperaba que esta nueva fase me trajera más que solo libros y tareas: quería vivir experiencias que me abrieran la cabeza, conocer a gente que sumara, y descubrir cosas que me sacaran una sonrisa. Aquel día era solo el comienzo y, de verdad, cruzaba los dedos para que trajera aventuras que valieran la pena contar.


2023 - Actualidad 

—No lo sé, ¿Sí la da? —la escuche decir mientras me mostraba en su teléfono una foto suya, se podría decir que mi persona era como un filtro de asesoramiento que utilizaba siempre que iba a subir alguna foto o video a sus redes sociales. Y yo no tenía ningún problema en serlo. 

No pude evitar fijarme en cómo sus ojos resaltaban con el filtro en blanco y negro.—Te ves espectacularmente bella en esta foto—. Comenté, dejándome impresionar por lo bien que lucía.—Tus ojos son lo más bonito de la foto, en serio.—Ella, en su característica modestia, volvió a detallarse a sí misma, probablemente inconsciente de lo impresionante que lucía en esa instantánea.

—Como dijo el perro, guau—. Le dije mientras ella se volteaba con una sonrisa adornando su rostro. Quería que ella viera lo impresionante que era a través de mis ojos, Isabella tenía esa mezcla de seguridad y vulnerabilidad que siempre se me ha hecho interesante. Desde hace tiempo, me di cuenta de que apreciar la belleza no se trataba solo de cumplidos, sino de ayudar a alguien a ver lo increíble que es, incluso cuando ellos mismos no lo ven tan claramente. 




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