Parte 2

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La mayor de las humillaciones no fué estar siempre desnudo. Con una cadena alrededor del cuello si salían, obligado a seguir a quien asesinó a casi toda la facción de su familia o de lo contrario no recibiría ni un bocado de comida como castigo, sino ver cómo Visenya era criada por Aemond como si fuera su propia hija.

La pequeña niña no tenía recuerdos de su verdadera madre, ni sospechaba el alfa encadenado siempre cerca de quien llamaba su mamá, era su medio hermano. Apenas tenía unos meses cuando su familia fué masacrada, con cuatro años su vida había Sido la que Aemond le mostró.

Una vez intentó decirle, pero Aemond azotó su espalda con un látigo que siempre tenía colgando en su cintura y le pidió a Visenya que saliera para educar al esclavo en privado. La niña bajó del regazo de “su madre”, asintiendo, y se llevó los juguetes tarareando la canción que Aemond y ella estaban cantando.

—¡¿Por qué le haces esto?!– Desde el piso, reclamó el castaño.

—¿De qué hablas? Pude haberla matado como tu puta madre ordenó acabar con la mía, sin miramientos igual que cuando me entregaron a Dalton. Pero decidí criarla y no contarle la horrible tragedia de su familia– Replicó cruzando los brazos Aemond, frío, y presionó la cabeza contraria bajo su pie, escuchando un gemido de dolor– ¿Qué ganas diciéndole la verdad de todo eso que pasó, aparte de traumatizarla de por vida?

—¡Y tú fuiste quien lo ocasionó!– Chilló entre dientes.

—¡Ustedes me obligaron ser lo que soy, ¿No es cierto?! ¡¿O esperaban muriera luego de la primera noche?! No me extrañaría, todavía no despertaba mi primer celo– Retiró su pie y se agachó levantando la barbilla ajena con fuerza. El cuello de Lucerys se quejó, las lágrimas se acumularon en su ojo verde al encontrar otra vez la pupila amatista vacía, cobrar vida como un fuego abrasador despertado luego de soportar vientos despiadados. Las dos gemas, esmeralda y zafiro, se encontraron en dónde debería estar un ojo de cada ino. Odiaba sentir que el omega tenía razón y más aún que  persistiera la culpa por no haber logrado salvarlo. Los labios rosados en el bello rostro de Aemond se estiraron en una sonrisa casi dulce y se acercó a su oído susurrando:– Tiene suerte no tiene tu cabello o el color, Luverys. Habría acabado con ella en Harrenhall tal como hice con tus dos hermanos bastardos de ser así.

—Si me odias tanto, ¿Por qué no me mataste aún?

—¿Y desperdiciar esto?– Lo empujó por los hombros depositándolo en el suelo. Las marcas abiertas del latigazo ardieron al entrar en contacto con el frío suelo, Aemond se sentó sobre la entrepierna del castaño, frotando la erección del alfa con su entrada– Me vengué de tu madre, ejecuté a todos los Strong como hicieron con la mía... ¡Ah~! ¡Y recuperé lo que es mío! No me he olvidado los dioses quisieron estuviéramos destinados. ¿No es risible?

Mientras hablaba no paró de hacer fricción moviendo en vaivenes su cadera, riendo entre gemidos viendo cómo Lucerys se estremecía de pies a cabeza luchando entre la lujuria, remordimiento, impotencia y el rencor. Que se rindiera a lo primero siempre era el verdadero placer para el omega. Porque significaba el castaño aún no podía parar de desearlo.

Abrió su boca, jadeando al sentir su ropa se humedecía y la cabeza del miembro palpitante perteneciente al castaño hacía fricción más fácil. Su propia entrepierna también estaba despierta y masajeó su propia longitud.

Entonces, una mano extra se posó sobre la suya y apretó su agarre. Gritó entre el dolor y placer, y arqueó su espalda. El cabello plateado a estas alturas no se despegaba de la piel expuesta en su espalda por el sudor, y sus brazos rodearon el cuello de Lucerys mientras el alfa levantaba el vestido ajeno con ambas manos todavía encadenadas por las muñecas, para poder entrar en él.

Lo Muerto No Vuelve A Morir Donde viven las historias. Descúbrelo ahora