I

349 19 48
                                    

La brisa mañanera era lo que más odiaba Harry. Cada día era un nuevo empezar, y su única motivación era el arte.

Cuando cumplió los tres años, le empezó a interesar más todo tipo de colores. Claramente, tenía sus favoritos, tal el caso del rosado. A los cinco años, sus padres lo llevaron a conocer por primera vez un museo: la National Gallery. Una de las mejores y entusiasmantes experiencias que recuerda, ese día trató de comunicarle a sus padres cuánto apreciaba cada obra.

Las visitas a otros museos, las obras que él mismo hacía y los cuadros comprados por sus padres eran cada vez más concurrentes que, a sus ocho años, fue anotado al mejor colegio de arte de su ciudad. Su primer día en aquella institución fue encantador, un amanecer de los sentidos y el espíritu. Cada cosa que iba aprendiendo se convertía en un lienzo inmaculado, ansioso por ser impregnado con su desbordante creatividad y pasión, como pinceladas vivas en un cuadro sin terminar.

En la actualidad, con sus diecisiete años, siempre describió a la pintura como una poesía ciega, la cual utiliza el lenguaje del alma, el susurro del viento y el latir del corazón para transmitir sus secretos más profundos. Su mayor inspiración era Vincent Van Gogh. Si Harry hubiera nacido antes, daría su vida y cobraría justicia a mano propia por él.

──────────

Harry bajó de las escaleras revoloteando sus manos y moviendo sus rulos por el constante movimiento. Se dirigió a la sala con pasos apresurados, recordando mentalmente si no se había olvidado algo en su habitación. Las cortinas de la casa estaban cerradas, las plantas del interior relucientes en cada zona.

Se encontró a sus padres sentados en el sofá, mirando un programa de noticias en la televisión, mientras desayunaban como cada mañana de lunes a viernes. El ojiverde se adentró a la sala caminando despacio, su mirada deslizándose entre sus dos progenitores mientras veía cómo apartaban sus miradas de la pantalla y se volteaban a verlo con una sonrisa.

—Me voy, ya llegaron a buscarme. —La voz de Harry seguía casi apagada por el horario temprano. Se acercó más cerca del sofá, agachando su torso para saludar a su madre, y luego dirigiéndose al lado de su padre para hacer lo mismo. A los dos los saludaba con un beso en la mejilla.

Comúnmente, por las mañanas Harry no podía desayunar. Su estómago era muy sensible a cualquier comida que pruebe, incluso si era solo un pedazo de dulce. En cambio, iba más por los batidos y cafés, pero generalmente los tomaba a mitad de la mañana, si su estómago se apiadaba. Había probado con una rutina de desayuno ligero, empezando el primer día tomando solo un té, por más que lo odiaba, y era cómico, odiarlo aunque viviera en el país reconocido por tener ceremonias de té. Nada funcionó, y el plan cayó al tercer día, cuando antes de salir desayunó un yogur de frutilla mezclado con almendras, semillas de sésamo y unos pequeños trozos de frutilla, y resultó con que en el camino al instituto de artes le diga al chofer que pare el auto, y sin ninguna explicación, abrió la puerta trasera para salir y vomitar en medio de la avenida.

Sus padres lo observaban con ojos brillosos, llenos de amor y aprecio.

—Cuídate y disfrutá. —Su padre habló, apoyando la medialuna a medio comer en un plato de vidrio colocado en la mesa del centro, antes de hacer el amago de buscar algo en su bolsillo de camisa. —¿Necesitas plata por si acaso?

Harry negó con un gesto de cabeza. —Ya tengo, pá. Quería avisarles que al salir del colegio voy a ir a comprar a una tienda de ropa que se abrió ayer, por si quieren algo de ahí. —Sus ojos verdes observaron mientras sus padres pensaban con su mirada en algún punto fijo, sus atuendos arreglados y planchados listos para salir. De inmediato, negaron y lo agradecieron por preguntarlos, de igual manera.

calm, cake. | l.sDonde viven las historias. Descúbrelo ahora