Mi persona favorita

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Desde el día en que se fue la última se sus primas, Lincoln y su hija se unieron más que nunca. Se fueron acercando de manera paulatina e inexorable, sin que sus miedos y prejuicios pudieran interponerse en su reencuentro.

Loan estaba encantada de tener a su padre por completo y para ella sola. Desde que salió del hospital, había vuelto a ser el de antes; el que era cuando su madre vivía. El hombre encantador que era todo sonrisas y cariños. El hombre que la colmaba de mimos y la atendía como lo que siempre debió ser: la persona más importante en su vida.

Lincoln nunca le reprochó lo que había hecho. Jamás la culpó, y no habló de ello hasta que Loan lo hizo por sí misma. Los primeros días, cuando todavía estaba tan débil y la casa ya estaba inusualmente callada, instaló una colchoneta para dormir con ella en su habitación. Durante el día, se hacía cargo de la casa y le contaba sus planes para el futuro. Le pedía perdón, y le juraba que tan pronto como mejorara, organizarían sus vidas juntos y buscarían la manera más adecuada para ayudarla.

La joven suspiraba y sonreía. No era tanto que confiara en la promesa de su padre, sino que se daba cuenta de que ya estaba recibiendo lo que necesitaba. Ahora que la tristeza por su madre había cedido, ahora que las presiones se habían ido, notaba que su mente funcionaba mejor. De alguna manera intuía que, si su padre seguía demostrándole su amor y ella era cuidadosa con sus medicaciones, todo iba a estar muy bien.

Pronto fue capaz de levantarse y ayudar a su padre con la mayoría de los quehaceres. Con solo dos personas, las labores de la casa se redujeron a su mínima expresión. Tenían las más amplias posibilidades de convivir juntos; y gracias a ello, no pasó mucho tiempo antes de que Loan lograra algo que no pudo hacer durante mucho tiempo: salió de la casa, y dieron un paseo por el barrio. Caminaron unas cuantas cuadras, regresaron, y al final se tendieron sobre el jardín de la casa; para contemplar juntos el atardecer.

No fue sencillo. Loan tenía mucho miedo. Pero gracias a la suave insistencia de su padre, y al hecho de que su vida se había vuelto mucho más tranquila, pudo lograrlo.

Loan terminó disfrutando el paseo. Le encantó sentir el frescor de la brisa sobre la piel de su cara, la sensación del pasto suave y mullido bajo su cuerpo; y el aroma y la calidez de su padre, a unos de ella.

Quizá no era mucho. Pero era un buen comienzo.

***

Para Lincoln, el intento de suicidio de su hija fue la lección de vida que necesitaba. El acicate para dejar de rehuir sus obligaciones, olvidarse de sí mismo, y confrontar de una buena vez sus sentimientos y temores.

Las primeras noches le fue muy difícil dormir. Se despertaba sobresaltado, mortificado por los sueños en los que su hija no lograba sobrevivir. Lloraba al pensar en lo cerca que había estado de perderla, y en lo increíblemente estúpido y cobarde que había sido durante todos esos años.

¿Cómo se atrevió a abandonar a su hija? ¿Cómo pudo dejarla a merced del nido de víboras en el que se había convertido su casa?

Maldita sea... ¡Debería estar en la cárcel por negligente! Pero no: ni siquiera tenía que pensar en eso. Era otra manera de ser cobarde. Lo que tenía que hacer, era enfrentar la situación. Darle a su hija todo el amor y la atención que siempre necesitó. Ya era hora de que se convirtiera en el padre, el amigo y el guardián que siempre debió ser.

Comenzó inmediatamente. Se esmeró con su hija, le brindó toda la atención y el apoyo que necesitaba, y se aseguró de que estuviera bien, cómoda y le contara todo lo que le producía problemas. Muy pronto notó que Loan comenzaba a mejorar. Ya no parecía tan nerviosa; sonreía con mayor facilidad, y ahora lo buscaba para hacerle cariños y darle de vez en cuando un beso o un abrazo sorpresivo.

Te adoro, mi amor (Loancoln)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora