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No pasaban de las 12 am, ni siquiera tenía sueño pero no tenía mucho que hacer, mis opciones eran: hacer toda la limpieza otra vez o tejer, pero ninguna parecía atractiva, ahora que el ambiente estaba en calma, mi cuerpo estaba haciéndome notar cada golpe, mis manos dolían por haberme aferrado a mi cabello cuando mi esposo me arrastraba por el suelo, en mis piernas y rodillas el dolor se extendía por casi toda la zona por los impactos de mi cuerpo contra el suelo, mi cara claramente era la parte que más me hacia jadear incluso cuando una brisa rozaba mis mejillas, podía notar la marca de su mano inclusive sin mirarme al espejo, se sentía, cada borde de sus dedos y su palma que se mantenían con un incesante latido.

Hablando de la brisa caminé hasta el balcón del departamento sintiendo mis piernas flaquear por mi terrible pavor a las alturas, pero mis acciones y pensamientos fueron detenidos cuando los tranquilos acordes de una guitarra en compañía de una dulce pero melodiosa voz se hicieron presentes sin ser conscientes que su solitaria música ágora tenía público. Me mantuve inmovil aferrada a los picaportes de las ventanas atenta a como los acordes y las progresiones salían con naturaleza de las cuerdas de la guitarra y también de aquella voz soprano, no entendía ciertas palabras, pero no era necesario para saber que su canción era melancólica, era una tortura pero aún así me acerqué más al balcón obteniendo un mejor sonido, las cuerdas de la guitarra vibraban de manera perfecta, no eran las protagonistas de esa noche, solo un acompañamiento de las palabras entonadas que corrían con el viento, sin darme cuenta ya estaba en medio del balcón, mis manos instintivamente aferradas al barandal de cristal, y mis ojos encontrándose con la figura de mi vecina sentada en una silla cantando con los ojos cerrados, la luz de la luna llena era su reflector y juro que nunca había visto algo tan bello cómo esa escena.

— Hace frío para que estés así afuera.— Dí un pequeño salto en mi lugar, me había perdido
tan profundamente en ella que incluso no noté cuándo se dió cuenta se mi presencia. — ¿Por qué no te abrigas?—

— ¿Puedes seguir?— Ignorando el momentáneo calor en mis mejillas, señalé la guitarra que seguía entre sus manos deseosa de poder escuchar un poco más su voz cantando tan apasionadamente aún cuando parecía ser una canción triste.

— Si lo hago, ¿Irás por un abrigo? — Negué lentamente y la vi levantar una de sus cejas.

— ¿Por qué no? — Volvió a preguntar esta vez dejando la guitarra a un lado para levantarse y acercarse al borde, mi sangre se congeló por completo cuando se inclinó mucho más de lo permitido, a tal punto que inclinarse unos centímetros más le aseguraría una caída.

— Porque si entro no tendré el valor de volver a acercarme aquí, y quiero escuchar más. — Respondí mientras apretaba más mi agarre al borde del barandal como si eso fuera una manera se sostener a Chaeyoung.

— Entonces espérame ahí.— Tampoco es como si pudiera moverme, pero estando sola mi cuerpo empezó a temblar, estaba segura que no era solo el frío, pues mis manos y pies ahora sudaban y mi agarre se debilitaba cada vez que mi vista inconsistentemente bajaba, demasiada altura, mi esposo había dicho cuantos pisos eran pero lo olvidé por imaginarme lo alto que sería, hoy después de tanto tiempo estaba confirmando mis sospechas, era muy, muy alto. — Toma.—

Mi vecina extendió algo pero quedó a menos de la mitad entre em espacio de nuestros balcones por lo que volví a negar. — No puedo... lo siento.— No quería ser grosera, pero ni mi temor ni mi esposo me permitían tomar lo que fuera de la castaña que ahora solo sentía su mirada sobre mi, quería verla, quería seguir admirando aquella imagen como de película.

— ¿Quieres que llame a tu esposo para que te ayude?— Me alejé de golpe del borde cayendo sobre mi espalda, dolió demasiado pero no grité, no me levanté, ni siquiera me sobé, mi cuerpo ya estaba tan adolorido que solo me quedé en el frío suelo, aún desde mi posición la luna se veía a la perfección, tan grande y tan cerca que podría tocarla. — ¿Estás bien? — Escuché a Chaeyoung desde el otro lado.

— Sí. — Respondí con dificultad, si quisiera podría arrastrarme hacia el calor del interior del departamento. — ¿Puedes seguir cantando?— Pregunté mientras tomaba asiento en el suelo con mi espalda pegada a la pared aún lado de la puerta corrediza. Antes de una respuesta un pedazo de tela color negro cayó entre mis piernas, al extenderlo vi que era una sudadera, iba a decirle que no podía usarla pero ella comenzó nuevamente a cantar y no quería interrumpirla así que en silencio me coloqué la sudadera... El aroma de su ropa, nunca había sentido un olor tan rico, tanto que me hizo suspirar, hace segundos creía que el olor a madera y especias de mi esposo era lindo, pero siempre me hacia doler la cabeza, este dulce y fresco, aroma de Chaeyoung era casi cómo tocar las estrellas, cómo correr en un campo lleno de flores, me abracé a mí misma disfrutando de su voz y de su aroma.

Está vez fue diferente había partes donde Chaeyoung tocaba las cuerdas con más fuerza haciendo que su sonido fuera más fuerte, a veces su voz se entrecortaba cómo a mí cuando quería llorar pero mi esposo no me dejaba, quería decirle que conmigo podía llorar, yo no la regañaría.

— If you love me, why'd you leave me?... — Continuo cantando unos segundos más hasta que con un suspiro dio por terminada la canción.

— ¿Extrañas mucho a tu esposo? — Pregunté desde mi lugar notando gracias a la luz de la luna llena cómo ella abría sus ojos y los posaba en mí sin responderme.

— Yo no tengo esposo... pero sí, extraño mucho a alguien. — Respondió con calma acercándose nuevamente al borde de su propio balcón por lo que aparté mi mirada de ella enfocándome nuevamente en la luna.

— Yo debería de extrañar a mi esposo cuándo se va, eso me dijo, pero me gusta cuando no está, todo se siente más... más ligero.

Hubo un largo silencio que incluso me hizo pensar que ella se había ido. — Mina... ¿Cuánto tiempo llevas casada? — Fruncí el ceño ante su pregunta, pasaba entre mis recuerdos, una y otra vez buscando la respuesta.

— No lo sé... ¿Es malo qué no lo recuerde?

— No, no, tranquila, no es malo, ¿Él no ha llegado?

— Llegó... pero se fue, dijo que volvería hasta mañana.— Me acomodé abrazando mis piernas que en este momento ya dolía moverlas por lo frías que se sentían, era una sensación tan extraña, casi cómo cuando el fuego está tan ver a que podría quemarte.

— ¿Entonces quieres venir a cenar? Podría seguir tocando para ti, o ver alguna película. — Escucharla o ver películas, no había ningún registro de alguna vez escuchado algo así, y por un segundo mi corazón se aceleró, solo un segundo, ya que recordé el seguro en el exterior del departamento.

— No puedo... está cerrado por fuera.— Apreté los ojos inmediatamente después de hablar, se suponía que no debía decir eso, bueno, se suponía que no debía hablar con nadie. — Es mejor que entre, gracias por cantar otra vez. —

— Lo haré siempre que me lo pidas.— La escuché decir mientras me giraba sobre mis rodillas para con un solo paso sobre estas ya estar en la seguridad del departamento, me coloqué de pie y cerré la puerta de cristal detrás de mi, me senté en el sofá nuevamente con mis piernas contra mi pecho, y mi nariz contra la tela de la sudadera Inhalando profundamente su aroma. Había sentido aromas ricos antes, pero nada cómo este, nada que me hiciera latir el corazón tan rápido como si mi esposo estuviera a punto de llegar y algo aún estuviera desordenado, con la diferencia que está vez me gustaba sentir mi corazón latir tan rápido hasta hacerme sonreír y olvidar todo el dolor que existía en mi cuerpo.

BreatheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora