Capítulo 2: Pacto con demonios

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Capítulo 2: Pacto con demonios

Él corria sobre un pequeño prado de hierbas altas, que no eran lo suficientemente altas ya qué su cabeza sobresalia fácilmente de estás. Siguió corriendo mientras sentía los acogedores rayos del sol sobre su pequeño cuerpo sudado, sentía como las fuerzas de sus piernas iban flaqueando pero su energia y la adrenalina qué rebotaba en sus venas no se iban mermando. Sus pequeños ojos color verde estában clavados tenazmente sobre su objetivo; el viejo arbol de cerezos qué estaba arraigado firmemente sobre la cima de una pequeña colina, qué muy apenas si se le podría considerar como una colina. Cuanto estuvo a punto de llegar al final del prado, una voz femenina lo llamo con calidez y un jovial animó en su tono.

—¡Hey, espérame!

Él se detuvo en secó y esperó a que la mujer llegara con él, jadeó y se intentó quitar el sudor de la cara. Cuando la mujer por fin llego con él pudo notar como ella intentaba recuperar el aliento entre jadeos y con el rostro ligeramente enrojecido por el esfuerzo, casi nunca la veía hacer mucho ejercicio salvo cuando ella decía que había subido de peso. Él esperaba una reprimenda por haberse ido corriendo de su lado, los viajes familiares siempre lo emocionaban y más cuando tenía que ir a un pequeño pueblo o simplemente a un pequeño picnic. Él miró el rostro de la mujer, su madre, el cual no tenía ningún rasgo ni facción sobre su rostro salvo su largo cabello negro. Ella dijo palabras que él ya no recordaba mientras que su boca se movía y pronunciaba palabras que no pudo recordar. Ambos se abrazaron, para él era bastante cálido y reconfortante pero nunca supo como se sentían para ella.

Ella lo tomó de la mano y siguieron su camino. Salieron del prado y comenzaron a subir sobre la pequeña "colina" hasta llegar a la sombra del cerezo, sus hojas de color verde oscuro qué eran adornadas por bellas flores blancas y rosadas. La sombra que les proporcionaba el cerezo era refrescante, él recordaba como su padre y su abuela le contaban historias de lo mucho que significaba el cerezo para su abuelo, siempre hacían un día de campo allí cada doce de abril, aún cuando el abuelo ya no estaba más con ellos. Ambos esperaron a que llegaran los dos últimos qué los acompañaban en su tranquilo viaje. Jugaron y rieron por montón, hasta que la mujer le señaló hacia una dirección, él miro hacia donde apuntaba ella y vio dos figuras qué él ya no podía reconocer.

—¡¡KAZUMA!!

Kazuma abrió sus ojos de golpe mientras sentía cómo su respiración se había vuelto agitada y su corazón parecía latir a un punto que podría salirse de su pecho. Intentó mover su cuerpo en busca del origen de aquel grito, más esté no hizo caso alguno a su orden pero sintió como si lo hubiera hecho. Oscuridad era todo lo que él podia ver. Enorme. Vacía. Abismal como fría en los inviernos de tokio. Enigmática y acompañada por la fiel presencia de un mar interminable de una niebla tan espesa como el humo de un volcan en plena erupción, una que le impedía ver mas allá de dos metros de sí mismo, aún si concentraba la vista. Podía mover los ojos y la cabeza, intentó buscar alguna, aunque sea, pequeña luz con la que guiarse entre la niebla y la oscuridad, o para no sentir el frio arrullo de está más solo obtuvo como resultado al abismal vacío. Intentó mover su cuerpo otra vez, sin resultados.

Sentía como debajo de su espalda estaba una gran concentración de agua, pero o la sentía mojada. Volvió a intentar mover su cuerpo una vez más y esté finalmente respondió, se irguió como pudo y trató de hablar más ni un suspiro salió de sus labios, aunque él estaba seguro de que había movido la boca. Sólo había silencio. Un silencio sagrado como un sepulcro en donde ahora él descansaba. "¿Donde estoy?", pensó mientras intentaba lograr que su boca soltara, aun que sea, un suspiro. Sin ningún resultado. Intentó enfocar su vista, algo qué le resultaba un gran esfuerzo, para intentar lograr ver vagamente la silueta de su cintura para abajo. "¿Eris-sama?", penso él mientras miraba de lado a lado en busca de aquella diosa de cabellos plateados la cuál siempre lo recibía con gran amabilidad y respetó tras su deceso. "¿Estoy muerto?", se cuestionó mientras colocaba una mano sobre su pecho sin notarlo, no era la primera vez que fallecía, pero esta vez se sentía diferente. Lo sentía como estar entre la delgada línea que lo separaba de aun poder pertenecer a los vivos evitando qué formará parte de la propia muerte y su vacío, era como estar atado ha algo y a nada a la vez.

El aventurero y la muerte: El gran viajeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora