𝖨𝗇𝗍𝗋𝗈𝖽𝗎𝖼𝖼𝗂𝗈́𝗇

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Como cada mañana, la clase estaba vacía cuando llegó. Faltaban cinco minutos para que la sala comenzara a llenarse con el ruido de las mundanas conversaciones ajenas, palabras que no tenían ningún tipo de sentido y que resbalaban en sus oídos.

Los primeros alumnos comenzaron a llegar y centró su atención en la ventana. Cualquier mota de polvo desviada era más interesante que estar en esa clase. Harry suspiró. A veces, solo a veces, se arrepentía de haber repetido curso. Si hubiera puesto un mínimo de interés en las clases, podría haber estado en su casa con una lata de cerveza y la música a todo volumen hasta que la señora Brown fuera a gritarle con su voz estridente que la quitara. Si hubiera puesto un mínimo de interés en las clases, no tendría porqué aguantar a aquellos adolescentes chillones y sus guerras de hormonas. Pero, claro, si hubiera puesto un mínimo de interés en clase, tampoco lo habría conocido a él.

Como cada mañana, supo el momento exacto en el que entró a clase sin siquiera alzar la vista. ¿Cómo no reconocería el aroma con el que soñaba cada noche? Entró como una brisa fresca en mitad de un verano infernal, con su olor a vainilla y caramelo y su sonrisa radiante. Harry tuvo que contener momentáneamente la respiración, debía acostumbrarse poco a poco a estar en presencia de aquella esencia si no quería perder el control. Todo parecía detenerse al rededor cuando el objeto de sus más grandes obsesiones y delirios entraba en escena. Louis, incluso el nombre sonaba dulce entre sus labios. Era como un rayo de sol en mitad de la tormenta estudiantil.

Harry se permitió admirarlo durante unos instantes, aquella mañana, más que nunca, parecía un ángel. Su pelo castaño caía en ondas desordenadas sobre su frente, y las mejillas regordetas estaban teñidas de un suave rosado que contrastaba dulcemente con la palidez de su piel impoluta. Sus labios abultados permanecían siempre brillantes y apetecibles. En su sonrojada nariz se podía apreciar la llegada del invierno. Harry suspiró con discreción, estaba tan enamorado de aquel chico. Y, por desgracia, no era el único.

Louis era el perfecto omega, y estaba en el punto de mira de todos los alfas y betas del instituto. El pecho de Harry vibraba con un gruñido cada vez que veía a alguno de esos buitres merodear alrededor de su omega como las aves carroñeras que son. Su omega, aquello sonaba muy irreal.

En su mente, Harry se había permitido marcar al chico una y otra vez, disfrutar de su cuerpo y adueñarse de sus labios, se había permitido convertirse en su alfa y hacerle su omega, aunque aquello no fuera más que un producto de su imaginación utópica.

¿Cómo podría dejar que se fijara en él? Louis era un pequeño trozo de paraíso y un pecado andante a la vez, una tentación divina demasiado pura para él. Con la camisa blanca que envolvia su cuerpo con suavidad y holgura, dándole aspecto de ser etéreo e incorrupto, y con esos pantalones negros tremendamente ajustados que se amoldaban a la perfección a cada una de las curvas de su menudo cuerpo y que incitaban a tener los pensamientos más impuros. No, definitivamente, Louis no era para él. Harry solo podía limitarse a observarlo desde lejos, a ver cómo regalaba sonrisas de ojos arrugados a sus amigos, a oír cómo reía melodiosamente y cubría su boca con su pequeña mano avergonzado. Y a imaginarse que toda esa dulzura era para él.

Louis se movió entre las mesas hasta llegar a su pupitre, su peculiar amigo ya le esperaba sentado sobre él. A su paso, cada alfa y beta le sonreía con dulzura y ansias de seducción, Harry hizo una mueca de desagrado. Como si alguno de aquellos pobres infelices fuera lo suficientemente bueno como para estar junto a Louis.

—¡Hey, Zaynie!

Harry ya no sabía si es que cuando hablaba todo el mundo guardaba silencio para admirar su dulce voz o si su cerebro filtraba el resto de ruidos insignificantes para centrarse solo en el chico de sus sueños.

—¡Hola, Boo! ¿Me has echado de menos este fin de semana? ¿Qué has hecho sin mí?

Harry arrugó la nariz. Boo, nunca le gustó ese apodo. Siempre era un apodo diferente, todos delineándolo como si fuera un dulce, blando y empalagoso, y Louis estaba muy lejos de ser blando y empalagoso. Heroína, quizá ese fuera el sobrenombre más apropiado para él. Mirar a Louis era adictivo, verle sonreír era una droga de la que no te podías desintoxicar. Aunque resultaba complicado asociar al adorable chico con una sustancia tan dañina.

—Fui a ver a Nana, dijo que tenía una sorpresa.

—¿Y cuál era?

—¡Dulces! Había preparado un montón de pasteles y quería que los probara, acabamos súper llenos.

Zayn rió.

—Tu abuela es la mejor.

Louis sonrió y asintió con orgullo.

Era difícil, realmente difícil. El cuerpo de Harry hormigueaba por envolver a Louis en un apretado abrazo y no soltarlo nunca, por protegerlo de toda la basura del mundo y esconderlo de las miradas indiscretas de la gente. Harry amaba a Louis y sabía que era su omega, que siempre lo sería, aunque él jamás fuera su alfa.

Intocable | ˡᵃʳʳʸDonde viven las historias. Descúbrelo ahora