3 - Alex

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Me acerqué apresuradamente a uno de los cabecillas de la guardia y, con la mirada cargada de urgencia, le informé lo que acababa de presenciar.
—¡La princesa ha sido secuestrada!—
El coronel, con la seriedad marcada en su rostro, alzó la voz por encima del tumulto que se apoderaba del salón. —¡Cierren todas las salidas! ¡La princesa aún podría estar en el castillo! ¡Nadie entra ni sale hasta que tengamos respuestas claras!— ordenó con firmeza.
Las palabras del coronel resonaron entre la confusión y se convirtieron en un mandato que los guardias seguían con diligencia. Algunos de ellos se apresuraron a bloquear las puertas, mientras otros revisaban cada rincón en busca de cualquier indicio que pudiera revelar el paradero de la princesa. La tensión en el aire era palpable, y la incertidumbre pesaba sobre todos como una sombra ominosa.
En medio del caos, el coronel se acercó a mí, su mirada penetrante reflejando la gravedad de la situación. —Arlem, necesitamos respuestas. ¿Viste quién la llevó? ¿Hay algún indicio de su paradero?— preguntó, y yo asentí con determinación.
—Eran los piratas de la presentación, mi señor, actuaron con astucia. Los vi escaparse por la ventana del pasillo del ala derecha, pero debemos encontrarla antes de que sea demasiado tarde— respondí con urgencia.
El coronel frunció el ceño, evaluando la situación. —Reúne a los hombres. Vamos a organizar una búsqueda en todo el castillo. La princesa no puede estar lejos— dictaminó. Asentí en señal de obediencia y me apresuré a convocar a los guardias para emprender la búsqueda de la princesa en medio de la caótica escena que se desplegaba ante nosotros.
Los caballeros se agruparon rápidamente, respondiendo a mi llamado urgente por orden del coronel. La sala, antes llena de celebración, se transformó en un escenario de acción coordinada. Las órdenes resonaron sobre el bullicio, infundiendo un sentido de propósito en la tarea que se avecinaba.
—¡Formen un equipo de búsqueda y barrido en cada rincón del castillo! —exclamó el coronel con determinación, su voz cortando a través del caos. Los caballeros se movieron con disciplina militar, organizándose en grupos estratégicos para cubrir todas las áreas posibles. —¡No dejaremos piedra sin remover hasta encontrar a la princesa! —añadió con firmeza, instando a los guardias a movilizarse con rapidez y precisión.
Mientras el caos persistía en la sala, la voz del coronel se erigía como un faro de liderazgo en medio de la incertidumbre reinante. Los caballeros, con armaduras relucientes y miradas decididas, se dispersaron por el castillo, manteniendo la esperanza de encontrar a la princesa resguardada en algún rincón seguro del imponente edificio. La misión estaba clara: restaurar la seguridad y devolver la calma al reino.
La gente, ajena a lo que sucedía, comenzó a percibir la inusual agitación de la guardia. El rumor de que la princesa había sido secuestrada se propagó como un viento siniestro, desatando el pánico en la sala. Invitados ataviados con elegantes trajes y joyas preciosas se veían ahora corriendo en todas direcciones, sus rostros pintados con la expresión del miedo y la incredulidad. El murmullo de las conversaciones animadas se transformó en gritos y exclamaciones de alarma.
La notable desaparición de los músicos se sumó al caos que se apoderaba de la celebración. Las risas y los aplausos se convirtieron en gritos de confusión y temor. La sala, que antes resonaba con la música y el bullicio alegre, se transformó en un escenario de desorden y desesperación.
En medio del tumulto, alcé la vista hacia el trono, buscando al rey. Su semblante reflejaba la preocupación y el desconcierto ante la súbita interrupción de la fiesta. El rey, en un intento por mantener cierto orden, levantó la mano para llamar a la calma, y aunque sus palabras se perdieron en el estruendo de la confusión que se apoderaba del salón, su presencia imponente brindaba un atisbo de autoridad.
—¡Por favor, mis queridos invitados! Mantengan la calma —exclamó el rey, elevando la voz con firmeza, intentando sobreponerse al bullicio—. Estamos trabajando arduamente para resolver esta situación. Les ruego que confíen en nuestros esfuerzos y, por favor, mantengan la calma. La seguridad de todos está en nuestras manos.
A pesar de sus intentos, el caos reinaba en la sala, y mientras los guardias intentaban contener la situación, sabía que la verdadera batalla estaba a punto de comenzar.
—Señor— Ryan, uno de mis compañeros, llegó junto al general— No hemos encontrado a nadie. Buscamos hasta debajo de la última piedra.— Su rostro era de seriedad, aunque es su mirada se notaba aquel destello de preocupación— Se han ido.
Pude notar como el rostro del general se ensombrecía
La princesa, mi amiga y confidente, había sido arrebatada de nuestro reino, sumiéndonos en una incertidumbre que cambiaría el destino de la noche y, posiblemente, de todo el reino.

[...]

Bajo el manto de la oscuridad, me deslizaba por las calles empedradas del reino. La noche había caído, pero el peso de la preocupación oscurecía aún más mi caminar. Las sombras danzaban a mi alrededor, reflejando el torbellino de pensamientos que atormentaban mi mente.
Mis pasos resonaban en las callejuelas silenciosas mientras buscaba cualquier indicio que pudiera llevarme al paradero de la princesa. Cada esquina, cada rincón, se convertía en un nuevo escenario de incertidumbre. Mi corazón latía con fuerza, impulsado por la angustia y el remordimiento.
Mis pensamientos se entrelazaban con los recuerdos, y un flashback me transportó a un momento tenso en el castillo. El coronel, con su mirada penetrante y severa, nos reunió a todos, culpándonos por la negligencia que permitió el secuestro de la princesa. Su voz resonaba en mis oídos, mezclándose con el eco de sus reproches.
—¡No puedo creer que hayan dejado que esto sucediera! ¡Ustedes son la élite de la guardia real y permitieron que arrebataran a la princesa bajo sus narices! —bramó el coronel, sus palabras perforando nuestras conciencias—. La seguridad de la princesa era responsabilidad de cada uno de ustedes, y han fracasado. Ahora, salgan y averigüen todo lo que puedan sobre el paradero de la princesa. ¡Y que esto no vuelva a ocurrir!
El recuerdo de esas palabras se mezclaba con el remordimiento que sentía por no haber protegido a la princesa cuando más lo necesitaba. Mi deber como caballero real era salvaguardarla, y ahora, en las sombras de la noche, esa responsabilidad pesaba sobre mis hombros.
—No pude protegerte, mi amada princesa —susurré para mí mismo, dejando que el viento se llevara mis palabras al aire nocturno. La culpa y el anhelo se entrelazaban en mi interior, alimentando mi determinación de encontrarla, sin importar las sombras que se interpusieran en mi camino.
Caminé por las sombrías calles del reino, saltando de un bar a otro, buscando cualquier indicio que pudiera llevarme al paradero de la princesa. Cada taberna estaba llena de risas y canciones, pero ninguna pista sobre el destino de Ingrid. Mi corazón latía con la urgencia de encontrarla, pero la ciudad permanecía en silencio sobre su desaparición.
Finalmente, llegué a una taberna apartada, donde la luz tenue apenas iluminaba la entrada. Al empujar la puerta entreabierta, fui recibido por el estruendo de risas y la melodía de un violín que llenaba el lugar. Al adentrarme, mis ojos se encontraron con una escena que me heló la sangre: la misma sonrisa cínica que alguna vez fue en busca de mi ayuda
Aquella protagonista del anterior espectáculo, se encontraba en el centro de la celebración irguiéndose sobre una mesa con sus mejillas enrojecidas por la bebida y la emoción. Su cabello anaranjado caía en ondas salvajes sobre sus hombros, y sus ojos destellaban con una chispa traviesa mientras arrancaba melodías cautivadoras de su violín. El resplandor de las velas danzaba en su figura, acentuando su vestimenta pirata, con detalles de encaje y botones dorados. Con destreza, se balanceaba sobre una mesa, su figura destacando entre los demás piratas que festejaban a su alrededor.
El sonido de su violín llenaba el aire, llevando consigo una melodía que oscilaba entre la melancolía y la euforia. Sus dedos danzaban sobre las cuerdas con una maestría incomparable, como si la música misma fuera una extensión de su ser. Los rostros de los miembros de su tripulación estaban llenos de alegría y complicidad, festejando a su alrededor. Algunos brindaban con jarras de cerveza, mientras otros entonaban cánticos que resonaban en las paredes de la taberna. Ella, en su pedestal improvisado, era la indiscutible líder de aquel festín, y la escena me dejó con la certeza de que ella poseía información crucial sobre la desaparición de la princesa.
Me quedé en la sombra, observando cada gesto, cada risa, en busca de algún indicio que pudiera guiarme hacia Ingrid. El velo de misterio que rodeaba la situación se entretejía con la música, creando una atmósfera cargada de incertidumbre y expectación.
Decidí esperar el momento oportuno para acercarme a la violinista y, con suerte, obtener información. Entre risas y brindis, ella mantenía su posición en la mesa, guiando la melodía con maestría. 
Aprovechando un breve descanso en la música, la tripulación brindó con entusiasmo. Fue entonces cuando, con paso cauteloso, me acerqué. Las sombras me favorecían, y mi presencia pasó inadvertida en medio del jolgorio.

—Señorita, ¿podría ofrecerme una canción más? —

Miss FortuneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora