—Señorita, ¿podría ofrecerme una canción más? —
Mis ojos se desviaron de las cuerdas del violín hacia el hombre que se aproximaba, moviéndose con una determinación que capturó mi atención. La taberna estaba envuelta en una atmósfera bulliciosa, pero sus pasos resonaban con una confianza singular. En ese instante, mi curiosidad se encendió.
—¿Y tú eres...? —pregunté con una sonrisa pícara, escudriñando su rostro en busca de algún indicio familiar. La mezcla de alcohol en mi sistema nublaba mis sentidos, pero algo en él me resultaba intrigante.
—Un forastero curioso, en busca de buena compañía y música exquisita.—inquirió con respeto, aunque la expresión en sus ojos denotaba una inquietud mal disimulada. —¿Puedo sentarme? —preguntó, con un gesto educado hacia la silla frente a mí.
—Haz lo que quieras —respondí con una sonrisa, dejando que ocupara el asiento. Aunque sus rasgos me resultaban familiares, no lograba conectarlos con ningún recuerdo concreto.
—Escuché un par de acordes mientras pasaba y me preguntaba si podrías deleitarnos con una canción más —propuso, con una mirada que sugería una mezcla de respeto y expectación.
—Quizás sí, quizás no. ¿Qué ganaré a cambio? —pregunté, manteniendo mi actitud despreocupada mientras mis dedos acariciaban las cuerdas del violín.
—Podría ofrecerte una bebida y, si estás dispuesta, podríamos charlar un poco. Estoy interesado en conocer a la talentosa músico que ha cautivado a esta taberna —ofreció, con una sonrisa amistosa.
Mis ojos, ahora enfocados en él, intentaron discernir su verdadera intención. Sin embargo, la bruma de la bebida y la música nublaba mis sentidos, haciendo que sus intenciones fueran tan enigmáticas como las notas que brotaban de mi violín.
Continué tocando un par de acordes suaves, considerando su propuesta. La taberna seguía vibrando con la algarabía de los presentes, pero la conversación con aquel extraño añadía un matiz intrigante al bullicio circundante.—Bien, forastero. Acepto tu oferta, pero no esperes que revele todos mis secretos con una simple melodía —dije con una risa traviesa, mientras mis dedos danzaban sobre las cuerdas, creando una armonía que flotaba en el aire.
El hombre asintió con gratitud y ordenó una bebida para ambos. Mientras continuaba tocando, mi mente divagaba, tratando de desentrañar el enigma que representaba aquel desconocido. ¿Qué lo había llevado a buscarme y qué historias traía consigo?
Después de una canción animada, mis dedos descendieron en una melodía más suave, y aproveché el momento para indagar:
—Hasta ahora no me has dicho tu nombre, forastero. ¿O prefieres mantenerlo en el misterio? —pregunté, con una sonrisa burlona, manteniendo la cautela que mi vida de pirata me había enseñado.
El forastero sonrió con complicidad ante mi pregunta, como si compartiera mi aprecio por el misterio.
—Capitana, me gusta mantener algunas cosas en la penumbra, al igual que tú. Un nombre es solo una etiqueta, y a veces es mejor dejar que las historias fluyan sin ataduras —respondió, eligiendo con cuidado sus palabras.
Mis ojos, en parte nublados por la bebida, escudriñaron su rostro, buscando pistas que pudieran revelar más de lo que él estaba dispuesto a contar. No obstante, algo en su presencia sugería que también llevaba consigo un bagaje de secretos.
—Bien, forastero sin nombre, brindemos por el misterio y las historias no contadas —propuse, alzando mi bebida en un gesto de complicidad.
La velada continuó entre risas, música y diálogos cifrados. Mientras mis dedos seguían acariciando las cuerdas del violín, mi mente se debatía entre el disfrute del momento y la creciente intriga que despertaba aquel hombre enigmático. ¿Qué oscuros caminos lo habían llevado hasta mi rincón musical en aquella taberna?
[...]
A lo largo de la noche, las risas y la música se mezclaban con el murmullo constante de la taberna. La atmósfera vibrante envolvía a todos, y los tragos seguían fluyendo sin cesar. Sin embargo, en medio de la algarabía, ocurrió un pequeño incidente que alteró el curso de los acontecimientos.
Mientras el forastero se levantaba para tomar otra bebida, su capa se enganchó accidentalmente en una de las sillas, revelando un anillo con el sello real que resplandeció bajo la luz de las lámparas. Al inclinarse para desenredarla, trató de ocultar el anillo, pero era demasiado tarde. Mis ojos se estrecharon al instante, y la bruma del alcohol se disipó momentáneamente. El misterioso forastero no era otro que un caballero de la guardia real.
Me giré hacia Harry, quien también había notado el desliz. La risa quedó suspendida en el aire por un breve instante. Decidida a confirmar mis sospechas, pisé su capa con firmeza, arrancándosela de un tirón y revelando su verdadera identidad. Su rostro me resultaba familiar: era el mismo caballero que había tratado de proteger a la princesa en el castillo.
—Vaya, vaya, parece que tenemos a alguien de la realeza entre nosotros —comenté con una sonrisa cínica, mientras apoyaba mi violín sobre la mesa.
—Sí, soy de la guardia real —admitió con calma, aunque la tensión era palpable en su voz—. Pero estoy aquí por una razón importante. Estoy aquí para rescatar a la princesa y tengo mis sospechas sobre ustedes.—dijo el caballero, su voz firme y decidida, mientras sus ojos escudriñaban a la tripulación con cautela.
—¿Rescatar a la princesa? —respondí, con una risa burlona—. Qué interesante. Pero, ¿cómo puedes estar seguro de que nosotros no somos los responsables de su desaparición?
El caballero, consciente de que su identidad había sido descubierta, me sostuvo la mirada, sabiendo que su secreto ya no estaba a salvo. La tripulación, al darse cuenta de quién era, comenzó a acercarse, algunos con intenciones de golpearlo. Harry y Jay dieron un paso adelante, con los puños apretados y miradas amenazantes.
—¡Alto! —ordené, levantando una mano para detener a mis hombres. Todos se detuvieron, aunque con evidente reticencia.
—Capitana, no podemos dejar que regrese y revele quienes somos —gruñó Harry, mirando al caballero con desdén.
—Tranquilos, muchachos —dije, manteniendo mi tono firme—. Tengo una mejor idea. Tal vez podamos hacer un trato.
El caballero frunció el ceño, claramente desconfiado pero dispuesto a escuchar.
—¿Qué clase de trato?
—La princesa a cambio de la brújula —dije, dejando que cada palabra se impregnara en el aire entre nosotros.
La sorpresa en su rostro fue evidente.
—¿La brújula? ¿Qué brújula?
—Sabes de cuál hablo —respondí, mi tono era firme y seguro—. La brújula mágica que está en poder de la realeza. Nos la entregas, y la princesa Ingrid volverá sana y salva.
El caballero apretó los puños, claramente debatiéndose entre su deber y el riesgo.
—Piénsalo, caballero. No tienes muchas opciones —agregué, disfrutando cada momento de su dilema.
Finalmente, después de una larga pausa, el caballero asintió, aunque la decisión no parecía sentarle bien.
—Haré lo que pueda. Lo hablaré con el rey, pero lo más seguro es que sea un si...— Él desvió la mirada un tanto inseguro— Solo no intentes jugarmela, la seguridad de la princesa es primordial.
—Tranquilo, soy una mujer de palabra —respondí con una sonrisa—. Ahora, ¿por qué no disfrutas de una última canción antes de que comencemos los preparativos?
Volví a llevar el arco del violín a las cuerdas, tocando una melodía suave mientras observaba al caballero, sabiendo que la noche había tomado un giro interesante y que el verdadero juego estaba a punto de comenzar.