HORA 1: EL DESTELLO DEL TIEMPO

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Hugo caminaba despreocupado por las calles bulliciosas de la Ciudad de México, absorto en sus propios pensamientos. De repente, el cielo despejado se oscureció, y un destello deslumbrante lo envolvió por completo. Antes de que pudiera reaccionar, un rayo descendió del cielo y lo alcanzó de lleno, provocando una ráfaga de energía que lo envolvió como un manto luminoso.

Cuando recobró la conciencia, se encontró en un lugar que no reconocía. El paisaje había cambiado. No había rastro de la moderna Ciudad de México. En cambio, estaba rodeada de exuberante selva y pirámides imponentes. Se palpaba en el aire una energía ancestral que le resultaba completamente ajena.

Hugo se puso de pie, desconcertado, y observó asombrado las estructuras que se alzaban ante él. En el horizonte, la majestuosa Tenochtitlán se perfilaba, una ciudad viva y llena de actividad. La confusión se apoderó de él, y sus pensamientos se agolparon en busca de una explicación lógica.

— ¿Dónde estoy? —murmuró Hugo para sí mismo, mientras contemplaba el entorno con ojos incrédulos.

Antes de que pudiera asimilar completamente  su nueva realidad, una figura se acercó a él. Era Itandehui, una joven sacerdotisa azteca, vestida con atuendos muy coloridos y portando un aura de sabiduría.

Itandehui lo miró con ojos penetrantes y dijo:
—"Has llegado en un momento crucial, viajero del tiempo. Tu destino se entrelaza con el nuestro".

Hugo, aún aturdido, respondió con incredulidad:
—"¿Viajero del tiempo? ¿Yo? ¿De cual te fumaste? ¿Cómo es eso posible?"

Itandehui le explicó la naturaleza de su llegada y la conexión entre sus poderes recién adquiridos y la trama del tiempo que se desplegaba ante ellos. Mientras Hugo asimilaba la información, se dio cuenta de que su presencia en Tenochtitlán no era accidental, sino parte de un propósito más grande que aún estaba por descubrir.


Hugo absorbió las palabras de Itandehui con una mezcla de incredulidad y determinación. Miró a su alrededor, sintiendo la vibración del pasado palpitar en el aire. La antigua Tenochtitlán se desplegaba ante él, con sus calles animadas y sus habitantes ocupados en sus quehaceres diarios.

Itandehui extendió la mano hacia Hugo con un gesto amistoso.
—"Ven, viajero del tiempo. Hay mucho que debes aprender y descubrir en este nuevo tiempo al que ha llegado".

Hugo ascendió y la siguió mientras caminaban por las calles adoquinadas de la ciudad. La gente los miraba con curiosidad, pero el respeto hacia la sacerdotisa era evidente en sus rostros.

En su camino, Hugo pudo ver la grandeza de Tenochtitlán: templos imponentes, mercados bulliciosos y canales serpenteantes que cruzaban la ciudad.
Itandehui le narró la historia de los aztecas, su conexión con los dioses y la forma en que la vida cotidiana fluía en armonía con el cosmos.

A medida que avanzaban, Hugo notó una preocupación en la expresión de Itandehui. —"Viajero del tiempo, aunque has llegado en un momento de relativa paz, las sombras se ciernen sobre Tenochtitlan. Las deidades están inquietas, y la llegada de un dios forastero puede desencadenar fuerzas incontrolables".

Hugo se detuvo por un momento, asimilando la gravedad de la situación.
-"Espera, deten tu caballo, ¿Debo entender mi propósito aquí? ¿Cómo puedo ayudar?"

Itandehui le explicó sobre las señales divinas y la importancia de equilibrar las fuerzas en juego. Mientras lo guiaba por la ciudad, Hugo comenzó a comprender la magnitud de su papel en esta época antigua. No solo era un viajero del tiempo, sino alguien destinado a influir en el curso de la historia.

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