Hikiko-san

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Hikiko era una jovencita cuyos padres la hacían víctima del maltrato infantil, razón por la que concurría a las clases con señales de golpes en su rostro y cuerpo. Sus compañeros, lejos de solidarizarse con ella, la despreciaban y la hacían objeto de sus burlas.Sus maestros, en lugar de ocuparse de ese grave problema, fingían no notar nada extraño. 

 Hikiko deambulaba entre la escuela y su hogar sin hablar con nadie, sin que nadie se aviniera a hacer amistad con ella, y ante la indiferencia o crueldad de sus padres, quienes descargaban en ella sus frustraciones cotidianas. Si no estaban enfadados con ella, simplemente la ignoraban.

La desgracia comenzó a desatarse una tarde en la que Hikiko encontró un pequeño gato vagabundo en los alrededores de la escuela. Lo adoptó como mascota y se sintió muy feliz, luego de tantos y tan largos años de soledad, de tener por fin un compañero.

Como sabía que sus padres se negarían a dejar entrar un animal a la casa, consiguió una caja para que hiciera las veces de hogar de su mascota y le procuró alimento diariamente. Para que sus maullidos no alarmaran a sus padres o a sus vecinos, escondió la caja en un lugar apartado en cercanías de la escuela.

Por un tiempo, Hikiko estuvo contenta con su suerte. Eso se notaba en su forma de vestir y en su talante durante las clases. Casi nadie le prestaba atención, por lo que pocos notaron el cambio.

Sin embargo, hubo dos compañeros de clase que se preguntaron qué era lo que le sucedía a esa joven habitualmente tan tímida y retraída que soportaba en silencio las burlas de sus compañeros.

Decidieron seguirla una tarde al finalizarla el día de escuela. Cuando, una vez más, Hikiko se reencontró con su gatito para llevarle alimento y ponerse a jugar, los malvados muchachos planearon de nuevo propinarle un disgusto.

Al día siguiente, Hikiko llevaba su alegría al encuentro con su mascota, cuando advirtió que el gato no estaba en la caja ni se lo veía u oía en los alrededores. Hikiko se desesperó. Buscó afanosamente por todas partes, pero sólo halló una nota que decía que si quería volverá ver a su gatito debía ir inmediatamente al aparcamiento en donde los maestros y profesores estacionaban sus automóviles. Hikiko acudió corriendo.

Al llegar, vio a sus dos compañeros escondidos junto al automóvil del maestro de la clase a la que concurrían. En sus manos tenían al gato. Hikiko rogó que se lo devolvieran, pero por toda respuesta, y sonriendo malignamente, los muchachos ataron al gato a la parte de atrás del automóvil del profesor justo en el momento en que éste se disponía a subir al vehículo, sin advertir lo que estaba pasando frente a sus narices.

Arrancó su automóvil, pero antes de que pudiera ponerlo en marcha, Hikiko se había aferrado a la cuerda que ataba a su gato. Fue arrastrada durante varias cuadras antes de que alguien notara que el maestro llevaba una niña colgando de su automóvil.

Cuando se detuvo y varios transeúntes se dispusieron a ayudarla, ya era tarde: el animalito había sobrevivido, pero Hikiko, en su esfuerzo por salvarlo, había golpeado demasiadas veces contra el pavimento. Estaba muerta.

Transcurrieron varios meses. Un día los dos muchachos que habían atado el gato de Hikiko al automóvil del profesor (y que nunca habían confesado su culpa) faltaron a la clase. Cuando la escuela se comunicó con sus padres, estos dijeron que habían salido temprano hacia el establecimiento. Se organizó una búsqueda. Fueron encontrados muertos en el estacionamiento de la escuela, donde habían atado el gato de Hikiko al automóvil del profesor.

Habían sufrido tal golpiza que los cadáveres sólo eran reconocibles por el uniforme de la escuela. Ese mismo día, las autoridades hallaron los cuerpos de los padres de Hikiko en su casa. Habían sido asesinados a golpes.

Convertida en un muerto viviente alimentado por la sed de venganza del espíritu de la mujer vengadora, Hikiko-san protege en el Japón a los niños que son maltratados por sus compañeros o sus familiares y a los niños que tienen por mascota un gato. Hay quienes afirman haberla visto, caminando lentamente, con las señales de golpes y maltratos, y de haber sido arrastrada por un vehículo, por las noches del Japón vigilando que los matones reciban su castigo.

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