Ya en la playa privada en una casa de dos pisos se hospedaba la familia Santos.
6:42 am
La mañana los encontró juntos. Inés dormía de lado, relajada, mientras el brazo firme de Victoriano la mantenían pegada a su cuerpo, sin intención de soltarla, en una mezcla de posesión y protección.
Inés sintió una oleada de fatiga por un momento. Aunque estaban en la cama, el calor sofocante del verano se filtraba por la habitación, haciéndola sentir como si se deshiciera bajo las sábanas. Intentó moverse, liberarse del abrazo pesado de Victoriano, pero no tuvo suerte; él la mantenía atrapada con la misma firmeza de siempre.
Inés: Victoriano, mi amor, suéltame- murmuró, tratando de liberarse suavemente.
Victoriano: ¿A dónde vas?-preguntó con voz adormilada, sin soltarla del todo.
Inés: A darme un baño-respondió, pasando la mano por su rostro, sintiendo la piel sudorosa.
Victoriano: Vamos-dijo mientras se estiraba y se sentaba a su lado, como si la idea le resultara irresistible.
Inés: Pero a bañarse- respondió en tono de advertencia, mirándolo con seriedad, dejando claro que no tenía otro plan en mente, se dirigió a la ducha
Victoriano tenía una forma de convencerla que siempre funcionaba. Al final ambos, terminaron bajo la ducha amándose, dejando que el agua fría contrastaran con el calor de lo que acababan de hacer.
Le cepillaba el cabello a Inés con calma, mientras ella se colocaba los pendientes frente al espejo.
Inés: Ya es tarde, Victoriano. Los niños deben estar despiertos, haciendo de las suyas- comentó, mirando el reloj de la pared, con una mezcla de prisa y resignación.
Constanza: ¡Nana, los est...! -entró sin tocar, quedándose sorprendida al ver a su padre con el cepillo en la mano, arreglando el cabello de Inés.
-¡Ja, ja, papá! Quién te viera dando órdenes afuera y aquí... ¡es mi Nana quien te domina! -dijo entre risas, cruzándose de brazos mientras los observaba con una sonrisa divertida.
Victoriano: Respeta jovencita, soy tu padre
Inés soltó una pequeña risa, disfrutando del momento.
Después del desayuno, estaban en la playa, observando cómo los niños corrían de un lado a otro. Desde la reposera, Victoriano e Inés se reían y compartían miradas cómplices.
Victoriano: ¡No tan lejos! advirtió a César, que a su corta edad ya lo desafiaba con la mirada. Sin previo aviso, el niño sonrió y corrió hacia el mar.
Victoriano: Niño, ¿por qué no puedes quedarte quieto ni un segundo?-Corrió tras él, lo alzó y lo lanzó al aire con una sonrisa, luego lo atrapó de nuevo entre sus brazos, riendo mientras el pequeño soltaba un grito de emoción.
Inés observaba a Victoriano jugar voleibol con los jóvenes
A su lado, las chicas platicaban animadamente sobre ir de compras, mientras ella sostenía entre sus brazos a la pequeña Victoria, que se había quedado dormida después de un largo día de juegos.
Mientras tanto, César parecía tener energía para rato, corriendo de un lado a otro sin querer parar, ajeno a la fatiga que lo rodeaba.
Después de media hora, Victoriano se acercó a Inés con una sonrisa.
Victoriano: Vamos al mar un rato, no has querido ir.
Inés:-sacudiendo la cabeza en negación-¿Y quién vigilará a César ? Además, Victoria está dormida. Mañana vamos