"A la espera de buenas noticias"

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Despertó al día siguiente, no tenía noción del tiempo o espacio pero su cuerpo estaba más relajado, al parecer aquella pastilla le había ayudado lo suficiente.
Se levantó de su cama para dirigirse a la cocina, preparó el desayuno para dos como siempre. Sin embargo, esta vez había algo distinto, la casa se sentía más silenciosa que de costumbre. Gritó el nombre de su hija para que se acercara a desayunar, pero no recibió respuesta.
La preocupación hizo que corriera al cuarto de Soledad para verificar su estado, aunque grande fue la sorpresa cuando no la vio por ninguna parte de la habitación. Regresó a la cocina y miró el reloj del comedor que marcaba las diez treinta. Se había quedado dormido. Quiso creer que su hija se había levantado en tiempo y forma para tomar el autobús que la llevaba directo a la escuela, pero sobre la mesada de la cocina había un papel escrito con la letra de Soledad: "El tío Tony vino a recogerme de sorpresa, para llevarme a la escuela. Dijo que primero iríamos a desayunar, como te vi durmiendo tan tranquilo no quise despertarte. Te veo luego, besos."
Tras leer la nota, perdió el equilibrio por un momento. Una vez que logró calmarse un poco, se vistió lo más rápido que pudo y partió en dirección al internado.

Al llegar ahí, irrumpió con destreza en la oficina de Antonio.

- ¿¡Dónde la tienes!? - Gritó desesperado, mientras golpeaba el escritorio con su puño.

- ¿A quién?- Antonio permaneció tranquilo, como si no supiera de qué estaba hablando.

- No te hagas el idiota, entiendes perfectamente a lo que me refiero.- De su bolsillo sacó la nota escrita por Soledad y se la mostró agresivamente.

- ¿Ya llamaste a la escuela para verificar que estuviera allí?- Respondió Antonio con paciencia ante tales acciones.
Benicio recuperó la compostura y sacó su teléfono. Llamó a la escuela y preguntó por su hija. Una vez colgó la llamada, dirigió su mirada nuevamente a quien estaba sentado en el escritorio.

- No está- volvió a golpear el escritorio mientras lo miraba con furia. - Dime dónde la tienes a menos que...- No pudo terminar la frase que fue interrumpida por Antonio.

- ¿A menos que qué? Dudo que puedas hacerme algo.- Sonreía descaradamente.
De pronto, unos hombres vestidos con trajes negros entraron por la puerta. Debido a los ruidos que habían escuchado, querían corroborar el estado de Antonio.
- Benicio, Benicio... Olvidé comentarte acerca de mis nuevos guardaespaldas, es algo muy necesario hoy en día para poder protegernos de los que hacen daño ¿No crees?- Mientras decía eso, se levantó de su asiento y caminó hasta quedarse parado junto a él. - Si quieres a tu hija, deberás buscarla.- Terminó de decir para luego caminar hasta la puerta.

- ¿Estás jugando conmigo o qué? Además ni siquiera llamé a la policía ¡Se supone que no me harías nada!- Gritó Benicio con los ojos un poco llorosos. La preocupación que tenía por su hija comenzaba a manifestarse exteriormente.

- Tienes razón - respondió Antonio. - Pero también recuerdo que dijiste que las niñas de las calles ya tenían idea de la crueldad del mundo, entonces pensé, ¿Por qué no alguien privilegiado? Y... ¡Felicidades! Tu hija debe aprender un poco del infierno y dejar de vivir en el cielo.- No soltaba su sonrisa descarada en ningún momento.

- Eres un imbécil...- Tras decir eso, Benicio salió corriendo en dirección al sótano con la esperanza de encontrarla ahí, pero lamentablemente, la habitación del sótano estaba vacía.
Al salir de la habitación, fue interceptado por Antonio junto con sus dos guardaespaldas por detrás.

- No voy a ser tan tonto como para dejarla en un lugar que ya conoces. Mira, te propongo algo, puedes buscarla todo lo que quieras pero eso no la traerá, o... Esperas unos días que yo te la devuelvo y te prometo que estará viva.- A medida que escuchaba esto, la cara de Benicio fue invadida por una expresión de horror.

Ángeles VulnerablesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora