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Otro sanatorio, dos exámenes completos más, y entonces la palabra «autismo» fue pronunciada nuevamente. Hubo expresiones de sorpresa ante nuestra habilidad para detectar síntomaa autistas en un niño de tan corta edad, ya que generalmente eses signos no se reconocen totalmente hasta que el niño cumple dos años y medio o tres; sin embargo, para nosotros, ese extraño e inusual comportamiento era tan notorio que no podríamos haber pasado por alto el hecho de que algo andaba terriblemente mal.
Los médicos se mostraban nuevamente solícitos y amables. Luego de la primera revisión nos dijeron que volviéramos después de nueve meses o un año. ¿Por qué nueve meses? No porque no se pudiese trabakar con Raun, sino porque sus experiencias, aunque semejantes, no tenían que ver con niños de tan poca edad. Un niño con esos síntomas generalmente tiene tres o cuatro años cumplidos antes de proporcionársele ayuda profesional. Insistimos. ¿Podrían hacer una excepción? Queríamos ayuda. Ante nuestra insistencia una de las doctoras sugirió que llamáramos después del verano. Prometió ayudarnos entonces, pero eso era todo lo que podían hacer por nosotros en este momento.
Nuevamente, no recibimos ninguna ayuda concreta.
Luego de este loco esfuerzo por recibir ayuda , nos dijeron lo que ya sabíamos. Ahora ya no buscábamos más confirmaciones. Sugerir que cuanto antes se llega a estos niños, mejor, y luego rechazar al niño porque es demasiado pequeño, parecía cruel y contraproducente. ¿Estadísticas deprimentes o actitudes deprimentes? ¿Por qué tienen que apresurarse los médicos si creen que el autismo es irreversible e incurable?
Sentíamos que debíamos intervenir, y hacerlo en ese momento. Notábamos que cada día Raun se alejaba más de nosotros, se retraía, se tornaba más insensible al estímulo audiovisual. Más encapsulado. El también parecía confundido. No disponíamos de ayuda médica no hospitalaria. El gesto benigno e inútil de señalar con el dedo interminablemente, era en los profesionales, sumamente cansador y destructivo. Luego de ponernos en contacto con la Sociedad Nacional para Niños Autistas y de hablar con padres de niños similares al nuestro, nos encontramos con la mayoría de ellos había iniciado la búsqueda para obtener información y consejos, pero que habían recibido poco o ninguna ayuda. En muchos casos, aprendieron a aceptar las opiniones de los médicos con diferentes grados de desesperación y frustración.
Pero creíamos en Raun... en su paz, en su belleza, y en su felicidad.
Sabíamos que ahora todo dependía de nosotros y de él. Quizá siempre había sido así. Todas las confirmaciones de diagnóstico y los análisis podrían tener un significado estadístico para una sociedad hambrienta de números, pero no para un niño de ojos asombrados.
Si Raun podía ser ayudado, si este pequeños autista podía ser traído a nuestro mundo, eso tendría que hacerse ahora y por intermedio de nosotros. Ahora, mientras tuviese poca edad. Ahora, mientras tuviésemos entusiasmo. Ahora, cuando todavía estaba feliz en su infantil mundo de juegos.
Si esperábamos, estábamos convencidos de que se transformaría en una triste estadística más. Sabíamos que debíamos actuar mientras las pautas de comportamiento de Raun fuesen nuevas y estuviesen poco afirmadas, mientras su dificultad para acercarse a su medio ambiente no le hubiese creado aún problemas emocionales graves, mientras su paz y su alegría fuesen puras, sin deterioro.
Contábamos con poco para hacer nuestro trabajo, sólo nuestro profundo deseo de alcanzar a Raun; ayudarlo a que nos alcanzara. Los profesionales no ofrecían ninguna esperanza real ni ninguna ayuda, pero en nuestro amor por nuestro hijo y en su belleza habíamos encontrado una determinación para empeñarnos.

¡Levantate, hijo!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora