I Just Threw Out the Love of My Dreams

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Cada día es la misma rutina desde hace años; despierta en un apartamento caluroso en verano y frío en invierno, sobre un colchón semi duro al lado de un hombre llamado Scott Pilgrim, al cual mantiene desde que lo conoció.

   Por lo general, él era la primera persona que veía al despertar si es que no llevaba un amante de una noche a su cama antes de aquello. No podía mentir cuando más de una vez se quedó ordenando el cabello mal recortado de Scott antes de que este despertara, o lo arropó como a un niño cada vez que se destapaba. Aquellos detalles le sacaban una sonrisa y un suspiro de vez en cuando.

   En una que otra ocasión sentía unos brazos alrededor a su cintura, y ahí tenía a Scott aferrado a él como un oso panda. Aquello atacaría su orgullo si lo decía en voz alta, pero lo reconfortaba y lo disfrutaba más de lo que debería. Al fin y al cabo, ellos eran sólo amigos, ¿no?

   Un saludo matutino salía con suavidad a diario desde su garganta y se abría paso hacia el refrigerador para prepararle el desayuno. En una que otra ocasión, Scott intentaba devolverle el favor cocinando algo también, para terminar despegando la comida de los utensilios y las sartenes entre risas, a pesar de que él sabía que Scott era un buen cocinero -uno muy distraído, quizá-. Eran casi una pareja de casados.

   Sólo que...

   —Es heterosexual -confesaba luego de su... ¿octavo tequila? ¿A quién le importaba? Para el gran Wallace Wells, el alcohol nunca le supuso un problema, siendo ya un viejo amigo desde hace años —y también el delator de sus vergüenzas—.

   La chica, a quien usaba de confesionario en aquel momento, le robó la botella de tequila. Contempló la etiqueta del envase, replanteándose cómo había terminado escuchando los problemas amorosos del compañero de cuarto de su exnovio. Acto seguido, le dio un trago rápido.

   —Entonces... ¿Desde siempre te ha gustado Scott? —logró comprender elevando el volumen de su voz casi por encima de la música que retumbaba en todo el lugar.

   —¿Qué? —frunció el ceño Wallace ante el bullicio que dificultaba su conversación.

   Lo tomó de la muñeca y salieron al balcón. La música pasó a segundo plano en un menor volumen, ahora con el viento gélido haciéndoles compañía y dándoles un escalofrío por igual ante el golpe de frío.

   —¿La historia de cómo se conocieron Scott y tú es algo gay? —sentenció.

   Rio por lo bajo, delatando su borrachera actual. —Eres graciosa, Kim.

   Ella, quien solía portar su mejor cara de póker, lo miró con incredulidad. —Supongo que siempre tuve razón —se encogió de hombros, volviendo a quemar su garganta con más tequila.

   —Voy al baño.

   Wallace, borracho en su totalidad, le arrebató la botella a Kim y volvió a trompicones, ganándose algunos insultos al tropezar con quien se le cruzaba y tirarles el suficiente tequila como para irritarlos.

   Trató de buscar el susodicho lugar, con la vista borrosa y flashes rápidos de las luces junto a la música que lo aturdía.

   A unos cuatro metros de él, logró divisar una figura conocida, apoyado contra lo que parecía ser una pared. Se acercó como pudo, manteniéndose lo más erguido que su cuerpo le permitía.

   Se encontró frente a él, teniendo un momento de lucidez casi total.

   Scott hablaba con una chica.

   Lo que más llamó la atención de Wallace fue el magenta encendido en su cabello y su semblante serio que observaba a Scott, mientras éste le hablaba sobre algo que probablemente a ella no le interesaba

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