5. Una cosa rota

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Diez minutos.

John llevaba gritando diez minutos.

— No es posible que alguien controle tan poco a su prometida, ¿VISTE CÓMO ME HABLABA?

— John, cariño, cálmate.

— ¿QUE ME CALME? ¡ME INSULTÓ EN MI PROPIA CASA!

Estaban en la sala, John no paraba de dar vueltas en ella y Agustina estaba sentada en uno de los sillones dobles que tenían, con sus intentos de calmarlo en vano, él estaba siendo demasiado dramático con el trato de Ivy y ella estaba cansada por todo lo que tuvo que hacer hoy para la cena, solo quería dormir, pero debía cumplir su deber como esposa y tenía que tratar de tranquilizarlo.

Respiró profundo, aceptando lo que iba a hacer. Se levantó y se dirigió hacia él.

— Si no quieres volver a invitarlos, no lo hagas cariño; igual a mí no me agradó mucho su prometida y tu amigo no sacaba temas interesantes —mintió, con su mano puesta en su mejilla.

Con mentiras todo era más fácil. Con mentiras, todo acababa más rápido.

Él la miró.

Y ella vió el momento exacto en el que la idea de ir a dormir abandonaba su cabeza.

— Tienes razón, no valen la pena. Ninguno lo hace.

Él la agarró de la cadera y la acercó a él lo más que pudo.

"Respira, no es cómo si no te hubiera tocado otras quinientas veces antes" pensó la chica.

Además, si eso servía para tranquilizarlo, mejor.

— Tú, en cambio, vales mucho la pena —le dijo su esposo. Aún se veía alterado, pero se estaba empezando a calmar.

Con la mirada que le dedicó, ella supo que iba a tener que hacer todo lo que él quisiera si quería irse a dormir pronto.

Después de todo, era su deber de esposa hacerlo.

Agustina lo besó primero, ansiosa de que terminara rápido.

John, satisfecho, le siguió el beso sin dudarlo.

Después de eso, todo fueron besos, abrazos y caricias.

Al menos para él.

Porque para ella, su corazón se rompió un poco más.

No le gustaba hacer eso, pero era su marido. Debía hacerlo, quisiera o no, todos se lo habían dicho desde el momento en que se lo presentaron.

Pero se odiaba por no disfrutarlo, ¿no debería hacerlo?, ¿no debería desear que la tocara de la manera en que lo hacía?

Entonces, ¿por qué no podía?, ¿por qué nunca le había atraído ni siquiera un poco?

Esa noche, cuando todo acabó y John se quedó dormido, Agustina se sintió vacía.

Intentó llorar, pero ni eso podía hacer.

Y entonces, después de tantas veces de negarlo, no pudo hacer nada más que aceptarlo.

Estaba rota.

Y no había nada que pudiera repararla.

IvyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora