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Cuando abrió los ojos, la mañana ya le besaba las mejillas con sus amables rayos de sol. Pero no era su dormitorio. O, por lo menos, el dormitorio que le había sido asignado la primera noche. No recordaba nada con claridad, estaba vestida con la misma ropa de la noche anterior, así que ni siquiera llegó a darse el baño que deseaba. Aunque estaba sola, aparentemente, eso la tranquilizó un poco.

Shae se desperezó como un gato, de forma automática, estirando todas y cada una de las coyunturas y articulaciones y, cuando todo parecía estar en su sitio, se incorporó, se puso los zapatos y se dispuso a marcharse con todo sigilo. Pero, oh sorpresa que no sorprendía a nadie, la puerta estaba echada con llave.

Empezó a recordar a alguien pasando el calientacamas de bronce lleno de ascuas entre las sábanas, susurros de conversaciones lejanas, gente entrando y saliendo de la habitación, ajetreada en no recordaba qué... Pero le llamaba más la atención el presente, y no el pasado. Estaba en un dormitorio aún más grande que el suyo, pero no parecía un dormitorio a pesar de tener una inmensa cama de madera de palosanto tallada, con un elegante dosel de tejidos drapeados en una variada gama de tonos rojizos: desde borgoña a carmesí, pasando por un precioso rojo escarlata. Estaba lleno de estanterías, de libros, pergaminos, rollos, era más el scriptorum de algún sabio donde guardaba toda su locura desordenada que un lugar para dormir. Al lado de la chimenea, una enorme bañera de madera de nobuko, con una extraña tubería que provenía de un acumulador de agua encima de la descomunal chimenea. Una inmensa y abarrotada mesa colapsada de elementos de escritura. Una espectacular pluma de algún ave desconocida para Shae, grande, esbelta, de color azul iridiscente que se tornaba violeta, lila y morada en la punta. Sellos, tinteros, lacre, cordeles de suaves hebras, secatintas, paños de algodón para limpiarse las manos... Una pluma con la empuñadura de jade esculpido en forma de dragón, lo que se conocía como un zafón, una rarísima pieza de incalculable valor. Pergamino de mago, un curioso pergamino que almacenaba lo que se escribía, acumulando páginas y más páginas en un solo folio, dispuesto a manifestarse solo a quien lo había escrito en forma de imágenes en su cabeza. Lo tocaba todo, como si el tacto de sus dedos pudiera robar la esencia de los instrumentos más interesantes.

Quería grabar la forma de todo mediante el contacto físico. Pero un objeto sobre los demás llamó poderosamente la atención de la sanadora, una pequeña prensadora de pañuelos que los planchaba perfectamente al poner sus rodillos de piedra al calor de la chimenea. Lo miró con detenimiento, lo alzó con dificultad ya que pesaba muchísimo, y optó por coger el recipiente alargado de madera que tenía debajo. Con esa especie de vaina, se sentó en los almohadones que habían caído en un lateral de la cama, de frente a la chimenea ya apagada. Era la herramienta perfecta para prensar sus semillas y frutos y poder extraer así sus jugos.

⎯Buenos días ⎯dijeron dos mano fuertes y grandes, justo al entrar en los aposentos.

¡Clon!, se oyó cómo un calentador de camas respondía «bien, gracias, vaya usted a dormir».

Shae había dejado KO a Soho de un solo golpe. Lo intentó arrastrar agarrándolo por los pies, pero era muy pesado, y las alfombras frenaban más que ayudar. Fue en ese justo momento cuando tomó conciencia de lo alto y robusto que era aquel misterioso hombre. Hizo un nuevo intento agarrándolo por las axilas, pero se le resbaló y acabó desgarrándole la camisa por completo, con el intenso olor a almizcle clavado en la nariz. Última opción, voltearlo. Así consiguió llevarlo hasta los pies de la cama, solo quedaba atarlo, pero ¿con qué? Ya que estaba hecha jirones, la camisa serviría. Intentó sentarlo en el suelo lo mejor que pudo, pero constantemente se le venía encima, así que optó por hincar las rodillas con firmeza en el suelo en vez de permanecer tambaleándose en cuclillas, es un esfuerzo inútil por no perder el equilibrio. Era más fácil echarse sobre él para mantenerlo erguido con su propio peso mientras intentaba atarlo a la pata de la cama, pero así tenía que anudar al tacto. Era desesperante cómo algo tan fácil se podía complicar tanto. Si tuviera sus plantas sería pan comido dejarlo fuera de combate durante horas. Pero hay que trabajar con lo que se tiene, no con lo que se espera. Así que, en un último esfuerzo, de rodillas enfrente de Soho sentado y derramado para todos lados, se lo echó sobre el pecho mientras miraba sobre uno de sus hombros para asegurarse de que lo dejaba bien atado. Sí, lo había conseguido, varias vueltas y multitud de nudos. Pero...

⎯No pretenderás que me escape de mi propio dormitorio... ⎯dijo más que preguntar, aún recostado sobre Shae.

⎯Diosa madre... ⎯exclamó como pájaro que escapa de su jaula, dando un respingo hacia atrás, con el corazón en la boca, que la separó del hombre medio metro.

⎯¿Me has atado con mi propia camisa? ⎯preguntó entre incrédulo e irónico.

⎯Aquí las preguntas las hago yo ⎯horneando mandato por toda respuesta.

Y por toda respuesta obtuvo un gesto de aceptación con un leve encogimiento de hombros incluido.

⎯¿Por qué me has traído aquí? ⎯ disparó Shae.

⎯No he tenido nada que ver, ha sido el archiduque. No dejaba de hablar de una sanadora de Cafíster que le iba a cambiar la vida... ⎯contestó Soho.

⎯Me refiero a estos aposentos ⎯aclaró la mujer.

⎯...Porque ya sabes que su hija está muy enferma... ⎯Soho continuó su narración, como si no la escuchara.

⎯¿Qué hago aquí? ⎯Shae volvió a insistir, nerviosa, ya de pie, dando vueltas en círculos.

⎯...Te colmará de regalos si consigues que Ivy sane ⎯añadió casi susurrando, con los ojos clavados en un pensamiento disperso⎯, yo también lo haría.

⎯Necesito volver a casa ⎯y la mujer se dio cuenta de que no iba a conseguir nada con las preguntas anteriores.

⎯Shae Campos Belroy ¿para qué quieres volver a un hogar en el que no tienes hija ni marido? ⎯preguntó, en seco, mirándola a los ojos, como un pantera mira a su presa.

Se quedó paralizada, con las palabras de Soho clavadas en el corazón y, en esa herida de muerte, por primera vez, sintió la paz de la certeza en su dolor. Reys...

Ahora, quien miraba como una pantera sedienta de sangre era Shae. Cogió un abrecartas de plata y se acercó a Soho, lo odiaba, lo odiaba por el simple hecho de decirle la verdad. Pero ya que la verdad estaba saliendo, debía dejar que brotara por completo.

⎯Te lo preguntaré solo una vez ¿quién ha matado a mi marido? ⎯y colocó la punta del abrecartas justo en la carótida, aunque ya lo había apuñalado con la mirada.

Él la observó de cerca, las pestañas curvadas, los ojos negros como el caos, ese brillo de vitalidad, que en ese momento era odio hacia él.

⎯Ïstar.

Shae bajó la mirada y los ojos se le volaron, sin entender, sin asimilar, sin pensar, derrotada, destruida... La cabeza le daba vueltas y los contundentes latidos del corazón arrebolaban las mejillas y los labios, como si tuviera fiebre. No entendía nada.

⎯Mientes... ⎯susurró.

Soho supo aprovechar la oportunidad de haberla dejado en jaque, se echó hacia delante y Shae perdió el equilibrio, por lo que tuvo que soltar el abrecartas para poder agarrarse y no caer. Él lo pisó y lo impulsó hacia sus manos, para intentar zafarse de su camisa. Pero Shae no iba a consentirlo, se abalanzó sobre él y, con la inercia, cayeron hacia atrás, sobre las espaldas de Soho. Fue la moneda que elegía cruz, una cruz punzante y dolorosa.

Con las manos ya libres, contraatacó agarrándola de un brazo. Ella le arañó la mano para que lo soltara, él se la sujetó, ella le mordió, así que decidió inmovilizarla juntando sus manos en la espalda. No sé explicaba de dónde sacaba la fuerza una mujer a la que le doblaba el peso. Paró a respirar y aguantar el dolor.

Cuando dejó de patalear, mientras la sujetaba con los brazos detrás de la espalda, pudo sacarse el abrecartas del costado. 

Susurradora de difuntosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora