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Llega la época de navidad y con ella un montón de cosas que alegran el alma de las personas. El chocolate caliente al frente de una chimenea, la nieve, las películas navideñas y los regalos. Por desgracia vivo en Latinoamérica, mas en concreto en el centro, por eso mismo no existen chimeneas; tomar chocolate caliente me generaría un golpe de calor; lo único que cae en el techo de mi casa son cenizas de un volcán que exploto hace dos años; las películas navideñas dan un cringe para morir; y apenas tengo dinero para pagar la gasolina de mi auto, el cual sube y sube por unos chinos que no pueden quitar sus manos de nuestras aguas.

Sin embargo, el espíritu navideño se mantiene. No sé si es por las películas, los anuncios de Coca Cola, o si es realmente que alguien cree en eso del espíritu navideño. Que hasta lo que se la celebración ni siquiera es cristiana, es más una combinación entre celebraciones nórdicas/celtas y Romanas para captar nuevos creyentes de una manera más civilizada que de la forma en que lo hicieron en las Américas. Y aun con esos antecedentes sigo escuchando personas quejarse de que haya gente que celebre Halloween con la excusa de que es una celebración gringa, en esos momentos me dan ganas de darle una palmada en la nuca y decirles «¿Eres idiota o qué?, me da mucha pena aquella única neurona que te queda, pobre, solo debes mirarla intentando buscar algún lugar con el cual chocar para que a tu boca se le ocurra sacar semejante pendejada. Pero ahí estas, en misa cada que toca, leyendo lo que hay que leer como una oveja amaestrada, y preguntándote porque tu vida no mejora.». Querido, siento ser yo el que te lo diga, pero tu vida no avanzara si sigues creyendo que eres mejor que los gringos.

La cosa es que desde siempre está ha sido mi época del año favorita, combinando dos cosas que nunca me han faltado: ese cariño familiar y la ilusión por los regalos. Ya que no olvidemos que ese es el verdadero significado de la navidad, aunque haya marcas que te intenten convencer de lo contrario con una mano y con su producto en la otra. Mi familia siempre me enseño a que dar es mejor que recibir, y con los años he aprendido esa pequeña lección, y con algunos sobrinos a mis espaldas, cada navidad siento que les puedo dar una mejor festividad y es por eso por lo que hago lo posible para conseguir dinero y comprarles buenos regalos. Aunque después ni les gusten. Intentar devolverles ese pequeño favor a mis hermanos por medio de sus hijos.

Cada navidad vendo lo que sea, este año no fue diferente, combinando mi gusto por la cocina y mi facilidad para que la gente compre lo que sea con el poder de la insistencia y la cara del gato con botas, gracias a eso decidí que vendería sándwiches de atún. Algo fácil de hacer, rico de degustar y fácil de vender, ya que ¿a quien no le gusta los sándwiches de atún?, la última persona que me dijo eso supe que no seria una persona de fiar y que habría que apartarse de ella.

Los primeros días me fue bien, me fue mejor que bien, me fue excelente, vendiendo por mi facultad todos los sándwiches que llevaba. Lo único malo de que las personas te compren tanto y tan seguido es que llega un momento en el que se cansan de seguí comprándote la misma mierda una y otra vez. Entonces empiezo a vender menos y menos hasta que me pregunté si saben mal y decidí probar uno. Al comérmelo me llevo volando por una avalancha de sabores por el delicioso pedazo de cielo que me acababa de meter a la boca. Luego me puse triste al saber que me comí un sándwich que perfectamente podría haberle vendido a cualquiera. Entonces llega el plan B, que por miedo al rechazo no he querido tocar, SALIR DE MI FACULTAD. Realmente no me fue tan mal, solamente tenía que recibir el doble de negaciones solo para que alguien con buen corazón me comprara un misero sándwich, pero esa venta me subió la autoestima para seguir vendiendo el resto que me faltaban. Aunque me sigan diciendo que no a la pregunta de «buenas, ¿quieren un sándwich? Están muy buenos». Sali de mi facultad intentando no morir en el intento, tal cual como si fuera un explorador adentrándose en una nueva jungla en donde no sabe que tipos de animales venosos se encontrara. Al final uno se va acostumbrando al rechazo. Y haciéndose a la idea de que, si no hubiera esos pequeños tropiezos, al llegar a la meta seguirías siendo el mismo, y no habría valido de nada él esfuerzo.

Feliz NavidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora