II

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Entre telas y dominios

Al amanecer, Ella se levantó temprano, determinada a limpiar la casa antes de que su madrastra y sus hermanas despertaran. La luz tenue del alba iluminaba la azotea que ahora llamaba hogar.

Con determinación, Ella se sumergió en las tareas domésticas, barriendo, limpiando y ordenando cada rincón. La quietud de la mañana era interrumpida solo por el suave roce de la escoba y el murmullo de Ella mientras cantaba una canción que le recordaba tiempos más felices.

A medida que avanzaba con sus quehaceres, el hogar comenzaba a recobrar un destello de pulcritud. Aunque su labor era incansable, cada acción resonaba con la esperanza de mantener un lugar de paz en medio del caos que su madrastra y hermanastras traían a diario.

Ella se encaminó al jardín, llevando consigo la ropa recién lavada. El sol de la mañana acariciaba su rostro, creando un pequeño respiro en medio de sus tareas diarias.

El jardín, aunque hermoso, se había convertido en un recordatorio de la carga que ahora recaía completamente sobre sus hombros. Lady Tremaine, en un acto de despiadada economía, había despedido a todos los empleados de la casa, dejando a Ella sola con las responsabilidades que antes compartían.

Entre las flores y la ropa al viento, Ella lidiaba con el peso de sus nuevas responsabilidades. Cada prenda que colgaba era una carga simbólica de las tareas que ahora debía enfrentar sin ayuda, mientras intentaba mantener la serenidad en un hogar que se volvía cada vez más inhóspito.

Mientras Ella trabajaba en el jardín, ajena a las sombras que la acechaban, en la habitación que solía ser de su padre y ahora pertenecía a su madrastra, Lady Tremaine la observaba con una sonrisa siniestra. Sus ojos reflejaban una mezcla de maldad y deseo, una lujuria por el control que ejercía sobre Ella y por el sufrimiento que podía imponer.

En la penumbra de la habitación, Lady Tremaine seguía cada movimiento de Ella con una atención intensa, como si disfrutara del poder que tenía sobre ella. La relación entre ambas se volvía cada vez más oscura, con una intriga que se tejía entre los hilos de la manipulación y la perversión de los deseos más oscuros.

En la penumbra de su habitación, Lady Tremaine dejó al descubierto su figura imponente. Su cabello rojizo, caía en ondas seductoras sobre sus hombros, otorgándole una apariencia misteriosa y atractiva.

Con una mano delicada, ajustó algunos mechones, resaltando la atención meticulosa que dedicaba a su apariencia. La piel de Lady Tremaine era pálida y suave, un lienzo perfecto para destacar la expresión de sus ojos llenos de astucia y ambición.

Vestía un elegante vestido que abrazaba sus curvas con gracia, resaltando la figura esbelta y poderosa que ella misma cultivaba con esmero. Su presencia, aunque imponente, estaba envuelta en una sensualidad calculada.

Cada gesto, desde el modo en que ajustaba su vestido hasta la forma en que acariciaba su propio cabello, era un recordatorio de la dualidad de su carácter: la madrastra cruel y la mujer que exudaba un aura peligrosa.

En medio de sus quehaceres, Lady Tremaine, de repente, gritó el nombre de Ella, llamándola con urgencia. Ella, con el corazón acelerado, dejó todo y corrió hacia donde estaba su madrastra, ansiosa por saber qué había sucedido.

Al llegar, Lady Tremaine la miró con una pequeña sonrisa. Le pidió a Ella que se acercara y la ayudara a ajustar su vestido.

"¿Qué ha pasado, madrastra? ¿Necesita algo?", preguntó Ella, tratando de ocultar su inquietud.

Lady Tremaine, con una sonrisa que revelaba su control, respondió: "Solo necesito que me ayudes a ajustar este vestido. Sé que eres buena en estas cosas".

La cenicienta: "el beso del maltrato"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora