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Los días se volvieron lúgubres para los omegas de bajos recursos, siendo vendidos o secuestrados para dar su cuerpo, obligados a satisfacer a los alfas que pagaban por sus servicios. En la época feudal, poca importancia se le dió al trato inhumano que se le daba a la raza pasiva.

Los alfas siempre ganaban, ellos tenían el poder. Por lo que era una suerte si algún omega lograba emparejarse con algún noble.

Sí...

Por eso, decidió correr, huir;

Sus pulmones ardían al punto de rendirse, sin embargo, los pesados pasos siguiendo su rastro la motivaron a continuar. Aunque sus piernas y pies sangraran por las cortadas, nada la detuvo a buscar su libertad y esa poca esperanza que le quedaba la incentivó a correr por el bosque ese día, donde después de ser encerrada por años con otras omegas hasta cumplir la mayoría de edad, iba a ser vendida en un muy alto precio por conservar su pureza y aroma tan único. Sus planes de vida serían ser usada hasta romperse por un grupo de alfas. Decidió no tener el mismo final que sus compañeras de encierro, quienes eligieron no escapar con ella. Lo peor que podía pasar en una huída así era morir, y prefería eso que ser un juguete eterno de una manada entera.

—¡Kagome, regresa ahora! — Se oyó el primer llamado, enfurecido. Dado que aquellos alfas no estaban en forma, a ese paso jamás podrían alcanzar a la ágil omega, por lo que entraron en la desesperación y recurrieron al método más sucio — No me obligues a usar la voz.

No, no, no. La omega entró en una crisis al oír la advertencia.

Durante años, ese hombre, usó su voz de Alfa para someterlas, fue una tortura psicológica no poder luchar contra el instinto. Ella solo tenía cinco años cuando escuchó la primera orden;

"Entra a ese cuarto y recuéstate sobre la cama. Ellos no te tocarán, debes mantenerte pura, pero te mirarán. Obedece y no hables, Kagome" —dijo su padre aquella vez.

Su propio padre la traicionó tras la muerte de su madre. Y era el mismo que la iba a entregar a esa manada ese día.

Sus piernas de repente se detuvieron, pero temblaban. A pesar de la adrenalina, su cuerpo se paralizó por completo, y él ni siquiera tuvo que decir una palabra. Incluso ella misma se traicionó, por lo que su vista se volvió borrosa de la impotencia, cuando sus lágrimas se negaron a cooperar, haciéndola ver débil una vez más.

"La verdadera naturaleza no se olvida", decían.

Las ramas detrás suyo crujieron y una baja risa burlona llegó a sus oídos cuando sintió aquel aroma que tanto odió.

—Ya veo que lo has entendido sin tener que decir nada. Estás aprendiendo, mi muchacha. — En otras circunstancias, parecería un padre orgulloso.

Caminó hacia adelante, observando como la azabache se negaba a verlo, por lo que le hizo una seña a los otros tres hombres para que aun no se la lleven. Y con una sonrisa, acercó su rostro al de ella.

—Papá, por favor... —negó con la cabeza, agachando la mirada cuando su llanto silencioso no se calmó.

—Mírame, Kagome —exigió, pero ella negó de nuevo — Mírame.

No pudo contra el instinto, la orden comandó hasta lo más profundo de su consciencia para acatarla, levantando la vista para ver aquellos ojos depredadores. Ella sacó la mirada gentil de su madre.

—No me hagas esto —suplicó, como lo hizo durante años aunque haya sido en vano.

—Debes entender que estás sola en este mundo, no tienes un alfa predestinado y yo solo te estoy haciendo un favor al llevarte con personas que te cuidarán. Serás su tesoro más preciado, hija. — Pero sus palabras manipuladores ya no funcionaron.

Mi Destino |SesshomeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora