01. Ladrones envíados por nadie

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Mira con asco el puré de papas que tiene para almorzar.

Aunque la comida sigue siendo igual de mala desde que entró a prisión, hacía cinco años, se ha acostumbrado un poco. Aprendió (de mala manera) que morir por hambre no valía la pena, ni era digno de él.

Con ese pensamiento, empieza a comer su almuerzo. Después, saldrá al patio, si tiene suerte, le prestarán una pelota para jugar a algo —lo que sea para terminar con el aburrimiento—, y si no la tiene, hará ejercicio.

Esa ha sido su rutina desde que aceptó que jamás saldría de prisión.

Y cuando está harto de ella, va a su celda y recuerda su época como jefe de la mafia. Todas las cosas que logró, el poder que obtuvo y todo lo que manipuló. Toda una mente maestra.

Si su cama es fría y solitaria, tararea sus canciones favoritas. Ha olvidado la letra de algunas, de otras, su ritmo. Pero no le importa. Después regresarán a su mente.

Y si extraña a alguien, duerme. Porque dormir es mejor que sobre pensar, o por lo menos eso es lo que siempre ha creído.

El estruendo de una bandeja cayendo al piso lo saca de sus pensamientos. Rueda los ojos, el ruido empieza a molestarlo. Por eso odia desayunar junto a todos los demás presos, porque hacen tanto escándalo que le duele la cabeza.

Es entonces, observando, que se da cuenta de que está solo. Todos están sentados en mesas iguales que la suya, redondas y donde entran al menos siete personas. Todas estas mesas están llenas de amigos, colegas o compañeros. 

Todas, excepto la suya, que es la única en la cual solamente está sentada una persona: él.

Toma su bandeja, su plato y se levanta. Sigue sin entender por qué los demás presos le tienen tanto miedo. ¿Qué no se dan cuenta de que ahora es indefenso?

Pero es mejor así, se recuerda. No le gusta estar solo, pero no quiere la compañía de idiotas que están en la cárcel por robar un poco de dinero. O por asesinar a una, quizá dos personas.

Esos presos no merecen su tiempo. Más vale solo que mal acompañado. Le entrega sus cosas a la cocinera y se dirige a su celda.

No puede evitar notar que todos se mueven a un lado cuando él pasa. En cualquier otro momento —antes de la cárcel—, lo hubiera hecho sentir un rey. Intocable, poderoso, temible.  Ahora era una evidencia del rechazo que sentían por él, ya fuera por temor o por rabia. Había matado a conocidos y familiares de muchos de los presos de allí. Aún así, nadie se atrevía a enfrentarlo.

Se recuesta en su cama una vez que llega a su celda, mirando el techo. No quiere hacer ejercicio, no quiere jugar ni pensar. Solamente desea dormir. Odia su nueva vida, su nueva rutina, sus pocas ganas de mejorar su mentalidad para al menos vivir un poco más alegre.

Su vida nunca había sido peor. Y a decir verdad, hubiera preferido que le dispararan, a tener que pagar una condena de más de 300 años.

Cierra los ojos, deseando —como todas las noches— que su vida sea una mala pesadilla y al despertar se encuentre con que sigue siendo el líder de la mafia. Acompañado, tal vez, de un mafioso Rubén, que jamás lo traicionó. Y sabiendo que ambos tendrían el imperio más grande del mundo.

• • •

Lo despierta el sonido de la explosión, seguido casi inmediatamente por el de la alarma, que advierte a los policías que algo anda mal.

Empieza a toser por el humo que ha llegado hasta su celda. Se levanta mientras se cubre la nariz con una manta y sale al pasillo.

—Let's go, guys, find him! Do you think we have all night? —escucha a una voz gritando y tiene la sensación de haberle escuchado antes.

Mundo sin ti | RubegettaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora