CAPÍTULO 7: Desafío y supervivencia

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Ya había anochecido en la costa este de Estados Unidos. Y aquel día, había luna llena. Son muchas las leyendas que circulan en torno a ella. La vida, la muerte... todo ello relacionado con un satélite a 384.400 kilómetros de la órbita terrestre. Pero las leyendas, leyendas son. La única certeza comprobada científicamente es que la Luna tiene capacidad para provocar un ritmo diferente u otro en las mareas terrícolas.

Y luego hay quienes confían ciegamente en las leyendas. Algo así le ocurría al presidente Dalton. Tras haber sufrido un gran deterioro físico en los últimos días, se encontraba allí, en el Despacho Oval, sentado y mirando la Luna. Su médico personal le sacaba sangre con el objetivo de averiguar, a petición del propio mandatario, si alguien le estaba envenenado.

No iba muy desencaminado. Su propia esposa, la primera dama Alexa Dalton, había colado ingentes cantidades de cafeína en cada uno de sus cafés, con el propósito de llevar su corazón al límite, hasta que acabara estallando y sufriera un infarto.

Su plan funcionaba. Lentamente, pero funcionaba. El presidente había reconocido a su escolta personal que ya sufría alucinaciones y dolor de cabeza. Y si no tomaba medidas pronto, quizá la muerte sería su siguiente paso. Algo que, según ciertas leyendas creídas por el propio presidente, iba en consonancia con la Luna llena que observaba.

El médico del presidente sacaba la aguja de su brazo tras haber guardado sangre en ella, poniéndole una gasa para contener el pequeño orificio de donde había sacado esa pequeña muestra de sangre.

–Aplique presión durante cinco minutos. Luego, se la puede quitar.

Obedeciendo las instrucciones de su médico, el presidente Dalton continuaba muy mosqueado. Sospechando que estaba siendo envenenado por alguien, instó al doctor a confirmarle cuándo conocería los resultados de su muestra de sangre y el contenido de los alimentos que había consumido en los últimos días.

–Ya he enviado todo al laboratorio, señor. Ahora llevaré la muestra de sangre y la analizaremos también. Vendré mañana temprano con los resultados.

–De acuerdo. Puede marcharse –respondió Dalton.

–Señor... –el doctor guardó la muestra de sangre en su maletín y, tras recogerlo, salió del Despacho Oval.

En la puerta, se topó con la primera dama, Alexa Dalton. La esposa del presidente entró y vio a su marido respirando hondo mientras presionaba el orificio de su brazo con la gasa que le había dado su médico. Satisfecha, sabía que estaba logrando, poco a poco, su objetivo de agotarle las energías. Pero, para rematarlo, necesitaba que no sospechara lo más mínimo.

–¿Cómo te encuentras?

–Mejor. Me he tomado un analgésico y me van a hacer un análisis de sangre.

–¿Un análisis? –la primera dama se preocupó por la posibilidad de que fuera descubierta.

–Sí... a ver qué sorpresa me llevo –dijo el presidente, exhausto y respirando hondo.

Sin obedecer siquiera a su propio médico, dejó de presionar el orificio de su brazo y tiró la gasa a la basura. Alexa le insistió en que debía hacer caso de las recomendaciones del doctor.

–Si haces lo que te da la gana, vas a reventar, Stephen, ten un poco de coherencia.

–Tenemos ahora una gala con invitados y no voy a faltar. Además, cuando me ponga el traje, estaré mucho mejor.

–Bien, entonces. ¿Quieres un café?

En cada taza de café que tomaba el presidente, estaba presente el veneno que acababa con él lentamente. Su propia esposa colaba en él otro tipo de café mucho más potente. Y teniendo en cuenta que el presidente tomaba tres tazas diarias, era cuestión de tiempo que acabara sufriendo un ataque cardíaco, debido a los altísimos niveles de cafeína que consumía.

Enigma L - Parte 1: La insignia estrellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora