CAPÍTULO 5: Actos envenenados

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Cerca de 8.000 millones de personas habitan el planeta Tierra. Y, en un mismo momento, hay situaciones tan diferentes a lo largo del mundo, que podrían hacerse películas o series totalmente diferentes de todos esos sucesos. En un día, a lo largo de los cinco continentes, hay situaciones tan contrapuestas que parecen realidades paralelas.

En el mismo instante, pero en un distinto lugar, hay personas que duermen. Otras que se levantan de la cama. Otras, que se duermen para siempre. Otras que acaban de nacer. La muerte y la vida es lo más contradictorio que existe en la naturaleza del ser humano. Lo que sí es evidente es que todo instinto de supervivencia tiene un límite. Incluso el de aquellas personas que, a ojos de los demás, parecen las más afortunadas. Y eso mismo le ocurría a la primera dama de Estados Unidos, Alexa Dalton.

Sumida en un matrimonio convulso, su única felicidad llegaba cuando lograba alejarse de su marido. Aunque fuera por un solo instante. No es nada sencillo resistir durante casi 30 años. Y, a medida que pasa el tiempo, ese instinto de supervivencia crece a raudales. Hasta el punto de que haría lo que fuese con tal de conseguir su ansiada libertad.

Esas tres décadas de matrimonio habían hecho añicos el alma de la primera dama. Durante años, exigió a su marido que le concediera el divorcio. Pero él sabía que su deteriorada imagen pública necesitaba de alguien popular. Alguien como su mujer. Y por esa razón, decidido a agarrarse al poder como fuera, el presidente Dalton ya le había advertido que nunca le permitiría separarse de él. Y, si intentaba hacerlo, haría lo posible por destruirla.

Ante un marido amenazante, una cadena matrimonial y un deseo mayúsculo de libertad, la primera dama ya solo tenía una alternativa posible para alcanzar su felicidad. Y esa única alternativa consistía en matar a su marido por sí misma, sin ayuda de nadie.

Inconsciente de que cinco militares también querían venganza con su marido, la primera dama llevaba mucho tiempo estudiando la manera en que pudiera acabar con él sin levantar la más mínima sospecha.

Y en eso mismo se encontraba. Desde hace unas pocas semanas, le había empezado a administrar, a escondidas, una enorme dosis de cafeína en cada uno de los cafés que tomaba, con la intención de provocarle un infarto.

Para ello, Alexa compraba paquetes del conocido 'Death Wish Coffee', considerado el café más fuerte conocido, con una cantidad de cafeína muy superior a la recomendada para el cuerpo humano. Y, poco a poco, en cada taza de café que tomaba su marido, ella echaba una pequeña cantidad de aquel producto. De ese modo, si el presidente lo tomaba continuamente, y sin sospechar que tenía ingredientes tan letales, terminaría por sufrir un ataque al corazón.

El día previo al discurso de su esposo, y mientras unos militares habían tomado el control del búnker de la Casa Blanca, la primera dama se preparaba para volver a actuar. Acababa de bajar a las cocinas y, caminando por los pasillos, se aseguró de que no hubiera nadie cerca, con el propósito de llevar a cabo sus planes.

Fue entonces cuando vio, sobre una mesa, un gran recipiente trasparente, y repleto de café orgánico en su interior. Acercándose a la mesa, la primera dama abrió su mano derecha, con la que sostenía un pequeño frasco.

Dentro de ese frasco, había unos pocos granos del fuerte café con el que quería envenenar a su marido. Abriendo rápidamente el recipiente, volcó todo el contenido del frasco en su interior. Volvió a colocar la tapa y empezó a agitarlo, de tal modo que nadie se pudiera percatar del ingrediente que ella le había añadido.

A punto estuvo de irse al traste su plan, cuando un joven camarero entró y vio a la primera dama dejando el recipiente sobre la mesa. Ella se apresuró y contestó antes de que le hiciera cualquier pregunta.

Enigma L - Parte 1: La insignia estrellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora