Capítulo 6-Entrelazados

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Las sirvientas son guardianas de secretos. Escuchan sin ser escuchadas, ven sin ser vistas.

Kate Morton.

Apenas había cerrado los ojos en toda la noche. Atreverse a compartir lo que sabía sobre lady Wood con el Duque de Wellington había sido lo más emocionante que había experimentado en toda su vida. Guardar los secretos de sus señores era una norma no escrita para toda doncella, y ella había decidido romper esa regla. De hecho, era la primera regla que rompía desde su secuestro. 

—Señorita Jane, Su Excelencia la necesita en su alcoba, está con el médico —interrumpió la señora Bass mientras preparaba la infusión relajante, concebida por ella misma, para aliviar los músculos adoloridos del señor. Con el tiempo, y gracias a la influencia de otras sirvientas más experimentadas, había aprendido a elaborar remedios eficaces para ayudar a sus señores. 

—Por supuesto —Colocó la tetera y una taza sobre una bandeja de plata y subió hacia las dependencias del Duque de Wellington cargada con ella, cruzando los pasillos con el suelo de mármol y pisando las moquetas rojas con los emblemas del Ducado de Wellington. 

—¡Por fin llega! —oyó la voz de Arthur al entrar en la grandiosa y esplendorosa recámara del Duque—. ¿Estaba usted disfrutando de mi propiedad mientras yo sufro? Dando un paseo, ¿tal vez?

—En realidad, Su Excelencia, estaba preparándole un remedio natural para el dolor de su cuerpo. 

Era su segundo día de trabajo. Pero, por alguna razón que no podía explicar, sentía que llevaba toda la vida sirviendo a ese hombre. Y no era que él fuera una persona fácil de descifrar, por supuesto que no. 

Arthur se removía bajo la exploración del «curandero» como si lo estuvieran torturando, profiriendo toda clase de insultos y bajezas hacia el pobre hombre de bigotillo blanco que solo quería ayudarlo o, simplemente, cumplir con su labor. 

—Señorita Jane, haga que este «curandero» se vaya de inmediato. 

—Su Excelencia, el cirujano solo está intentando ayudarlo —lo contradijo ella, para sorpresa del médico e irritación del Duque.

Pese a la irritación de lord Wellington, este se quedó callado y soportó otros veinte minutos de tortura. —No se acostumbre a contradecirme en público —la advirtió él, una vez el cirujano abandonó la recámara un poco más tranquilo de lo que había entrado previamente. 

—Sí, Su Excelencia —decidió empezar la mañana con su papel de criada sumisa. Lo último que quería era tener un segundo día de trabajo como el anterior, lleno de altibajos. Además, ya estaba suficiente nerviosa por la publicación en el diario que ella y el Duque habían mandado la noche anterior a escondidas, a través del señor Dowson y con mucho sigilo, como si ambos estuvieran cometiendo un delito. 

Los nervios afloraban en la doncella, su sumisión repentina no se debía a un correctivo autoimpuesto, sino a la ansiedad palpable. Arthur lo percibía en sus pasos más rápidos por la habitación, en el brusco manejo de las cortinas y en el frotar constante de sus manos desnudas. Las doncellas rara vez usaban guantes a menos que fuera una ocasión formal o hubiera invitados, lo que dejaba a la vista sus nudillos gastados. A pesar de ello, no podía tildar sus manos de feas, igual que el resto de Jane. Más bien, parecían descolocadas en su pequeño cuerpo. No era de complexión robusta ni tenía la amplitud de hombros de otras criadas. Tampoco era especialmente baja, pero en resumen, había una feminidad innata y un encanto natural en ella, algo que la distinguía.

—Su Excelencia, el periódico.

—¿Has traído «The Calcuta Chronicle»?

—Sí, mi señor, tal y como me pidió encarecidamente ayer por la noche. 

El Diario de una DoncellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora