،⠀única parte '⠀ਓ.

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Lo admitía, las cosas no salieron bien el día que fue a recoger sus pertenencias a la casa de su padre –siendo un día después de que llegara a la casa de Tomás todo empapado–, juntos habían llegado temprano, cuando su padre aún estaba en el trabajo, para guardar todas sus pertenencias dentro de cajas en el automóvil del mayor, pero cuando estaban guardando las últimas cosas de Rodrigo, su padre llegó.

Ese día habían ido de acá para allá gruñidos, gritos y golpes por parte de ambos mayores, sobre todo del pelicafé cuando el alfa mayor tomó por el cabello al castaño para hacerlo entrar de nuevo a la casa. Arbillaga mantuvo la distancia con su suegro por el bienestar de su novio y para no hacer las cosas difíciles, pero oír y ver frente a sus ojos cómo trataba a su hijo sacó su peor versión; no le importó meterse en medio y terminar con un moretón en la mejilla derecha, el labio roto y rasguños y mordiscos en sus extremidades con tal de defenderlo.

Ezequiel aún recuerda las palabras llenas de veneno que le gritó su padre cuando ambos dieron media vuelta para irse en el automóvil de su novio –solo porque los vecinos habían llamado a la policía por todo el alboroto que hicieron en la calle–, pero también recuerda como Arbillaga le gritó a su padre que no necesitaría de él nunca más, porqué ahora lo tenía a él y Tomás era su familia.

Fueron largas noches difíciles donde rompía en llanto entre los brazos de su alfa mientras los dos descansaban, noches donde Rodrigo se preguntaba qué había hecho mal durante su vida o por qué su padre lo trataba de esa cruel forma cuando siempre fue un buen hijo, cariñoso, atento y amable, pero durante esos días grises Tomás siempre estuvo con él, abrazándolo fuerte entre sus cálidos brazos, recordándole que no era el culpable de todas las malas decisiones de sus padres. Y con la ayuda terapéutica pudo sobrellevar toda esa carga emocional que había traigo su familia desde el día en que se separaron; Arbillaga nunca lo dejó solo en ningún momento, y eso le hizo saber que él era su medicina, la razón por la cual seguía teniendo otra razón para vivir.

—¿Qué pensas, amor? —el castaño giró su rostro, viendo el sonriente rostro del mayor y sintiendo la calidez de sus manos enlazadas.

—Solo en cosas…

—¿Y en qué cosas? —volvió a cuestionarle, agitando adorablemente sus peludas orejas.

—En el pasado. —apoyó su cabeza contra el hombro ajeno, observando por la ventana el paisaje nevado—. Y en que mañana será nuestro cuarto fin de año desde que vivimos juntos.

—Ya ha pasado un montón de tiempo. —el mayor se rió suavemente, acariciando el dorso de la mano ajena—. Realmente sería nuestro… décimo, fin de año desde que nos conocemos, ¿no? Aunque el mejor de todos.

Y Tomás no mentía, está sería la mejor de todas. El mayor le había regalado en navidad –hace unos días– dos boletos de avión para un viaje a Francia, París, pues él sabía su anhelo por conocer la nieve; fue como haber experimentado su evento de “medias de abejita” de la película favorita de ambos, ese día.

—Tenes mucha razón, Tomi.

—Tenes mucha razón, Tomi

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ETERNO AMOR   𝑓𝑡.  rodrimásDonde viven las historias. Descúbrelo ahora