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Estaba más que claro que algo no estaba bien.

Reiko Satō había llegado nueva al instituto. A pesar de haber escuchado las historias sobre ese lugar, sus padres hicieron caso omiso. Su llegada solo atrajo la mirada de aquellos que amaban molestar a los demás. Reiko no fue la excepción. Su cuerpo robusto provocaba que no entrara en los estándares de belleza de ese lugar, haciéndola un objetivo fácil.

Un grupo de chicas dio inicio al juego al esconder sus cuadernos.

—Necesito mis cuadernos, por favor —pedía ella con la cabeza gacha. En su voz se notaba la timidez y el miedo, aunque más lo primero.

—¿Qué dices, estúpida? Habla más fuerte. ¿Qué quieres? —dijo la cabecilla del grupo, mientras que las otras tres se burlaban. La tercera llevaba sus cuadernos.

—Va a comenzar la clase. Necesito los cuadernos —dijo, con el labio temblando de impotencia. Le molestaba no ser capaz de plantarles cara como se merecen.

—Si los quieres, alcánzanos. —Dicho esto, comenzaron a correr fuera del salón. Lamentablemente, debido a la diferencia física, Reiko corría más lento que las demás.

Cayendo en la trampa, la llevaron hacia el baño, como si una mariposa fuera hacia la telaraña de una tarántula. En cuanto estuvieron todas en el baño, la empujaron para que cayera. Desgraciadamente, como el suelo estaba siempre cubierto de agua, no fue difícil derrumbarla. Se apresuraron a encerrarla en ese lugar.

Reiko gritaba por ayuda, pero nadie la ayudaba. Lloraba y empujaba la puerta, pero por alguna extraña razón nadie la escuchaba. Esperaba que al menos sus padres la buscaran, pero no sucedió. Las voces se escuchaban ir y venir. ¿Nadie iba a ese baño? Es como si no existiera.

Pasaron tres días y era como si se hubieran olvidado de su existencia. Sus padres, de por sí, están tan ocupados que ni siquiera se molestan en verificar si sigue en casa. Reiko, por su parte, solo podía beber agua del grifo. Se había comido su almuerzo el mismo día que la encerraron.

Se miraba al espejo del baño, derramando lágrimas que golpeaban contra el sucio lavabo. Su cabello castaño oscuro era lo único que parecía brillar en ese lugar. Se soltó la coleta que llevaba, dejando que cayera sobre sus hombros.

—¿Por qué no soy bonita? —dijo, ya cansada de todo. —Todo es culpa de esas chicas, ojalá estuvieran muertas.

Sin previo aviso, su reflejo en el espejo cambió. Se reflejaba un salón, específicamente su salón. Creía que estaba alucinando, pero parecía un vídeo captado en tiempo real. Reiko estaba anonadada. Acercó su mano al espejo, pero solo sentía el cristal. Solo el reflejo era como un vídeo, como si estuviera viendo la televisión. Estaban todos los del salón, incluso el profesor. Aunque algo cambió, algo que la dejó asustada y sorprendida: la cabeza del profesor explotó sin razón alguna. Tanto la sangre como los restos de sus órganos salieron disparados hacia todos lados. Los gritos de los alumnos no tardaron en hacerse escuchar. Trataron de salir del salón, pero la puerta estaba cerrada. No tardaron en desencadenar una reacción en cadena. Todas las cabezas de los estudiantes comenzaron a explotar, al igual que la del profesor. A Reiko le sorprendió que nadie los ayudara. Les pasaba lo mismo que a ella, como si no existieran.

Reiko creyó que después de esa masacre la buscarían, pero no fue así. A nadie le importó lo ocurrido en el salón. Fue como si en verdad esos alumnos y ese profesor nunca hubieran existido. En cambio, ella murió poco a poco. Nadie la fue a buscar sino hasta unos días después de su muerte. La encontraron con una herida en la frente. Tenía varios vidrios incrustados en la herida, y el espejo del baño estaba completamente destrozado. Creyeron que enloqueció por estar encerrada, y por eso acabó con su vida. Pero lo más extraño de todo es que estaba sonriendo cuando la encontraron.

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⏰ Última actualización: Dec 17, 2023 ⏰

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