CAMINANDO ENTRE NARCISOS

CAPÍTULO 3 - LA CIUDAD

El viaje estaba cerca, la fecha había quedado pactada para el mes siguiente. Las amigas estaban en contacto, las niñas se encontraban en la confección de nuevos vestidos, un estilo que se apegara a la ciudad y su hermana mayor las ayudaba con eso. La fecha se acercaba y las niñas esperaban con anhelo vivir la experiencia que vendría con visitar la ciudad.

El gran día llegó, la madre se levantó temprano como de costumbre. Pettite ya hacía su cama y su hermana mayor hacía el desayuno con su madre, la menor dejaba contados los retratos que llevaría a la ciudad y los que quedarían en casa como recuerdo de su presencia en la casa. El señor Erasmus estaba enormemente triste, sus pequeñas se irían lejos de él a una ciudad que el conocía que no serían amables con dos niñas de un pueblo... pero no podía romper el corazón de sus hijas diciéndoles que no a sus sueños, y menos a estas alturas. Pettite fue con su padre para arreglar cuentas de la tienda y por primera vez pudo ver a su padre con sus ojos irritados por haber llorado minutos antes

- Papá ¿Qué sucede? - preguntó preocupada

- No sucede nada mi Jollie... solo estoy angustiado por un tema que no te tiene que preocupar. Debes concentrarte en tus maletas - diciendo esto último con la voz quebrada, ella lo conocía y verlo así le hacía doler el pecho.

- Papá... esto no es nada fácil para mi - Dijo con voz muy bajita y al borde del llanto

El señor Legrand abrazó y limpió las lágrimas de los ojos de su hija, era un hombre que no se permitía sensibilidades, pero cuando se trataba de sus hijas era otro asunto. El daba la vida por ellas, le encantaba verlas felices, cantaba con ellas y no le importaba que su imagen grande y poderosa desapareciera ante ellas y su esposa. En la intimidad de su hogar el gran señor Erasmus Legrand, era débil ante los encantos de las mujeres de su casa y a la vez poderoso al protegerlas. Le dijo a Pettite que fuera a hacer sus maletas tranquila que el se encargaría de los inventarios y de más. Ella subió por las escaleras con la elegancia de una gacela, se volteó miró a su padre y le lanzó un besito.

Había algo que molestaba a Erasmus en lo profundo de su ser, había algo que lo incomodaba... lo llamaríamos como un mal presagio pero el no creía en esas cosas. Tal vez era su miedo paternal y su natural sentido de protección, quizá era eso o algo no le cuadraba de la rapidez de los acontecimientos, de lo amables y lo abiertas que estaban siendo las amigas de su esposa, había cierto temor que recorría su espalda pero que al ver la alegría y la ilusión en la cara de sus hijas se desvaneció. 

Los coches ya estaban listos, Pettite se despedía de su yegua. Su hermana mayor lloraba repitiendo la frase "Las visitaré seguido", era implícito que las chicas se quedarían en la ciudad, era necio pensar que regresarían o que no les gustaría, siempre fueron mujeres de cosas grandes, de aspiraciones y de vuelos altos.

Con un abrazo y un beso en la frente Don Erasmus se despidió de sus tesoros, secó las lágrimas de sus hijas y les prometió visitarlas en el menor tiempo posible. Esta vez iban con su madre, pero estaba claro que volvería sin sus hijas. De momento, la señora Legrand no parecía afectarle, con un beso se despidió de su esposo, abrazó a su hija y subió al auto. Peinaba a la menor, siempre tuvo esa manía, acicalar a sus hijas. 

- Pettite ponte derecha - Dijo su madre y ella hizo caso

- ¿Mamá en qué sector de la ciudad viven sus amigas? - Preguntó Pettite tratando de disipar la tristeza que sentía en el pecho.

- Me dijeron que era céntrico, cerca de un colegio para señoritas muy prestigioso... por favor no nos hagan quedar mal, tengan buenas costumbres, ayuden en lo que puedan y concéntrense en estudiar. La ciudad no es como el pueblo, la ciudad trae malicia... trae mucha malicia.