--¿Puede hablar? –preguntó Magnus a Clary, señalando a Jace.
Antes de que ésta pudiera responder, los ojos del muchacho se abrieron lentamente y alzó la mirada hacia el brujo, aturdido y mareado.
--¿Qué estás haciendo tú aquí?
Magnus dedicó una sonrisa burlona al muchacho, y sus dientes centellearon como diamantes afilados.
--Hola, compañero de piso –saludó.
Tenía la sensación de estar debajo del agua. Todo era más lento. Él era más lento. Tuvieron que explicarle dos veces que estaría bajo observación hasta el interrogatorio nada menos que en el departamento de Magnus. Oficialmente le estaban echado del Instituto. Pasarían por ahí solo para recoger algo de ropa, tal vez podría duchare. Eso era todo, estaba afuera.
Alec lo rodeó con su brazo medio acompañándolo, medio sosteniéndolo a pesar de su resistencia y lo dejó en la puerta del taxi. Isabelle subió adelante y Clary se sentó a su lado sin mirarlo.
--Tengo por ahí unos adminículos que darían al departamento un aire de mazmorra, digo, tal vez te inspire el estilo más sado –dijo risueño el mago antes de que Alec entrara con él en el asiento trasero del otro auto.
El camino fue confuso, al menos para él. Estaba perfectamente consciente, pero no podría responder si le preguntaban por qué camino habían llegado. Las imágenes de la noche anterior no dejaban de proyectarse en su cabeza. Los escalofríos recorrían su cuerpo uno tras otro. Clary apretó su mano cuando llegaron y ese contacto lo regresó a la realidad por unos momentos.
Maryse y la Inquisidora todavía no habían llegado. Isabelle entró directamente a su cuarto y se encerró con un portazo. Él caminó casi como un sonámbulo hacia el que ahora era su ex dormitorio. No supo en qué parte del camino se quedó Clary y no quería saberlo. Tendría unos minutos de soledad y los necesitaba. Mucho.
Abrió la ducha antes de quitarse la ropa que olía a humedad, a sudor, a sangre y a metal, la dejó en un montón desordenado allí donde cayó. Ni se molestó en arreglarla, ese ya no era su lugar. Se miró en el espejo por un buen rato. Buscó en sus rasgos atormentados algún parecido con quien era el origen de todo su pesar. No lo encontró. El cuarto comenzó a llenarse de vapor y el cabello se rizó en las puntas. Cuando no pudo ver más su reflejo, entró a la ducha sin desempañar el espejo. Así se veía todo ahora, como un espejo empañado. Había perdido la confianza de su familia por Valentine, quien tampoco confiaba en él lo suficiente como para hablarle de sus planes con la espada mortal. "Lo peor de los dos mundos" pensó y se le dibujó media sonrisa en el rostro.
No supo cuánto tiempo se quedó inmóvil bajo el agua caliente. Solo bajó la cabeza y la dejó correr. Sintió cómo el ardor en su espalda lo reconfortaba. El dolor físico aturdía el dolor que llevaba dentro y eso era bueno para distraerse. Escuchó abrirse la puerta del cuarto y salió de la ducha. Apenas se secó y volvió a calzarse los pantalones negros. Con el cabello aún goteando salió y la vio sentada en su cama, con las piernas cruzadas, cubriéndose el rostro con las palmas abiertas. A pesar de todo lo que estaba sucediendo, verla ahí le hizo sentir un atisbo de alegría. Ella era hermosa con el cabello desordenado. Dios. Su hermana era hermosa. Esto está tan mal...
--Estoy decente, puedes descubrirte, no verás nada que ponga en peligro tu buen nombre –le dijo cruzando la habitación y dándole la espalda para abrir el mueble donde guardaba su ropa. Rebuscó apenas y encontró el bolso de lona que necesitaba. Lo lanzó sobre la cama y aprovechó para volver a mirarla.
Seguía en la misma posición, pero ahora sí se encontró con sus ojos. La miró un segundo y se volvió para tomar algunas camisetas.
--Jace, tu espalda –dijo ella casi sin aliento. Se puso de pie en un segundo y con delicadeza apoyó las puntas de sus dedos en la zona enrojecida por el agua caliente. Él se estremeció, pero no se dio vuelta. Dejó que ella siguiera recorriendo su espalda apenas rozándolo, enviándole cientos de descargas eléctricas que lo atravesaron. Bajó la cabeza y tomó una bocanada de aire. Ella apoyó la frente entre los omóplatos, lo rodeó con sus brazos y cruzó los dedos en su abdomen asegurando su agarre. –Lo siento—murmuró sin separarse ni un centímetro. Él cubrió las manos de ella con las suyas y cerró los ojos. Su abrazo era todo lo que necesitaba. Había valido la pena la noche que pasó, habrían valido la pena cien noches más si es que ella después lo abrazaba así.
--Vas a tener que trabajar más el autocontrol, no puedes ir por la vida abrazando a cada hombre semidesnudo que veas, ahora que eres mi hermana o tendré que convertirme en un asesino serial. Créeme, a la Clave no le gustaría eso.
La sintió sonreír pegada a su espalda y él también sonrió. Lentamente lo soltó y se hizo a un lado. Él acomodó dos mudas de ropa en el bolso sin volver a mirarla. No podía hacerlo. No en ese momento. No mientras estaban solos y ella no le quitaba los ojos de encima. Podía sentir físicamente cómo lo recorría con la mirada.
Cerró el bolso y sin quererlo, volvió a suspirar. Ella estaba de pie a menos de un metro y a pesar de que todas sus fuerzas estaban centradas en aparentar fortaleza, sabía que ella podía ver más allá de eso. Siempre lo había hecho. Por eso la amaba con todas sus fuerzas.
Se enfundó en una camiseta azul claro y se sentó en la cama para calzarse sus botas negras.
--No tienes que fingir conmigo ¿lo sabes? –él prefirió no mirarla y concentrase en las botas.
--Por supuesto que tengo que hacerlo... --ella enarcó las cejas a la espera de una aclaración, él levantó la vista lentamente –de otra manera, esa puerta estaría cerrada con pestillo, no habría metro y medio entre mis manos y tu cuerpo, tú no tendrías la ropa puesta y, créeme, no estarías en posición vertical –desplegó media sonrisa, para quitarle seriedad a lo que acababa de decir, aunque fuera la declaración más sincera que había soltado en su vida.
A ella se le enrojecieron las mejillas e instintivamente dio un paso hacia atrás.
--No hablaba de eso –murmuró –acabas de pasar la que podría ser la peor noche de tu vida...
--¿Vamos? No quiero estar aquí cuando llegue Maryse. –Se colgó el bolso en el hombro e hizo una mueca cuando la correa rozó la piel irritada.
--Jace... --dijo ella, se acercó y apenas apoyó la palma de su mano en el pecho de él. Jace tiró de ella y la abrazó. Escondió el rostro en su cabello inclinándose. Ella, sin pensarlo, acomodó sus brazos en su cuello y lo atrajo más cerca. –Todo va a salir bien, te lo prometo –él soltó aire en lo que pareció un intento de risa... se irguió un poco y le besó la parte superior de la cabeza. Luego le besó la frente. Arrastró los labios por su rostro y volvió a besarla, ahora en la mejilla. Lo hizo otra vez, con los ojos cerrados, conteniéndose. Unieron sus frentes y se miraron un segundo, respiraban pesadamente, se decían con los ojos todo aquello que no podían poner en palabras. Él tomó la cara de Clary entre sus manos y la acarició varias veces.
--¡El taxi está aquí! –gritó Isabelle desde el otro lado de la puerta. Y todo se rompió. Jace se alejó unos centímetros, pero solo para mirarla mejor. Volvió a besarla en la mejilla.
--Gracias—murmuró sobre su piel. Y se fue.
Clary volvió a sentarse sobre la cama. Recién pudo volver a respirar cuando escuchó cómo se cerraba la puerta detrás de él. Se cubrió la cara con el brazo flexionado y sollozó en silencio.
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Esto está tan mal...
FanficCiudad de Ceniza. Jace acaba de pasar la noche en Ciudad Silenciosa, donde presenció la muerte del Hermano Jeremiah y el robo de la Espada Mortal. Desconfían de él. Quedará bajo la vigilancia de Magnus...