Olvido de una amante

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El tiempo pasa inexorable, como el discurrir de las páginas que leo, y con él la existencia. Hoy me percato que la vida me echa de menos, o quizá yo la añoro a ella. No lo sé. Me pregunto en qué momento y por qué razón desistí de ver, saborear y acariciar a esta amante, la más preciada que uno puede tener. ¿Cuándo deje de ver el universo en la luz y la oscuridad del plumaje de las alas de una urraca en una mañana de verano? No lo sé.

Quizá sea por este mundo construido, inmaterial e imaginario en el que nos vemos forzados a vivir. Él nos arroya, nos eleva y nos da vueltas como en el interior de un huracán. Somos velas luchando por arder, por sobrevivir, entre miles de rachas de viento que mecen nuestra llama, llamando a su extinción. Mientras, cada parte material e inmaterial que conforma lo que somos, anhela y grita constantemente vivir.

El huracán no reduce mi responsabilidad con mi amante, pues nuestra relación solo nos incumbe a nosotras dos. Así que me dirijo a su ojo, donde el viento no sopla, donde no hay ruido, donde no me muevo. Ahí y solo ahí es el lugar en el que la vida puede llegar a mí y atravesarme. Y con ella el mundo entero. Solo a través de la vida podemos relacionarnos con el mundo y él con nosotros. En ese instante todo mi ser se carga de electricidad y ya no soy una llama miedosa de las inclemencias. Soy un relámpago que ilumina la noche más oscura. 

Ideas de un individuo inexpertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora