Vías del tren

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El viento y yo tenemos algo en común.

Gritamos de dolor en invierno.

¿Han escuchado el ruido que hace el viento al entrar por las ventanas? Ese ruido que asustó hasta al más escéptico alguna vez. El viento grita, yo lo he escuchado, todos lo hemos escuchado, el viento pide a gritos encontrar en donde ser refugiado, pero por más cálido que sea el lugar, es ahuyentado por su misma frialdad. Ese, es el mismo ruido que me rompe por dentro, porque por más que grité solo siento al invierno rodearme con sus frívolos brazos, me duele sentirme frío en un lugar cálido, entrar por la puerta y que la única señal de calor que me reciba sea la de un sitió desolado, el mismo chiste sin gracia que la frialdad del exterior.

No me era cómodo estar entre esas cuatro paredes que se hacían llamar casa, 'mi casa', sin voces que llenarán cada rincón indicando que ahí se respiraba vida, porque los retratos y estantes llenos de recuerdos solo olían a polvo y resequedad. Todo lo que quería es llegar a un hogar que se sintiera como 'mi' hogar, quería sentirme como en casa, pero solo era un pequeño niño haciendo lo mejor que podía con lo que tenía entre esas cuatro paredes solitarias. ¿Cómo es que pase de tener un 'todo' a tener 'nada'?

Al final, siempre terminaré yendo al mismo lugar, cualquier sitio donde pueda alejarme de la calidez extraña que me causaba ese frío entre las cuatro paredes.

Terminé llegando a las vías del tren.

Las vías del tren parecían tan olvidadas como el tiempo que se me escapa de las manos, por un momento pensé en todas las personas atrapadas en los recuerdos de los vagones deteriorados por la vejez interminable del invierno. Estoy aquí, parado, mirándome en el reflejo de un lugar vacío, sin nada con que llenarse, sin nada por lo que existir, mientras mis pies se funden con lo gélido de la albugínea nieve y mis manos comienzan a buscar entre la cálida gabarnida, un lugar donde refugiarse, que irónico, al menos ellas tenían a donde ir, y todo esto lo hacía sin dejar de mirar aunque no haya nada que mirar. Quizá si me hubiera apresurado a llegar unos cuantos años atrás, me habría topado con la grata sorpresa de envidiar a los que esperaron los 11 meses del año para viajar e ir a ver a sus familias, con la única preocupación de la cena de Nochebuena, algo que claramente era ajeno a mí. Todos tenían un lugar al que ir, menos yo, todos tenían quienes los reciban, menos yo, me sentía olvidado como esas viejas vías del tren.

Se sentía como una novela de esas en blanco y negro, de esas que se quedaban a la mitad porque un golpe de estática no las dejaban continuar, se quedaban inconclusas, así me sentía yo en esos momentos, inconcluso, como si desde hace 6 meses la novela de mi vida se hubiera congelado en la escena donde yo era feliz, o al menos podía fingir mejor serlo, y de ahí en adelante no supiera con certeza lo que seguiría.
Los copos cristalinos de nieve caían helando mi existencia, solo cerré los ojos. Me deje guiar por el olor amaderado del cedro fusionado con la fragancia de los crisamentos, hundiéndome en mis miseros recuerdos. Era lo único que podía permitirme, pensar, pensar en como solía ser mi vida antes de ese pantallazo y después nada, un sonido blanco acompañado de barras negras.

De repente me encandiló el chirrido de los raíles. Estaba desconcertado, pensé que ya no habían más trenes en esa estación, pero claro, solo eran ideas mías, el tren que me llevaba a la única estación donde aún tenia a alguien que esperaba por mi, seguía en pie y yo no me negaría a abordar.

Lástima que esa estación se encontraba lejos en el tiempo y era un viaje doloroso de tomar, por eso, después de ese viaje tomaría otro camino, uno donde podré salvar mi alma y mi felicidad, después de todo, soy un pequeño niño que hace lo mejor que puede, y ya no puedo.

En un momento más la luz me ayudará a encontrar mi salvación.

Pero mientras vamos a recordar...

Pudimos serlo todoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora