Capítulo 2 - Fuego

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Luces y sombras.

Festejaban, no sé qué cosa. Algún triunfo, alguna conquista. Alguna matanza de las que tanto disfrutaban.

Las fiestas mundanas ya habían pasado.
Reían y bebían, bebían y reían. Un señor mayor tuvo la desdicha de la valentía y se acercó a pedirles a unos muchachos que fumaban junto a las residencias, tan cerca de mi ventana que casi podía respirar el humo, si podían bajar el volumen.

Se le rieron en la cara; el señor no se inmutó. Estaba cansado, como todos, del maltrato y abuso constante de estos personajes. Y al parecer esa noche llegó a su límite.

Una parte de mi lo comprende y entiende que no es su culpa.

—¿Qué te pasa viejo? ¿Querés un poco de alcohol vos también?

Pero otra parte lo odia…

—A lo mejor todos quieren alcohol y fiesta, ¿no? —carcajadas.

…por haber encendido la mecha...

Empujaron al viejo al suelo, le dieron una golpiza y se fueron, riendo todo el camino de vuelta a su fiesta. Nadie salió a ayudarlo. Nadie quería jugarse la cabeza tan públicamente. Se quedó tirado ahí toda la noche.

Pensé que todo había quedado ahí, y, aliviada de que el castigo no era para todos, me dormí, casi diría que me desmayé del cansancio de trabajar todo el día sin parar.

Pero me equivocaba tanto y en tantos sentidos. Wuuc ya les había dado la orden, el viejo fue quizás lo que les dio el empuje.

Unos minutos más tarde me levantó el caos. Gritos, fuertes pisadas corriendo por doquier, vidrios estallando y un calor abrasador. Por un instante sospeché haber muerto y estar en el infierno.

Alejo me sacudía con fuerza para despabilarme, me costó bastante hacerlo. Las palabras del soldado atormentaban mi cerebro, insultaban mi ingenuidad, mi pasividad ante lo ocurrido. Me sentía dentro de una pesadilla.

Corrimos sin mediar palabras hasta llegar frente a la puerta del pasillo, cercada por soldados de Wuuc borrachos y desenfocados, blandiendo sus armas peligrosamente de un lado a otro.

—Van a pasar de a uno, que hay poco espacio —Dijo uno de ellos arrastrando las silabas— tranquilitos y en orden.
Sentía el calor cada vez más cerca, aunque no podía especificar de dónde provenía, ni si era el fuego o la masa humana huyendo lo que lo provocaba. Solo sabía que había que huir.

Tras esa puerta estaba el pasillo que conducía a la salida.

—No te despegues —Dijo Alejo poniéndose delante de mí, tomando mi mano entre las suyas.

—Mujeres y niños primeros —Indicaba uno de los soldados—. Los vamos a evacuar de a poco.

A medida que me acercaba todo parecía volverse rojo.

Miraba alrededor con desesperación, pegándome más al cuerpo de Alejo. Sentía de repente que me alejaba sin quererlo, que sus brazos se deshacían y volvían arena. Forcejeé, pero me arrancaron de él unos monstruos, criaturas rojas con demasiados brazos saliendo de todos lados. Con varias bocas, con varios ojos. Gruñendo, rasgándome la ropa.

Llorando.

Gritando.

Gritando.

Grito.

—¡Amor! Amor, ¿estás bien? —Alejo me despierta con preocupación en el rostro, como tantas veces ya. Me mira en silencio, mientras respiro agitada, abrazándome con fuerza—. ¿Otra vez la pesadilla?

Lloro.

Lo abrazo. Recorro las cicatrices que el fuego dejó en su espalda, marcándolo de por vida, igual que yo, pero de distinta forma.

Me rompo en pedazos una y otra vez.

Lloro.

Lima (Continuación de "El Diario de Ethan")Donde viven las historias. Descúbrelo ahora