La personalidad de Lee Minho era tan impulsiva e inquieta que no había forma de calmarlo. Entre sus tantas escapadas para evitar el encierro de su madre, se topa con un bailarín frustrado que danzaba como si volara en el cielo.
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Para Hyunjin, el significado del amor era tan abstracto como el número de personas que habitaban en una sociedad. Cada una de ellas con una perspectiva distinta y la suya siendo una más del montón.
No sabía por qué ese pensamiento lo inundaba ahora en la soledad de su habitación, en una noche fría de invierno con su ventana abierta para que el viento les diera vida a sus cabellos. Para que su cuerpo, acostado en su solitaria alma, le recordara que aún seguía en el mundo real, que no volaba como ese joven deseó tanto tiempo.
Que su significado de amor había cambiado desde que conoció a Lee Minho.
Comprendió, entonces, que su concepto solo podía ser expresado si era a la persona a la que dedicaba su amor. Hyunjin, que hacía solo unos años lloraba por no poder pulir su coreografía para una competencia de baile, cambiaban sus razones al joven que le hizo conocer el amor.
Su rostro estaba petrificado. A pesar de sus lágrimas, Hyunjin no expresaba ninguna emoción. Sus extremidades tendidas sobre su cama y, en su mano dominante, sujetaba la carta que contenía el concepto de amor de Minho, uno totalmente distinto al suyo, pero que, de igual modo, lograron complementarse.
Ahí Hyunjin se dio cuenta que, a pesar de estar una eternidad sin poder volar, su amor por Lee Minho nunca moriría. La muerte no era motivo para acabar el amor, y eso era lo que más dolía.
Porque Hyunjin y Minho se amarían toda la eternidad aún si sobrepasaban las barreras de la dualidad humana. Porque Minho le hizo conocer el amor verdadero a Hyunjin, y Hyunjin cumplió el mayor deseo de Minho, el poder volar.
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