Draco Malfoy y su destino desconocido

Capítulo 1: Aviso de desalojo

El silencio lo invadía todo. Tenía su propio peso y se posaba pesadamente sobre la longitud de madera reluciente que había servido a muchos Malfoy como mesa de comedor durante incontables siglos. Era tan pesado que Draco esperaba que los candelabros (monstruosidades de diamantes, cristal y oro que actuaban como fuentes de luz) crujieran bajo su enorme peso y tal vez incluso cayeran sobre el frío suelo de piedra para romperse en un millón de pedazos afilados y mortales. . Casi podía sentir las astillas incrustándose en su piel mientras esperaba que se rompiera el silencio.

Narcissa se sentó en un extremo de la mesa, estudiando críticamente la copa de cristal frente a ella mientras esperaba que llegara su esposo. El lugar de Lucius estaba a la cabecera de la mesa, por supuesto, y acertadamente parecía haber kilómetros de mesa entre los dos. Había casi tanta distancia física entre marido y mujer como emocionalmente con su hijo, sentado entre ellos en el medio, solo en el lado izquierdo. Draco nunca había cuestionado si su forma de ser era normal o si podía ser cualquier otra cosa hasta que su padre lo dejó acompañarlo al Ministerio a la tierna edad de siete años.

Durante la hora del almuerzo, Lucius lo había llevado a comer y, de camino al restaurante, habían visto a una familia comiendo de una vieja y maltrecha canasta de picnic en un parque cubierto de césped. Draco había visto a la familia de pelirrojos risueños rodeando a dos figuras, una alta y sencilla y la otra redonda y baja, besándose brevemente en medio del caos a modo de saludo. Los Weasley tenían una calidez que era tan extraña para Draco como la fría distancia de los Malfoy lo era para todos los demás. En ese instante, Draco había llegado a odiar al chico pelirrojo a quien un hermano mayor le estaba golpeando ligeramente la cabeza con los nudillos. Tenían la misma edad, pero por algún truco del destino el otro chico había tenido mucha suerte; No importa la ropa gastada y de mala calidad que llevaba. A veces Draco pensaba que Lucius odiaba a Arthur Weasley por la misma razón que odiaba a Ron Weasley, antes de recordar que Lucius había sido congelado de adentro hacia afuera hacía mucho tiempo. Incluso su odio goteaba carámbanos.

"¿Tus nuevas túnicas cuentan con tu aprobación?" Llegó la encantadora y distante voz de Narcissa. Eso sacó a Draco de su ensoñación y forzó una sonrisa educada.

"Por supuesto, madre. El gris es especialmente favorecedor."

Narcissa asintió en señal de acuerdo. El sonido de pasos resonó por los pasillos, anunciando la aparición de Lucius Malfoy. El hombre estaba cansado, aunque sólo se notaba porque las líneas alrededor de su boca eran más prominentes y sus ojos estaban más duros de lo habitual. Tomó asiento en silencio y apareció la comida, un banquete digno de alimentar a un rey. Lucius Malfoy no era rey, pero tenía suficiente dinero y arrogancia para hacerse pasar por tal.

Las primeras palabras que salieron de su boca fueron amargas quejas. "Ese maldito Fudge está arruinando todo. Uno pensaría que estaría contento con algunos sobornos, pero sigue corriendo hacia Dumbledore cada vez que el Señor Oscuro estornuda. Prácticamente tuve que tomar su mano para evitar que arruinando las cosas." El tono burlón le era familiar, ya que Draco lo había adoptado él mismo para usarlo con aquellos que lo molestaban. Su propio tono burlón era un mero eco superficial del verdadero disgusto malicioso que aromatizaba la voz de su padre.

Draco no sabía cómo responder y por eso no lo hizo, dejando que su madre dirigiera la conversación hacia temas menos provocativos. Se alegró de no haberlo hecho cuando recordó el enfoque de su padre en las comidas formales de que "los niños deben ser vistos y no escuchados". Hogwarts lo había malcriado muchísimo. Sólo habían transcurrido dos semanas del verano y todavía estaba ocupado adaptándose a la Mansión una vez más. Sus voces fluían más allá de sus oídos, y dejó que sólo la mitad de su atención se detuviera en sus palabras mientras contemplaba las codornices rellenas bajo su tenedor. Por allí pasaron tres cursos, y si no fue del todo agradable, tampoco fue una gran prueba. De repente, la conversación se volvió interesante y levantó la vista de su plato de plata para estudiar al Malfoy mayor.