Sucedió en Diciembre

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–Le falta algo –soltó, pensativa, girando sobre sus pasos–. ¿No te parece que le falta algo? –insistió.

Viola arrugó el ceño, concentrada, intentando entender a qué se refería su jefa. Tras un par de segundos, se rindió y negó.

–No... no creo –murmuró.

–Pero sí le falta algo. Es evidente.

–Ah.

Bueno, si era tan evidente –pensó Viola– ¿por qué no se lo decía sin más rodeos?

–¿No estás de acuerdo? –inquirió, observándola atentamente. Viola sonrió levemente–. Hmmm, si no fueras tan buena en tu trabajo...

–¿Me despedirías?

–No, no te habría puesto a cargo de este proyecto.

–¿Por qué no? –preguntó, confusa. Generalmente, los proyectos importantes se los asignaban automáticamente, y todos lo sabían.

–Por... la naturaleza de este.

–¿La naturaleza? ¿Te parece que yo no voy bien con...? –Viola hizo un gesto a su alrededor. Su jefa asintió, divertida.

–Ni siquiera puedes decirlo.

–Es... –Viola cerró la boca y suspiró, sabiéndose derrotada... de momento.

–Sé que lo lograrás. Pero, tengo una pequeña ayuda que brindarte.

–¿Ayuda?

–Acudirás a la conferencia hotelera de invierno de este año.

–¿Yo? ¿Por qué? Siempre lo hace...

–Sí, pero este año lo harás tú. ¿Tienes alguna objeción?

–El proyecto es urgente. Tiene que estar listo para el 23 de diciembre.

–Y esa es la razón de que la conferencia de invierno sea coordinada por ti.

–Pero...

–Está prácticamente lista, no te preocupes. Solo debes acudir y vigilar que todo salga acorde con el plan trazado. No suena tan difícil, ¿no?

–Bueno, no suena como mi trabajo –murmuró.

–¿Dijiste algo?

–¿Dónde se desarrollará este año? –preguntó en cambio, resignada a acudir. Esperando, contra todo pronóstico, que sirviera de algo para terminar su proyecto sobre el espíritu navideño que había encargado aquella cadena de tiendas para el cierre de la campaña de aquel año.


***


–¿Y por qué no asistirías de todos modos?

Will elevó sus ojos y se esforzó por no ponerlos en blanco. Suspiró.

–No, eso no te servirá con tu madre. Una razón.

–¿Sólo una?

–¡No estoy para bromas! –exclamó la mujer. Pero su fingido enojo fue evidente cuando sonrió a su hijo mayor–. ¿Por qué no quieres asistir, Will?

William Lockhart se encogió de hombros, sabiendo que no era necesario ponerlo en palabras. Todos lo entenderían... excepto su familia.

–Han sido cuatro años.

–Tres –murmuró.

–Bien, tres... pero es tiempo... que la dejes ir.

–Lo hice. O, ella lo hizo, en realidad, madre. Así que...

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