Capítulo 4: El mundo exterior🗺️

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Fruncí el ceño y abrí lentamente los ojos cuando unas gotas del rocío cayeron sobre el puente de mi nariz. La mañana era aún temprana y fría. Me senté y bostecé perezosamente para observar a mi alrededor. Todo el sueño que expresaba mi rostro desapareció al darme cuenta de donde me encontraba, recordando lo sucedido el día anterior. Aún era tapada por la tela que cubría el carro del mercader, pero su montura no se encontraba atada a este. El carro estaba aparcado a un lado de una humilde posada, que constaba de una pequeña caballeriza donde seguramente se encontraba el burro que nos transportó hasta aquí. 

Me encontraba a un lado de un camino perdido de la mano de la diosa Shavoni, enfrente de la posada. Alrededor, aún se levantaba el denso bosque, que ahora era invadido por una niebla blanca y densa como las nubes. Las coníferas llegaban hasta lo alto, atravesando la niebla, por donde se perdían sus copas. Un silencio denso le daba un ambiente misterioso, solo se escuchaba los lejanos cantos de los pájaros madrugadores y las copas de los árboles chocar contra ellos mismos debido a una brisa constante e invisible. 

Me paré a observar la fascinante naturaleza que me rodeaba, cuando un fuerte rugido hizo eco entre el silencio. Provenía de mi barriga. Me pasee la mano por ella notando como esta se estremecía. Tenía un hambre enorme, pero no llevaba nada encima que fuera comestible. De un salto salí del carro, observando a mi alrededor. Pensaba en encontrar algo de comida a lo salvaje, pero soy una chica de ciudad, aún por mucho que sea bruja. Aunque tenía muchas cosas que aprender y mejorar.

La mirada se me paró enfrente de la posada. Con curiosidad, empecé a caminar en su dirección, cautelosa. Si por fuera parecía en tan malas condiciones, como las chozas de los esclavos de mi ciudad, no me quería ni imaginar cómo sería por dentro. O tal vez es que estaba demasiado acostumbrada a los lujos urbanos.

Me acerqué al muro que constituía las paredes de aquel edificio, junto a una ventana. Me asomé por el cristal más cercano, con las manos sujetando la capucha para ocultar mis cabellos rojizos. Ser pelirrojo ya era una razón para mandarme de nuevo a la hoguera. Através del cristal sucio, se observaban siluetas difuminadas de los pocos viajeros que pasaban por aquí, con cosas en la mano que llamaron mi atención. Comida. 

Rebajé la distancia entre el cristal y mi rostro para observar mejor, observando con curiosidad los platos. Estos llevaban verduras, otros sopas o incluso carne, la cual soltaba un vapor que iba desapareciendo conforme ascendía. La boca se me hizo agua, tuve que tragar saliva para quitarme esa sensación.

En silencio me pasé la capucha raída por la cabecera, ocultando entre la ropa mi cabellos color fuego. Tras asegurarme de que no se salía ningún mechón rebelde, me dirigí hacia la posada. La puerta rechinó fuertemente al abrirla. El interior del edificio olía a cerveza, sudor y tierra. Nada agradable. Pero no podía elegir algo mejor, por lo que entré. 

Los pocos viajeros desolados que ya se tragaban su cerveza a estas horas de la mañana se giraron a mirarme. Sus caras no ofrecían ningún de sentimiento. Me sentí algo acorralada, por lo que, al echarle una rápida ojeada a aquella estancia me dirigí a la mesa más apartada. La silla crujió de una manera desagradable en cuanto me senté, estaba realmente desgastada. Me agarré las faldas de mi sucio vestido, visiblemente incómoda. Observe cómo una vasalla se paseaba con las manos en el delantal, recogiendo los destrozos que dejaban los clientes. Supuse que sería la dependienta. Me quedé mirándola fijamente, observando aquellas manos tan torpes y sucias manejar las jarras de cerveza y los platos manchados. Cuando ella se dio cuenta de mi presencia, se dirigió a mí con un rostro sumiso. Se paró delante de mi mesa.

- ¿Qué le puedo servir, mi señora? - Me dijo con una voz baja y temblorosa. Al mirarla a la cara pude observar algunos moretones coloreando su pálida piel.

El poder de la magia libreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora